Por Óscar Domínguez G.
Para recordarnos que somos fugaces como un suspiro, el miércoles de ceniza el curita convierte en lienzo la frente del cristiano, le dibuja la Cruz y le encima un recorderis que podrá expresarse así en el futuro: “Polvo eres y en diamante te has de convertir”.
No es cañazo para celebrar este mes de noviembre que tiene fúnebre tufillo a gladiolos. La verdad es que las cenizas de su ser amado podrán lucirse ahora en forma de anillo. O reencarnadas en collar. Escoja piedra preciosa preferida. El cliente siempre tiene la razón de la sinrazón que da la plata.
También se les puede dar a esas joyas artificiales el color preferido del muerto. O de quien lucirá la alhaja como forma de perpetuar una memoria que le es cara.
En esta era de Internet, “femme fatale” de la cibernética, se han introducido nuevas variantes a la sofisticada industria sin chimeneas de la parca o pelona, esa que nos va pierna arriba. (Si la muerte es para todos entonces el asunto no es tan delicado, dicen en la calle).
El primer mundo picó en punta. Ingeniosos emprendedores de países como la circunspecta y cuadriculada Suiza, Rusia, la martirizada Ucrania, Estados Unidos y la mamá patria, España, se pusieron a la vanguardia en este campo.
En estas naciones abundan laboratorios que permiten convertir al ser humano, o mejor, sus cenizas, en diamantes para lucir como si fueran una flor en el ojal. O una condecoración ganada en alguna inútil guerra.
En Colombia todo nos llega tarde menos la muerte, al contrario de lo que proclaman los poetas. La que cojea pero no llega es la novísima opción de convertir en piedras preciosas los 2,5 a 3 kilogramos en que nos convertimos una vez nos pasan por ese purgatorio artificial llamado horno crematorio.
Según cálculos de los nuevos mercaderes de la muerte, cada “interfecto cadáver” genera en promedio cinco diamantes.
Dicho está que lo peor de la muerte es que es para toda la vida. Pues bien, la modernidad brinda la opción de prolongar existencias ajenas en amuletos-joyas. Extraña manera de acceder a la inmortalidad por unos euros más.
Los antiguos preferían el embalsamamiento que conservaba los rasgos del ser que era “recogido por el silencio”. Así era más fácil reconocernos el día del juicio final. Quien sabe qué pasará ahora con cremación de por medio.
Pero ¿cómo convertir cristianos en diamantes? Elemental, queridos. “Primero convierten a presión el carbono en grafito. Luego son expuestos a 1.700º C”, contó Rinaldo Willy, responsable de un laboratorio suizo.
Lo demás es carpintería. En la intimidad de sus talleres, los artesanos primermundistas pulirán el diamante con harta coquetería y le darán la forma deseada por los sucesores de las personas que tuvieron “la sana costumbre de morir”, como diría el memorioso de Buenos Aires.
A los interesados en eternizar su entorno en la forma indicada, se les informa que el precio “per” diamante oscila entre los 2.800 y los 10.600 euros según el peso de la piedra de 0,25 a 1 quilate. (Hasta hace unos años).
Así que cuando veamos pasar por la calle a un prójimo, con base en su estatura, peso y demás, podremos calcular: ahí van candidatos a convertirse en tantos anillos o collares de diamante.
También es lícito hacerse la reflexión de que con esa suculenta dama que nos abruma y desprecia desde sus espléndidos y arbitrarios 90-60-90, se puede hacer un anillo para llevar en el dedo anular. Ya que no la pudimos llevar al tálamo nupcial.
Podríamos encimarle a esa bella lo que pensaba el curita de una décima del “Caratejo Vélez”, de Titiribí, Antioquia, cuando les dibujaba la cruz a las viejas que le sacaban el aire: “Eres polvo, pero ¡ah bueno!”.