Por Cecilia Orozco Tascón, Bogotá
En el ambiente de angustiosa zozobra que lo domina, Álvaro Uribe terminó dándole la razón a su anterior jueza, la Sala de Instrucción de la Corte Suprema, cuando ordenó privarlo de la libertad no solo por la alta probabilidad de que hubiera cometido dos delitos, sino porque contaba con suficientes recursos para obstruir la justicia, requisito que se cumple cuando el imputado tiene medios para manipular, crear u ocultar pruebas, incidir en los testigos o dificultar las funciones de quienes lo procesen. Si alguien ha demostrado que por cada versión que lo incrimine, él encontrará una, dos o tres contraversiones; que cada testigo en su contra será acosado hasta vencerlo; o que cada investigador que lo examine, sea este fiscal, juez, magistrado o periodista, terminará enredado en una historia turbulenta “revelada” por su círculo; si alguien tiene ese margen de maniobra en Colombia es, sin duda, Álvaro Uribe Vélez.
En la más reciente etapa de la que suele calificarse, metafóricamente, como su “defensa”, hemos visto y oído una intensa campaña de propaganda política que no añade la advertencia de que es “pagada” pero que lo es, aunque no solo con billetes: existen otros modos más generosos que el dinero para devolver el favor. Uno de los episodios más sorprendentes de esta parte de su estrategia novelada tiene como protagonista a un reo, lo que no es extraño en el entorno del expresidente, pues por donde uno siga su huella brota un preso, mientras los otros exmandatarios dictan conferencias, responden invitaciones, leen en sus bibliotecas, dan consejos. El convicto del capítulo titulado “Liquidación de Monsalve” (otro reo) se llama Enrique Pardo Hasche, un secuestrador elegantísimo. Su antagonista Juan Guillermo Monsalve, en cambio, soporta la desgracia de haber declarado, desde el año 2011, contra el exsenador y, por contera, de haber nacido en una familia pobre e iletrada. Pardo delinquió pese a sus riquezas, a su familia y a su clase, pero se presenta como un ángel de la guarda del doctor Uribe. No obstante, su prontuario no revela pureza: junto con su hermano Mauricio, fue condenado a 29 años de cárcel, el 17 de septiembre de 2003, por el secuestro extorsivo de Eduardo Puyana, padre de la esposa de Andrés Pastrana, aliado de Uribe Vélez quien es respaldado, vea usted la ironía, por el secuestrador de su suegro. Este desapareció en abril de 1991 y dos años después se encontraron sus restos. Se lee en la sentencia que la motivación para cometer semejante crimen fue una deuda de Puyana con los Pardo por un millón de dólares de aquella época. ¡Una inmensidad!
El reo Pardo conoció en la intimidad de las celdas de La Picota al preso Monsalve. Hoy da entrevistas cómodamente instalado en un lugar de la cárcel y con todas las necesidades tecnológicas a su disposición, para inocular en la sociedad la afirmación de que el senador Iván Cepeda, denunciante de Uribe Vélez, fue quien incurrió en el delito de soborno a testigos por el que está encartado el expresidente. Y lo “demuestra” con su verbo y con unos documentos que exhibe el medio entrevistador, aportados no por él desde su prisión, supongo, sino por la campaña del procesado. Monsalve habría mentido consistentemente desde hace nueve años a cambio de una casa comprada, en el mejor de los casos, cinco años después, o sea, en 2016. Y en el peor escenario, ocho años más tarde, en 2018.
Uno de los defectos más frecuentes en que caemos los periodistas es olvidar los contextos. En el caso de Pardo Hasche, la revista Semana tiene el mejor contexto. Fue publicado en julio de 2018 por quien después fuera expulsado para reemplazarlo por otro tipo de comentaristas. Su columna tiene siete videos del momento en que Pardo Hasche intenta convencer a Monsalve de torcer su testimonio: en lugar de en contra, a favor de Uribe. Vale la pena verlos (aquí). Algunas de sus frases grabadas por la Corte en febrero de 2018: “A Uribe ni siquiera lo van a tocar… Cuando uno dice ‘¿por qué’: porque está todo para Uribe. Entonces los magistrados van a ir a ver… hijuep… Nadie se va a poner a joder con esa gente ya. Imagínese, una vez esa gente se monte en el país, no vuelve a mirar pa’trás. Cuando arranquen… el que se quedó atrás, se quedó… Entonces lo que yo le quería decir es que usted lo que debe hacer es pasarse para el lado de ese señor…”. Dos años después, septiembre del 2020, la propaganda y la campaña pretenden convencernos de lo contrario.