Crisóstomo: nacimiento de un mito, de Gustavo Torres Herrera

Portada del libro de Gustavo Torres Herrera

Por Hernán Alejandro Olano García.

Académico de Número de la Colombiana de la Lengua, Correspondiente Hispanoamericano de la Real Academia Española y Correspondiente Extranjero de la Panameña de la Lengua.

Dentro de la colección territorio de la Universidad La Gran Colombia, se da a conocer Crisóstomo: nacimiento de un mito, la nueva novela del maestro Gustavo Torres Herrera, que además es el rescate de los orígenes del universo llanero, de aquellos aventureros de distintas naciones que llegando a Coro en Venezuela, ingresaron al continente por el río Orinoco y se encontraron con diversas tribus que tenían su propia religión, sus costumbres, sus mitos y su vida, para crear un mestizaje que lleva a una nueva raza y a un nuevo calificativo dentro de miles y miles de kilómetros de Colombia y Venezuela y que se extienden hasta las misiones del Paraguay, los llaneros.

En ese mar verde que son los Llanos, el novelista realza el valor de la palabra escrita formada con el pensamiento libre de los llaneros, en la puerta de esa indómita provincia la ciudad de Sogamoso en la cual nació.

Gustavo Torres Herrera, autor de «Crisóstomo, nacimiento de un mito»

No se puede desconocer que Torres Herrera le hace honor a los diferentes calificativos que se recogen en su reciente obra: que si el caballero de la palabra de seda, que si el sentimiento hecho palabra, que si el abogado prestado a la literatura, que si es el artista del alma, que si es un romántico, que ama la poesía, que si es un narrador de metáforas y paisajes poéticos, que si es la danza de ser en el escritor, que si es el poeta de la llanura o, que si es una versátil pluma con sus pinceles de colores; pero lo que podemos decir, es que en realidad, el maestro Torres Herrera puede recuperar para sí cada uno de sus calificativos y muchos otros que se le pueden dar, como: el generoso de las letras, el sogamoseño de oro, el académico impertérrito, o el buscador de la palabra exacta.

La llaneranidad del autor, se destaca en el prólogo del profesor Marco Tulio Calderón, rector de la Universidad La Gran Colombia, quien rescata que las líneas de la obra retratan con perfección inigualable el texto narrativo de la aventura orinoquense.

En la primera nota del autor se aclara que la exploración histórica nos lleva por páginas disfrazadas de verdad, que repiten el paradigma de la conquista española, una historia en la que la búsqueda del tesoro desborda la ambición y termina convertida en obsesión.

Gauta Pirodri, ejerce el papel de conquistador, no solo en el primer grupo de Colón, sino de la Garza Morena, con quien procrean a Tucán, quien, junto a Crisóstomo, a Honorio, a Yavimai y a Yaguidua, encuentran la cabeza de la serpiente en la famosa piedra del medio, que protege la puerta de entrada de los inframundos.

Mientras tanto, en la Nueva Habsburgo, luego llamada Coro, los enviados de las casas alemanas que querían saber si los Reyes católicos pagarían o no el dinero de los préstamos, van dejando sus ojos azules y su piel blanca en la descendencia que aún se puede ver en diferentes regiones, donde las huestes de Federmann y Alfinger dejarían sembrada la semilla germánica en los maravillosos vientres de las indígenas morenas.

El mar verde al otro lado del sol, la llanura misma llena de encantos y misterios, es el escenario donde Crisóstomo desea recorrer los escenarios que van a construir esta historia y donde quiere dejar de lado sus recuerdos amorosos y mejor, alimentar en el río de la serpiente los mitos y las leyendas de esta tierra de imágenes bravías, de fieras exóticas, de tierras inhóspitas pero encantadoras, donde muchas centurias han transcurrido sin que el hombre haya llegado, pero donde siempre se recogen las ilusiones las esperanzas, las añoranzas y la nostalgia del canto de Los ruiseñores del llano.

