Por Guillermo Romero Salamanca
Era conocido también como el rey de la generosidad.
Pero era también un trabajador incansable.
Era el maestro de maestros de los emprendimientos, pero a la vez, la persona más amable, educada, cordial, sincera y sonriente que amó a su tierra, Colombia, la cual recorrió palmo a palmo haciendo lo que siempre le gustó: cantar.
Mientras unas gruesas lágrimas ruedan en estos momentos por las mejillas de este redactor, vienen a la memoria decenas de momentos compartidos con ese gran ser humano: Darío Gómez.
Fue en Buga donde lo vi cantando por primera vez. Estaba en sus inicios en aquel 1986, cuando los atronadores aplausos mecían el estadio de fútbol de la Ciudad Señora. Darío cantaba a pleno pulmón, «Nadie es eterno en el mundo», su primer gran éxito nacional y que luego fuera interpretado por miles de imitadores y por figuras como el mismísimo Vicente Fernández y hasta le hicieran una versión en salsa.
Luego lo vi en Cartagena donde deslumbró a los costeños porque prácticamente anuló con sus canciones al gran Joe Arroyo, pero en aquella oportunidad cientos de antioqueños, santandereanos, boyacenses y turistas cantaron en coro cada una de sus canciones y lloraban mientras entonaban «El caso de dos mujeres».
Después presencié su espectáculo en Bogotá y luego en Medellín.
Lo llamé para una portada para Viernes Cultural, publicación que editaba 400 mil ejemplares con los diarios El Colombiano, Vanguardia Liberal, El País, La Tarde y El Universal. Me invitó a su sede en La Castellana en Medellín. Comenzamos la entrevista a las 11 de la mañana y la terminamos tres días después mientras escuchamos canciones de Los Legendarios y sus recientes creaciones. Comimos su gran bandeja paísa, bebimos unos cuántos aguardientes acompañados con alegría, algarabía y sus recordados chistes, mientras éramos atendidos por doña Olga Arcila, su esposa.
Esa portada tuvo acogida de inmediato. Era la primera vez que salía en esa publicación y cuando la vio estuvo muy feliz. Reía con cada párrafo mientras recordaba su infancia en San Jerónimo y cómo empezó su vida artística cargando cajas en Codiscos, empresa en la cual grabó también música parrandera.
Le propuse que grabara de nuevo esos éxitos y sobre todo Nora y Nory, El Grillo y El diablo, versiones en las cuales me dio sendos saludos inmerecidos.
Un día me pidió el favor que lo representara en Viena, Austria, en la entrega de un galardón internacional que le otorgaban. Citación a la cual fue con su cuñado Luis Arcila.
Cada vez que venía a Bogotá me llamaba y yo le acompañaba en sus presentaciones, veía cómo su público le era fiel y le fascinaba cuando le seguían con la letra de sus canciones que ahora son récord de música popular en las diferentes plataformas musicales.
Tenía muchos dones y entre ellos, para citar sólo algunos, gozaban de un carisma con el cual dominaba plazas imposibles o de forma presurosa hacía amigos para toda la vida como lo hizo con Luis Alberto Posada, Helenita Vargas, El Charrito Negro, Luis Fernando Jaramillo, Fernando López Henao –ejecutivo de Codiscos– Hernán Darío Usquiano, James Fuentes, Petro Muriel, Darío Valenzuela y millones de amigos más.
Tenía conocidos en la gran mayoría del país. Siempre vistió con las mejores galas y sus trajes eran imitados por otros cantantes. Le contestaba de inmediato a don Jorge Barón, a presidentes de la república, a empresarios, a grandes ejecutivos de empresas, pero también daba su brazo sincero y abierto a los vendedores ambulantes, los lustrabotas, las señoras del aseo, a los meseros, cocineros o taxistas.
Nunca distinguió aquello de las barreras sociales. Amaba a todos los colombianos porque, según él, habían nacido en la mejor región del mundo. Les escribía historias para que estuvieran alegres o para que con un trago, un buen sonido, entonaran sus pesares y soltaran su melancolía.
De simple operario, sin mayores estudios, se convirtió en una estrella en Colombia. Sus ventas de sus discos alcanzaron el premio del Disco de Uranio y llegó al hall de la fama del espectáculo nacional. En casi todas las casas del país hay por lo menos un disco suyo.
Este 26 de julio, los colombianos silenciaron sus voces y mostraron sus rostros de exclamación cuando conocieron la noticia. De inmediato las emisoras comenzaron con especiales poniendo a todo volumen cualquiera de sus 300 éxitos. Lágrimas acá y allá. En todos los rincones del país la noticia causó tristeza. El Rey del Despecho, el que originó un estilo musical, el Legendario, el trovador, el hombre diáfano y sencillo había partido a las manos del Creador, de su Dios en el cual creyó siempre y a quien se encomendaba santiguándose antes de pisar un escenario.
«El maestro Darío Gómez deja una huella imborrable en la Asociación de Autores y Compositores, Sayco. Es una pérdida lamentable para el talento nacional y para Colombia. En nombre de todos los maestros que hacen música, que escriben, componen y distraen a los colombianos, esta Sociedad expresa su más profundo dolor y alienta a sus familiares a recibir el consuelo. Esperamos que las autoridades de Medellín, Antioquia y Colombia, permitan que se realice una despedida de la magnitud de este gran compatriota», comentó César Ahumada, gerente de Sayco.
Por su parte, Fernando López Henao enmudeció con la noticia y comentó que Codiscos realizaba un homenaje a Darío cuando se conoció la noticia.
Dario fue un excelso trabajador. Sin mayores miramientos comenzó su carrera en su Renault 4 vendiendo de almacén en almacén de discos, sus canciones, luego visitó a cientos de emisoras para hablar de sus canciones. Produjo toda clase de noticias. Lloró amargamente con el fallecimiento de su hija y cuando compuso Daniela. Le entristecían las noticias de violencia que se producían en Colombia y soñaba con un país en paz.
Amó a cada uno de sus seis hijos, pero también adoró a doña Olga, a quien le confió toda su empresa y ella supo sacarla adelante. Discos Dago se convirtió en una empresa pujante, con varios artistas, pero sobre todo, presentado las canciones de Darío Gómez.
La historia apenas comienza.