Disyuntiva política: Motivo y razón 

Esta semana las marchas de apoyo al gobierno de Gustavo Petro y las de protesta contra su gestión fueron pacíficas. Foto El País, Cali

Por Octavio Quintero

No pretendo ser el único que piensa, y ve, que la gente se conduce más por motivos que por razones. En este concepto se encierra toda la conducta animal, incluyendo la humana que, además, parece dotada de mayor racionalidad… Y digo parece, porque tanto en lo político, como en lo económico, social y cultural, el mundo acusa una sinrazón escalofriante. 

Es ya admitido la contradicción implícita entre la teoría y la praxis democrática… En teoría, la democracia es el gobierno de muchos (pueblo) en igualdad ante la ley; protección de los derechos y libertades individuales; acceso a la información, participación ciudadana, separación de poderes, entre otros derechos y organización social. En la práctica, lo que seguimos llamando democracia, es la nugatoria organizada, abierta o encubierta, de todos estos principios. Tras la teoría democrática se parapeta la praxis política que sostiene un régimen oligárquico (gobierno de unos pocos), que viene a ser exactamente lo contrario.  

En el Discurso sobre la servidumbre voluntaria (1574), Étienne de la Boétie sostiene que toda servidumbre procede exclusivamente del consentimiento de aquellos sobre quienes se ejerce el poder. “¿Cómo podemos concebir que un pequeño número obligue a todos los demás ciudadanos a obedecer tan servilmente?”, se pregunta Boétie… 

Aquí la respuesta… Este régimen se ha consolidado en el mundo, motivado por el egoísmo o individualismo de la gente, componente innato de todos… Nacemos con él y en él se basó Adam Smith para desarrollar su teoría de la mano invisible (libre mercado); mientras que la razón es un aprendizaje lento, variable e inestable. Generalmente el motivo mueve la razón de nuestros actos, incluso, aun en contra de nuestro propio interés, como advierte Marx en la alienación, enfocando el problema central del capitalismo. Kant remarca, en Crítica de la razón pura, que la razón humana es una herramienta poderosa para comprender el mundo, pero que a menudo la alienación, implícita en el sistema capitalista, según Marx, limita nuestra capacidad de razonar libremente, según Kant. 

Por lo general, la democracia es evaluada y avalada en el mundo en términos político-electoral. Es así que la teoría define como gobierno democrático, aquel que es elegido por voto popular. Pero, dentro de este procedimiento, caben muchos bemoles… Por ejemplo, los definidos como delito electoral, que también surten el mundo de lo teórico. Así, un presidente o legislador es elegido de un día a otro; pero, cuando se cuestiona el procedimiento, el debido proceso que ampara al elegido toma años en resolverse en los tribunales… Cuando la justicia falla en su contra (cosa rara), ese presidente o legislador ya es un flaco recuerdo.  

La praxis política no solo ha desfigurado la democracia de masas sino que ha suplantado, también, la función parlamentaria. Los temas de orden legislativo pasan primero por comités tecnocráticos y coaliciones clientelistas que deciden el qué y el cómo a puerta cerrada, de resultas que la discusión pública, es puro teatro. Si algún legislador se aparta del camino señalado se le aplica la Ley de bancadas que lo obliga a votar como se decidió lejos de los ojos de la opinión pública, a riesgo de ser expulsado del partido y perder la curul. 

Otro ítem teórico-democrático, es la libertad de expresión a través de la cual los medios de comunicación son reconocidos como pilares democráticos. Sin embargo, la oligarquía, apoderada de ellos, los ha convertido en altavoces de estas pseudodemocracias. Y así se pudiera seguir contrastando teoría versus praxis democrática, hasta agotar ejemplos, asunto que no sería difícil, aunque sí, tedioso a muchos. 