En un primer capítulo, el maestro Torres Herrera nos refiere el inicio de los viajes de Colón, así como de Don Pedro Alonso Niño, quien dejaría descendencia en Tunja y de otros conquistadores como Juan de la Cosa, Vasco Núñez de Balboa, Rodrigo de Bastidas y Alonso de Ojeda, que funda el primer poblado americano: Santa María La Antigua del Darién, que obtendría su escudo de armas de manos de Fernando el católico.

Se reseñan las distintas expediciones de Diego de Ordaz, Alfonso Pérez de Tolosa, Nicolás de Federmann, Sebastián de Belalcázar y Gonzalo Jiménez de Quesada, todos unidos, En búsqueda de los tesoros materiales, sin darse cuenta de que ya encontraron los tesoros naturales en esta tierra, en el Nuevo Mundo, donde también se extiende en nombre de Dios el poder de la monarquía, para tomar posesión de los territorios del verde esmeralda tropical.

Fernando de Aragón, más pendiente del Mediterráneo y de sus amantes, deja que su esposa Isabel apoye a Colón en la nueva empresa y por eso, el escudo de los Reyes católicos dice: “monta tanto Isabel como Fernando”, porque es ella, quien, con su audacia, logra que la conquista y la colonización mercantil le generen riqueza durante los siguientes tres siglos a ella y sus descendientes.

Y es en la América donde muchos hacen realidad sus sueños, pero también, donde muchos dejan la vida buscando la abundancia del oro en los llanos de un reino llamado Meta.

Y para ingresar esas tierras, Diego de Ordaz busca tantear las bocas del Orinoco entre aquella multitud de Islas y laberintos de caño,s tierra de guaraunos, donde ni los mismos naturales encuentran salida, donde la inexplorada cadena de arenisca y de cerros como centinelas solitarios y serenos, sirven de guardianes para evitar que se encuentre el corazón del tesoro, el mismo centro del llano.

Finalmente, tres extraños encuentran a la tribu del Cerro Escondido y ellos, como mensajeros de la Luna, son recibidos hospitalariamente, tanto así, que les dan a probar una resina de color rojo de sangre que los hace permanecer trabados más allá de la Vía Láctea.

Pero esa Vía Láctea es el territorio del Ojo de Jaguar, donde los pájaros de plumaje negro abren el pico en busca de aire frente al sol canicular que parece derretir sus picos, como si estuvieran moldeados con cera de abejas, en medio de las selvas interminables y de los árboles, donde se filtran los destellos que afloran dulcemente y brillan como las joyas que buscan llevarse los conquistadores.

Y poco a poco avanzan las aventuras de Crisóstomo el navegante, por el mar verde al otro lado del sol, a veces animoso y otras aniquilado, sin más compañía que su propia soledad y sus ojos ahogados de sentimientos por la ruta del amor desquiciado, en medio de una aventura irrepetible, que se manifiesta en noches de Luna triste, que se convierten en la llama eterna del amor.

La segunda parte del libro son las remembranzas en el Hato La Lupuna, en la entrada de aguas de 2023. Son recuerdos del autor y sus hermanos cuando, después de los trabajos del llano, escuchaban a los peones guindar sus hamacas y contar historias de fantasmas viejos y hazañas de recorridos del tío Adán, del mestizo Baltasar y su hermana Mamá Gacela, quienes rememoraban los días por las cortinas de maleza, en los que se abrían espacios para despejar matas, cortar arbustos y limpiar ramas, con el propósito de encontrar la luz al otro lado de esa tupida selva, donde continuaría el valle verde, cuyo color de esperanza unía diferentes destinos en medio de las leyendas de los caminantes de las sabanas veraniegas, entre nubes condensadas de magenta.

Del abuelo Ramón también aprendió Torres Herrera, que una idea bien expresada pesa más que los barrotes obtenidos de la ilegalidad y, que se puede ser distinguido sin que abunden los bienes de fortuna, ya que el verdadero caudal no es tener más, sino seguir los dictados de la conciencia que solo el alma ve, y eso es lo que vemos en este libro, el alma del autor, del maestro Gustavo Torres Herrera, quien con melancolía, cierra la obra acerca de la verdadera edad casanareña y las razones de su identidad, una tierra que no es lo mismo desde cuando se acabaron los patriarcas, los llaneros viejos.

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