Por Óscar Domínguez Giraldo
De pronto saltan al ruedo voces amigas de hacerle cambios a la letra del Himno Nacional que escuchamos forzosamente todos los días “con el orgullo de colombianos”.
La gente que escribe himnos es una especie en vía de extinción como los dinosaurios y la honradez. El pobrecito que se le mida a semejante empresa de escribir otra versión tendría que desayunar, almorzar, comer, dormir y hacer el amor escuchando la letra de Núñez para que se le contagie el jurásico estilo del marido de doña Soledad Román.
El Himno, cualquier himno, sirve para berrear cuando estamos fuera del país. O para alegrarnos “como lengua mortal decir no pudo” cuando el piloto del avión informa que pisamos cielo colombiano, después del algún fugaz sabático en el exterior. Su usa para alebrestar ánimos en partidos como el de esta noche entre Colombia y Argentina por la Copa América. En la capacidad para desatar niágaras de lágrimas y mocos radica su “gloria inmarcesible”. Deportista que no se salga de la ropa cantando su Himno estará perdido por el resto de sus vidas. Lo estamos viendo en las Copas cuyos ganadores se definen hoy en América y en la vieja Europa.
A pesar del galimatías patriotero de la letra, desde la escuela nos vendieron la idea de que el de Colombia es el segundo más bello del mundo después de La Marsellesa compuesto el 25 de abril de 1792 por “un capitán de la fortificación llamado Rouget de Lisle”. Ese himno escrito para subirle la moral al ejército francés en su garrotera contra los alemanes, arranca así “Allons, enfants de la Patrie…” que en traducción un tanto arracacha dice: Pilas, parceros franchutes, la gloria nos va pierna arriba”
En el libro “Núñez, su leyenda negra”, el historiador Eduardo Lemaitre cuenta que Núñez concibió inicialmente sus versos de corte piedracielista como un canto a Cartagena, su ciudad. Se convirtió en Himno Nacional por Ley 33 del 28 de octubre de 1920.
El nuestro sería el segundo himno por la música, nunca por la letra. La música es fruto de la inspiración del fabricante de macarrones italiano Oreste Sindici –nacido el 30 de mayo de 1828- . Un buen día, vino, vio y se quebró vendiendo pastas y con su empresa operática. Decidió quedarse en Colombia flechado por el paisaje femenino. Pagó la cuenta como colombiano por adopción poniéndole música al esperpento de Núñez.
Ya hubo un primer tímido intento de modificar la letra. Lo hizo Shakira moviendo las caderas en una cumbre presidencial de las Américas, en Cartagena, cuna del bígamo del Cabrero. (Bígamo lo llamó Vargas Vila; a mí que me esculquen).
El ajuste de la exmujer de Piqué fue paupérrrimo pero muy sonoro: Habló de la “libertad de ublime” en vez de la “libertad sublime”. El remiendo de la diva nunca prosperó. Eso sí, la crucificamos en las tales redes por su lapsus.
Shakira cantará esta noche de domingo en Miami en el recreo del partido que Argentina perderá contra Colombia. Si todo sale bien, les repetiremos el 5-0 de hace unos años con otra selección de ensueño liderada por el Pibe Valderrrama, el Tren Valencia y el Tino Asprilla.
Shakira dejará quieto el himno de don Rafa Núñez. Pero las caderas se moverán más que natilla de barrio. Ojalá ese mazamorreo de glúteos inspire a nuestros jugadores a ver si nos vamos de día cívico el lunes. Sólo si ganamos. De los segundos nadie se acuerda. Dicho está que el segundo es el primero de los derrotados. ¿Quién se va a acordar de que Uruguay fue tercero en la Copa 2024 aunque el fútbol lo pusieron los canadienses que salieron derrotados en el azar de los penaltis?
Martha Senn, mezzosoprano, se ha negado a cantar el Himno cuando se lo han solicitado: “Está compuesto para coros, orquesta y, por su tonalidad original, para solista masculino…”, alegó la dama de ojos de miel cuando le escurrió el bulto a la cantata.
He tratado de convencer al señor Alzheimer de que borre de mi disco duro toda la letra del Himno. Textos como el siguiente se niegan a borrarse de mi disco duro: “La Virgen sus cabellos arranca en agonía y de su amor viüda los cuelga de un ciprés (¿)”. Me comprometería a grabar allí versos de otro cartagenero ilustre: El Tuerto Luis.
Mi propuesta, algo modesta, es copiarnos de España cuya himno no tiene letra. Nos robamos la idea y no habría líos por derechos de autor. Al fin al cabo los españoles tampoco no han devuelto, entre otros, el tesoro Quimbaya y se quieren quedar con parte de la chatarra histórica del Galeón San José… (Líneas pasadas por latonería y pintura).