Pienso que la democracia, hoy en día, no debe ser cualificada, y más que eso, avalada, solo políticamente. En todo tiempo, desde Platón y Aristóteles, unos politólogos (sin descalificarlos), se han ocupado de posicionar la democracia como el menos malo de los sistemas políticos… Pero esa trillada frase, también, en todo tiempo, por lo menos, en el tiempo de hoy, no motiva a la gente a elegir éste o aquél funcionario; la gente se motiva más por el estómago, para decirlo escuetamente, que por ideologías. Dictadores y demócratas, en su momento, han sido amados por el pueblo, más por motivación material que por razones políticas. Y, aunque algunos entendamos el ente de la razón ideológica entre la izquierda y la derecha, el grueso de la población, o no la entiende o no le interesa saber ese atenuante. Prueba de ello es la abstención que prima en todas las elecciones y en el estancamiento de la democracia, como lo señala el Índice global 2022, donde solo 24 países, entre 158, que representan apenas el 8 % de la población mundial, clasifican dentro una democracia plena.  

Todo lo anterior para decir que parece acendrado en el inconsciente colectivo la proverbial frase: “no importa el color del gato, con tal que cace ratones”… La desafiante China de hoy, escalando posiciones en el ranking global del desarrollo económico y tecnológico, confirma el aserto. 

Se ignora –parece– que los derechos económicos, sociales y culturales también clasifican dentro de lo que llamamos mundo democrático… Así como globalmente se repudia a los gobiernos que, políticamente, contrarían la teoría democrática, debiera censurarse a los que niegan estos derechos, burlando la esperanza de la gente puesta en una vida digna, su mínima aspiración. 

“Quien nada contra la corriente conoce su fuerza”… De antemano sé que no es posible llegar a medir con la misma vara a los países que rompen, tanto los derechos políticos como los económicos, sociales y culturales concebidos en la teoría democrática porque, precisamente, los que cierran las puertas de entrada son los mismos que las abren a su conveniencia, consolidando una perpetuación de la fáctico y reduciendo a las personas a vivir dentro de las ideas y formas que dicta el orden social impuesto por la oligarquía dominante. 

De todas maneras, denunciar el vicio y proponer salidas, refresca la conciencia de quienes creemos que el mundo ha caído en la trampa de “la dócil sumisión de la razón al dato inmediato”, que describe Adorno… Es decir, a aceptar, sin cuestionar racionalmente la información que nos inducen los medos de comunicación, básicamente, pero no solamente. 

Como el mismo Adorno explica, la dócil sumisión es una forma de conformismo intelectual que limita la capacidad del pensamiento para cuestionar el statu quo y buscar una comprensión más profunda y crítica de la realidad, más allá de la romántica teoría. En lugar de interrogar de manera rigurosa los supuestos subyacentes a la información que recibimos, aceptamos, sin más, lo que se nos dice y nos conformamos con la versión superficial de los hechos. 

Adorno creía que esta actitud pasiva de la razón es especialmente peligrosa en un mundo cada vez más dominado por la tecnología y la ciencia, ya que puede llevar a una aceptación acrítica de las ideas y prácticas que tienen consecuencias negativas para la humanidad. 

Antes de llegar a soluciones heroicas, que la gente buscará cuando no vea, o no se le ofrezca otras salidas, abrir puertas de entrada a una democracia concertada entre la teoría y la praxis, sería lo razonable.  

En este orden de ideas, y si los medios de comunicación tradicional siguen en poder de la oligarquía, como pienso,  y si, como también pienso, son acicate del poder dominante, habría que capacitar a la gente a cuestionar y analizar los supuestos subyacentes a sus argumentos, y evaluar críticamente sus fuentes de información. En esto las redes sociales, abiertas a todo el mundo, están haciendo la tarea de exponer las diferentes perspectivas y opiniones desarrollando un pensamiento crítico y activando, de paso, la inconformidad intelectual.  

En última instancia, corregir la dócil sumisión de la razón al dato inmediato, requiere de un esfuerzo colectivo para promover una cultura crítica y reflexiva que fomente el pensamiento independiente y la capacidad de cuestionar el statu quo. 

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Fin de folio.- El poder soberano puede salir a la calle, tanto para protestar contra el Gobierno como para apoyar sus programas… No solo en elecciones. 

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