Carta a Robinson Crusoe

Luis Carlos Galán, siempre

Por Óscar Domínguez Giraldo

Amaneció bonito este domingo (agosto 21 de 1989). Por lo menos en Bogotá. Como para ir a misa en la mañana y en la tarde sentarse a ver  a  la selección de fútbol por televisión.

Le seguiré diciendo señor Crusoe, doctor Luis Carlos Galán, porque usted adoptó como seudónimo de faenas periodísticas el nombre del héroe de Daniel Defoe, a quien declaró su personaje inolvidable en la ficción cuando respondió el cuestionario de Proust.

Hoy en Colombia todos somos de alguna manera Robinsones despistados sobre todo pensando en la ironía que nos depara el día de su entierro en el Cementerio Central, en el pabellón de los inmortales, al lado de los expresidentes López Pumarejo, Laureano Gómez, Rojas Pinilla. 

La ironía consiste en que tendremos exequias suyas en la mañana y fútbol en la tarde.

Es como si nos hubiéramos vuelto locos, los dueños del manicomio incluidos después de que fuera asesinado un símbolo (usted) que se aprestaba a imponer desde la presidencia el ritmo comunero que impregnaban sus tesis.

Le doy dos chivas, ya que usted sudó cuartillas desde el periodismo. La primera: a  partir mañana  lunes, no lo dudo, ingresará usted al santoral del pueblo en el Cementerio Central. Conoce la costumbre: cuando los demasiado buenos mueren, la gente los incorpora a la lista de sus santos preferidos y les piden milagros.

Ya veo la procesión de gente perpleja contándole sus cuitas ante la tumba donde yace una ilusión asesinada. Lo siento por algunos de los que serán sus compañeros de eternidad: usted les arrebatará flores y feligreses.

Chiva número dos: esta mañana, mientras compañeros de colegio de su hijo mayor, Juan Manuel, lo despedían con música barroca en el Salón Elíptico, cuando la multitud vio llegar a la Plaza de Bolívar a su jefe de campaña, César Gaviria Trujillo, comenzó a gritar: “Gaviria, Gaviria, Gaviria”.

Otros fueron más allá y corearon: “Gaviria, presidente”. ¿Será que los leguleyos de oficio encuentran un orificio en los estatutos que permitan sacar adelante esta opción que permita a quienes fuimos de-votos suyos, seguir al pie del cañón galanista?

Con su partida, señor Crusoe, los colombianos quedamos pagando escondederos a peso. ¿Qué pensar? ¿A quién creerle? Cuando todavía nos estremecíamos con la muerte del magistrado Carlos Ernesto Valencia, la mafia mataba en Medellín al comandante de la Policía, coronel Valdemar Franklin. En la noche usted era sacrificado en Soacha, al sur de Bogotá.

Parece una campaña encaminada a insensibilizarnos, aumentando macabramente la jerarquía de los inmolados.

Imposible no recordar en estos momentos una frase de Martin Luther King citada por la magistrada Graciela de Rodríguez, a la raíz de la muerte de su colega Valencia: “Lo que duele no es la crueldad de los malos, sino la indiferencia de los buenos”. No menciono otras frases porque nos estamos volviendo una casa de citas en medio del dolor.

Recuerdo la vez – no hace mucho- que su gente le celebró sus 25 años de actividad política, allí no más, en la Calle 34 con Carrera 17. Hubo hasta mensaje de su amigo de siempre en el exilio de siempre, Daniel Samper Pizano.

Lo que más me emocionó, aparte del homenaje que se le hizo a su joven integridad y a su inteligencia sin arrugas, fue el reconocimiento que hizo de quienes fueron sus maestros.

Mencionó en primera instancia a su padre, don Mario Galán  Gómez, diminuto en estatura y abundante en años como tantos abuelos. Lo puso por encima de otros maestros suyos: los expresidentes Santos, Lleras, Pastrana, quien lo nombró ministro de Educación cuando a usted apenas le despuntaba el alebrestado bigote, a los 26 años.

Sr. Crusoe: creo que no le quito más tiempo. Así como no se muere la paz cuando muere una paloma, tampoco han acabado la fe en Colombia porque lo mataron a usted. Claro que cuando fui a la farmacia a comprar pastillas que me permitieran reafirmarme en esta utopia, me informaron que de esas pepas ya no venden…

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