Por Carlos Alberto Ospina M.
El miedo que trae consigo la fragilidad de la existencia pone a algunas personas a romper esquemas y tabúes reservados dentro del roído baúl de los “tal vez en otra ocasión”. De ningún modo menciono aquí el trillado tema de salirse del clóset. Doy por sentado que la elección de identidad de género también desanda pasiones, fantasías, apetitos e ilusiones que, por íntimos, no hacen parte del credo religioso de cada quien.
Percibo una especie de alivio y de regocijo de cierta gente pulcra e incontaminada que busca sumergirse en el barro catártico de las fogosidades mundanas. Por supuesto, aún conservan la declaración de principios que evoca la sucesión de palabras al aire; no obstante, ese pero no está maduro, le falta sentido interior.
Escucho decir que no tiene pies ni cabeza, ¡qué importa! Yace insustancial y da poco de sí, razón de que el significado está en la probidad y no, en la promesa. Por encima de todo, unos subyugados rompen las cadenas mentales y disponen los oídos para que suceda algo. El temor a morir adelantó codicias, sacudió vacilaciones e hizo erupcionar los deseos carnales. En cada uno emergen sensaciones endurecidas que se ablanda con la condición de lo perecedero, porque antes hoy que mañana.
El peligro reside en la melancolía, corear las desdichas y resbalar sobre los arrepentimientos a causa del tiempo consumido. Lo caducado no importa. A la fuerza aprendimos el respeto debido al presente. ¡Cuánto costó asimilar que lo efímero no es el beso, sino el suspiro!
Muchos cansados de venir con malas cartas que obstaculizaron la realización de los sueños más insolentes, escogieron el silencio conformista y bajaron la guardia. De un momento a otro, el vigor renació en medio de la soledad, el desabrigo, la rutina y el saber que la insatisfacción no es designio irremediable, tan solo es el resultado del tipo de elección individual.
Asidos de la mano, el desahogo y la confesión, abren el espacio a la intimidad plena, de uno a otra, dejan deslizar los silencios y exponen la boca del estómago a manera de ánimo dispuesto. Ahora mismo, los interrogantes pretéritos no confunden el juicio ni restan sentido al acto de existir.
Por mucho que el campo virtual facilite el diálogo digital, el 0 y el 1 del sistema binario no representan el dolor sigiloso de un corazón encadenado. ¡Ay, cuánto pesa el vínculo! De aquellos que antepusieron la pobreza espiritual y la insignificancia en vez de agarrar las riendas de las contradicciones propias.
Darse la oportunidad de reiniciar contribuye a extirpar la maleza del adormecimiento y sacarse la vergüenza al arrebato inconveniente. La firmeza de carácter contribuye a aguijonear la posición cómoda y a cambiar al punto de vista sin dudas ni retrocesos.
Las pausas afectadas están fuera de lugar dado que no permiten observar el espectro luminoso del alma redimida y dificultan el riesgo de variar la impensada subsistencia. ¡Qué importa quién nos vea! El peligro de fallecer en el intento producirá cicatrices; por el contrario, las alforjas permanecerán colmas de experiencias. Lo más pronto posible hay que obrar, puesto que es preferible que se venga el mundo encima que vivir en medio de la resignación. ¡Cuanto antes!, mejor.