Por:Enrique Santos Molano, Bogotá
Posiblemente la alcaldesa Claudia López estaba lejos de imaginar lo distinta que sería la ciudad en que le tocaría gobernar cuando en noviembre del 2019 le dijo en entrevista a la periodista de Semana María Jimena Duzán que “una es la ciudad que me eligió y otra la que me tocará gobernar”. Con esa frase enigmática se refería, sin duda, a que, elegida en octubre, gracias a una importante porción de jóvenes de ambos sexos que votaron por ella, las protestas callejeras pacíficas que esos mismos jóvenes realizaron a continuación, durante más de un mes, en demanda de mejores oportunidades de estudio y de trabajo, en rechazo a la corrupción desbordada, habían cambiado las condiciones de gobernabilidad.
Aunque en China sonaron a mediados de diciembre las primeras alarmas del coronavirus de la covid-19, y al mismo tiempo se advertía sobre una recesión económica mundial inminente, y las cifras de desempleo comenzaban a superar las previsiones, ni Claudia ni nadie aquí intuyó hasta dónde sería diferente, inmersa en una crisis global sanitaria y económica descomunal, la ciudad que le tocaría gobernar a la alcaldesa posesionada el 1.° de enero de 2020.
Muchos nos preguntamos si la doctora Claudia López estaba o está preparada para conducir los destinos de una ciudad que, en efecto, es por completo distinta de aquella que la eligió en octubre de 2019, y que en abril de 2020 quedó encerrada en sus casas por la pandemia, en una larga cuarentena preventiva de cinco meses desoladores. Una ciudad desconocida a la que hoy se asoman sus habitantes a la calle, llenos de miedo porque el virus “no está controlado”, según los epidemiólogos, y con el pánico de enfrentar una ‘nueva realidad’, que el noventa y nueve por ciento de la ciudadanía ignora de qué se trata.
Tal parece que tampoco la alcaldesa tenga mayor idea de esa nueva realidad. Ella llama “a resistir contra la vieja realidad”, una proposición más propia de campaña electoral que de pedagogía urbana para los ciudadanos desconcertados. ¿Qué es la vieja realidad y qué es la nueva realidad? Quizá la diferencia sea que en la vieja realidad estábamos jodidos, y en la nueva realidad estaremos, o estamos, peor de jodidos.
En la vieja realidad éramos —en cierto modo— libres, no nos tapábamos la boca ni mirábamos a nuestros semejantes a distancia, como si fueran hostiles. Había desempleo, había pobreza, padecíamos a Peñalosa, pero podíamos caminar la ciudad solos o en compañía, irnos a un cine, a una obra de teatro, meternos a una librería o a una panadería, salíamos en masa a expresar nuestro descontento en las calles y nos echaban el Esmad; en fin, había vida y esperanza, con sus cosas buenas y sus cosas malas. En la nueva realidad, (suponiendo que de verdad sea nueva) nos sentimos presos, amordazados, deprimidos, el desempleo está cerca del 30 por ciento (más de un millón y cuarto de ciudadanos que han perdido su trabajo y su derecho a ganarse el pan con dignidad), las actividades que hacen amable la vida han desaparecido, ya no nos echan el Esmad, no es necesario, ni siquiera podemos salir a protestar. La vida se siente borrosa y opaca.
A una joven de veinte años le escuché la definición perfecta de la ‘nueva’ realidad: “Somos la generación Z”. ¿Por qué la generación Z? “Porque somos la última, la que ya no tiene esperanzas”. Ahí tienen la ‘nueva’ realidad, y oírlo de labios de una joven que apenas empieza su vida, que lo dice con mirada triste y voz desalentada, quiebra el alma. ¿Habrá algún crimen más imperdonable que robarle a la juventud su esperanza?
La alcaldesa Claudia López cumplió la hazaña de derribar esa tradición machista de elegir a un varón como alcalde de Bogotá. Logro personal de una mujer, que se hace extensivo a todas y que celebramos con alegría sincera incluso los que no votamos por ella. Pero su triunfo como mujer llega hasta el momento de su transformación en gobernante. Los gobernantes, igual que los ángeles, pierden el sexo. No se les elige por su sexo, sino por sus capacidades para gobernar en bien de todos: en bien de las mujeres, en bien de los varones, en bien de los niños y de las niñas, de los ancianos y de las ancianas, de los amigos y de los enemigos, de las ciudadanas y los ciudadanos, sin exclusión. Un gobernante que no comprenda eso, un gobernante que gobierne para un grupo determinado y minúsculo de amigos o de copartidarios, es un fraude absoluto.
No quiero decir, ni más faltaba, que la alcaldesa ande en ese plan, sino que, en mi opinión, y en la de varias personas con las que a veces intercambio conceptos, la doctora Claudia, tan inteligente y valiosa como es, no está entendiendo las necesidades que acosan a Bogotá en la nueva realidad emergida tras cinco meses de cuarentena y pandemia.
Por ejemplo, no la vemos empeñada en un plan maestro de empleo para reducir al máximo posible, en los tres años y cuatro meses que le faltan, el desempleo elevado que hoy sacude a nuestra ciudad. La vemos montada en un proyecto fantasioso de metro elevado, que la ciudad no necesita y que costará infinidad de billones, los cuales estarían razonablemente mejor invertidos en crear empleo productivo y conjurar la hambruna galopante.
En la columna siguiente haré una explicación más amplia al respecto.
Enrique Santos Molano