Por Oscar Domínguez Giraldo
Son las cuatro y media de la mañana del miércoles 4 de noviembre. Anoche eligieron presidente en Estados Unidos. Decidí cortar con las noticias sobre el resultado en momentos en que Biden aventajaba a Trump en La Florida.
Me declaré en huelga noticiosa cuando la telenovela Pasión de Gavilanes remplazó al dueto Biden-Trump. Lamenté que a los actores de estos refritos nos les paguen un peso mientras los canales ganan platica.
Me refugié en películas cortas de Chaplin, inicié El doctor, de Cantinflas, dos de mis grandes acompañantes en esta pandemia, avancé en la lectura de La bailarina de Auschwitz, de Edith Eger, una novela desgarradora y bella en la que todo es verdad, me metí mi dosis personal de marihuana (calma gente, me refiero a una costosa gota sublingual para dormir mejor), y los que roncan. Mis últimos pensamientos son para Joe Biden.
O sea, a estas alturas de la madrugada del miércoles, soy de los pocos en la despiporrada aldea global que desconoce el resultado de las elecciones en el país norteño.
Opté por la dieta informativa porque me dije: Septuagenial, tampoco es para que te pongas nervioso por un posible triunfo de Trump, ahórrate un patatús así estés al día en tu seguro exequial.
Y seguí hablándole a mi almohada que es mi otro yo horizontal: Mira, ya hiciste tu oración para que pierda el del copetín. Punto. No puedes hacer más. Trump no te paga el arriendo, ni el pan y la leche, tampoco la medicina prepagada, ni la prepago, menos el trago, el celular, así que relájate, pelao. Y me asilé en mi lúdica gotica de maracachafa.
Desde que me desconozco, es la primera vez que no sigo al instante los resultados de unas elecciones.
Durante décadas, en mi condición de reportero político, cubrí las elecciones en Colombia desde el “triunfo” de Misael Pastrana, así que para mí vale oro este regalo-sabático que me estoy dando de cero noticias electorales.
Me desperté en la noche las dos veces que ordena mi riñón para hacer lo que nadie puede hacer por mí. Pensé: qué habrá pasado con “mi” Joe.
Hice pipí y volví al sobre, a mi siquiatra la almohada, a mi Cpap que me ayuda a dormir tranquilo, y los que retoman el sueño donde lo había dejado: le hacía el amor a una de mis prepagos platónicas de cuyo nombre no me acordaré. Discreción obliga. «No quiero decir, por hombre, las cosas que ella me dijo…»-
Para redondear esta columna, enseguida vuelvo al mundo de las noticias a ver quién ganó Estados Unidos.
Abro la página web de El Colombiano a las 5 y 11 minutos de la mañana del miércoles 4 y me vuelve el alma al cuerpo: Biden 238 electores, Trump 213. Ojalá se mantenga la tendencia. Me abrazo a Nacho, mi chihuahua.
“Ganamos”, digo como proclaman los lagartos en Colombia después del primer boletín de la Registraduría en dia de elecciones. Si se consolida el triunfo de Biden, el mundo será un mejor vividero, así patalee Trump.