Por Orlando Cadavid Correa
En contraste con el comercial de aspirina que desde tiempos inmemoriales nos receta el centenario analgésico para aliviar los dolores de cabeza, el médico Tulio Bayer Jaramillo le provocó muchas jaquecas a la sociedad manizaleña de su época. “Si es Bayer, es bueno”, rezaba (y reza) la legendaria cuña del laboratorio alemán. “Si es Bayer, es perverso”, replicaba la encopetada clientela de aquellos establecimientos a los que se colaba en compañía de mujeres de dudosa ortografía para burlarse del notablato local.
En su libro “Un águila sobre la aldea”, el escritor Carlos Eduardo Marín Ocampo ha recogido las más extravagantes aventuras de este personaje de película, que en los años 50 se dedicó a divertirse en grande, jugándole toda clase de trastadas a la gazmoñería de su ciudad natal.
El autor describe al llamado médico-guerrillero como una rara combinación germano-sonsoneña de facciones bruscas, buen tono de voz y manejo acompasado de sus enormes manos: “Su aspecto físico era impresionante, pues medía casi dos metros de estatura. Había crecido tanto después de los 18 años cuando sufrió su primera infección venérea y el Padre Pacho Giraldo le hizo un tratamiento que le ocasionó el estiramiento de sus huesos. Su piel era de un color verde aceituna. Sus ojos melancólicos, pero expresivos”. Y apunta que era, además de coleccionista de odios gratuitos y revolucionario por convicción, resentido social, autoritario, prepotente, intransigente, contestatario, llevado de su parecer y seguro de su discurso.
El libro contiene abundante información sobre las diferentes etapas de la vida de Bayer: lo sacó a baculazos del Colegio de Nuestra Señora, donde hacía su bachillerato, monseñor Baltasar Álvarez Restrepo, en represalia porque le dedicó uno de sus libros panfletarios. Estudió Medicina en la Universidad de Antioquia e hizo especializaciones en Farmacología en Harvard (Cambridge, Estados Unidos) y en La Sorbona de París. Regresó a su patria chica como profesor de la Universidad de Caldas. Se instaló en un hotel con una señora antioqueña –tan alta como él– a quien solía llamar su “esposa canónica”.
El alcalde de Manizales, Jorge Botero Restrepo, lo nombró secretario de Salud, cargo al que llegó por los entuertos de la burocracia en representación del Conservatismo, partido que reñía con su filosofía marxista-leninista.
Marín Ocampo reseña el final del paso de Bayer por el gabinete municipal: “El hecho que provocó la ira social y su salida del cargo fue cuando adelantó una campaña para controlar la leche que se expendía en la ciudad, y pudo comprobar fácilmente que el mayor adulterador de leche de Manizales era el propio alcalde Botero, a quien no dudó en sancionar públicamente, lo que desató la ira colectiva en los altos círculos sociales de la ciudad”.
Otro episodio bien picaresco que relata el escritor urbano: “Muy poco tiempo pasó para que estuviera de nuevo en el ojo del huracán. Fue el Día Internacional del Médico, cuando se presentó al Club Manizales acompañado de una misteriosa dama que no era su esposa, pues aquella ya se había largado para Medellín, a la que presentó como Josefina Butler y que habría pasado inadvertida si no ha sido porque bajo su abrigo de piel llevaba un espectacular y destapado vestido negro que mostraba sus encantos y que despertó la admiración y curiosidad de los asistentes, quienes pronto, y gracias a las especulaciones del médico Arturo Suárez, descubrieron que doña Josefina era camuflada la misma Nelly Trejos, una de las meretrices más famosas de Manizales. Entonces estalló el escándalo: “Tulio Bayer metió a una puta al Club Manizales, qué ultraje, qué indignación, qué ignominia; ese hombre es un monstruo, un pervertido, un sátiro”. Total, al día siguiente encontró una carta en la Universidad firmada por el decano de Medicina, Ernesto Gutiérrez Arango, que decía: “Por razones que usted conoce”, es decir, por lo que sabemos… lo echaron de la Universidad”. Bayer fue a dar a Puerto Ayacucho, Venezuela, y la Trejos vio aumentar la clientela en el lupanar de su propiedad.
En Caracas se enamoró perdidamente de Amira, la hija del cónsul venezolano en Marsella, Francia, a quien se uniría ulteriormente por el resto de sus días, mientras formalizaba su ingreso a la guerrilla colombiana, donde compartió armas y luchas con el cura Camilo Torres Restrepo. Detenido por rebelión en dos oportunidades, fueron fundamentales para su excarcelación el general Álvaro Valencia Tovar, primero, por haberle brindado atención médica a sus soldados, y el cardenal Luis Concha Córdoba, después, a ruego de unas monjitas tías de Tulio, que intercedieron en su favor ante el ex arzobispo de Manizales. El entonces presidente Carlos Lleras Restrepo lo indultó con la condición de que se fuera del país, y recibió asilo en La Habana, donde no se amañó porque encontró el régimen de Castro demasiado represivo y dictatorial. Y como perseguido político, fue a parar a México, donde abrió consultorio, publicó un tratado farmacológico y tradujo al castellano libros de medicina ingleses y franceses. De la tierra de los aztecas partió para España con sus traducciones, tarea que desarrolló en Barcelona, Sevilla y Madrid.
La apostilla: El cazador de historias narra finalmente que Bayer se había engordado monstruosamente y le daba mucho trabajo moverse: “Un día cualquiera de los primeros meses del año 80 Amira le llevó el desayuno a la cama, como siempre, y cuando se disponía a hacerle el aseo del gato, porque ya no podía moverse por su monumental gordura, se quedó muerto por un paro cardíaco, como él mismo lo había pronosticado. Para poderlo enterrar tuvieron que descuartizarlo, porque en la capital francesa no pudieron encontrar un cajón capaz de contener tan descomunal humanidad”.