A quien pueda interesar este texto de una colega (foto)residente en NY que escribe sobre la vida lejos de Colombia.
Carta Desde Nueva York No.4
Para don Oscar Dominguez
Julio 6, 2022
Don Oscar:
Casi no puedo escribirle. Su nombre no salía en FACEBOOK. Mi amigo Diego me dio una mano.
Ahora que está de moda la Comisión de la Verdad, voy a hablar de una reunión anual que desde hace tiempo realizamos un grupo de exiliados colombianos.
Aclaro que es la primera vez que toco el tema en público siguiendo la recomendación de mi cuate Germán Jiménez Morales, quien me aconsejó que escribiera mis emociones íntimas sobre el destierro para incluirlas en mi segundo libro.
Desde hace años, mi amiga Vicky—publicar su apellido no le agrega nada a esta nota—cita a un grupo de amigos a un picnic en su casa de Long Island—a todos nos une el exilio forzado.
Nos echaron por distintas razones que van desde que un narco se haya enamorado de una jovencita agraciada, motivo por el cual ella su novio y sus familias tuvieron que huir, hasta un hombre a quien las FARC le descuartizaron a sus seres queridos porque él no estaba en casa, pasando por personas desplazadas por grupos militares, paramilitares, narcotraficantes, bandas de barrios, líderes sindicales y hasta personal médico, quienes tuvieron la ingrata experiencia de que cualquiera “se enamorara” de ellos para matarlos, por un diagnóstico, o por no poder salvar a un herido o a un perro, o porque alguien de la guerrilla se infiltró en sus oficinas y ayudó a secuestrarlos y a vaciarles sus cuentas bancarias.
Cada historia sería un libro sobre cómo dentro de la mayor adversidad sale el triunfo de la vida, del amor, de la esperanza.
Con los años se han convertido en reuniones muy agradables que hablan de coraje, de valentía, de sentido de superación.
El encontrar el amor, los matrimonios, la llegada de hijos y nietos, el hablar inglés, la compra de la casa propia, el ingreso personal y/o de familiares a universidades de prestigio mundial, los triunfos profesionales, son hechos que poco a poco nos hicieron volver a sonreír, a creer en el amor, a sentir que la vida es hermosa a pesar de todo y que este país nos brinda la seguridad que Colombia no pudo darnos.
Claro que no todo es armonía. Sin excepción, todos añoramos, de alguna manera, a los seres queridos y al país que nos vimos forzados a abandonar. En muchos casos, los amados de nuestros corazones se nos fueron y para siempre.
También está el hecho de que no somos ni de aquí, ni de allá. Ese es un secreto que late en lo profundo de nuestras almas y, a veces, también en las de nuestros hijos y nietos.
Nuestras primeras reuniones fueron un desastre. El llanto cundía por todas partes. Ninguno de los presentes se vino porque quiso. Nos obligaron personas carentes de toda ética y respeto por la vida humana.
Las violaciones de nuestros derechos humanos no fueron un invento de cada uno sino un dolor que aprendimos a manejar, con la ayuda de nuestras familias, amigos, compañeros de infortunio y yendo a terapias colectivas para hablar de nuestras dolencias emocionales y espirituales.
Algunos compañeros todavía se sienten culpables de estar vivos y de vivir cómodamente en Estados Unidos, mientras uno—o varios—de sus seres queridos tuvo que enfrentar a los verdugos de turno, en casi todos los casos perdiendo la vida en el encuentro.
La idea de la primera reunión fue de Martha Noguera, la madre de los delfines Turbay. Martha era la cónsul de cultura y prensa del Consulado de Nueva York y era muy amiga de algunos de nosotros. Se dio cuenta que cuando estábamos hablando entre nosotros y conversábamos sobre nuestras vidas en Colombia, las lágrimas se nos escapaban no importaba que tan exitosa fuera nuestra actual situación.
Martha tenía una finca en Connecticut y allá nos invitó la primera vez. Más que una agradable reunión de fin de semana parecía un funeral. Hubo un momento en que todos los colombianos desterrados comenzamos a llorar en coro. ”?Que pasó?, ?Alguna mala noticia?”, preguntaban nuestros cónyuges angustiados.
Una de las asistentes era médica y les explicó en inglés lo que nos pasaba. Casi todos estábamos casados con estadounidenses. Mi marido, quien tuvo psicología como su grado menor en la universidad, nos sugirió que nos quedáramos hablando solos que eso nos iba a ayudar mucho para la recuperación emocional.
El hablar entre nosotros de nuestra situación, la de nuestras familias nos fue calmando el dolor interior y la congoja. “Es como una llamarada de cosas. No es sólo dolor. Es rabia. Es frustración. Es impotencia. Es encono. Es luchar contra molinos de viento”, explicaba María, una joven llanera, violada por treinta hombres y salvada por una ONG.
Con el paso del tiempo, “la llamarada de cosas” se fue calmando. Uno a uno entramos en otra etapa: la búsqueda de nuestro nuevo ser. Me di cuenta que por encima de todo yo era periodista. Puedo ganar mucho más dinero como especialista del mercado hispano, pero prefiero el periodismo.
Ya tengo todo listo para el picnic de Vicky. voy de yines a preparar el sancocho, al mejor estilo de Santa Rosa de Osos, la tierra de mis mayores.