Por Gabriel Ortiz
Tradicionalmente el fútbol ha sido una bárbara actividad que divierte a los humanos, desde cuando los ingleses decidieron crear unas reglas e inflar un esférico de cuero que, desde entonces se maneja a las patadas, mientras el público, goza, grita, aplaude e insulta.
Los que no saben jugar, se cuelan en el campo para ofender, atropellar y lesionar a 22 jugadores cuyo error consiste en llegar hasta tres palos con una valla que señala a los ganadores.
Este deporte, el más popular, ameno y animado del mundo, agrupa a practicantes, dirigentes, fanáticos, idólatras, negociantes, hordas y bárbaros, que gobiernan y se entretienen con sus reglas la Fifa, creadas a principios del siglo XX en Suiza. Mueve montañas de dinero y enloquece a las multitudes, mientras ciertas directivas hacen vista gorda, dejando que todo pase en canchas y tribunas.
Tropeles, catervas y bárbaros que mueren por el fútbol y se denominan “barras bravas, son aprovechadas e impulsadas por las malas dirigencias, conforman feroces grupos que vandalizan este deporte y alejan a los aficionados con feroces disturbios que ni las autoridades pueden controlar.
Ciertos directivos, dueños de equipos, técnicos, entrenadores, manejadores de cracks y demás hacen parte del tinglado. Es la maraña que, desde muy temprana edad, sin aporte o permiso alguno, se hace dueña de las estrellas del futuro. No hay derecho humano alguno que cobije a los jugadores. Quien se destaque y no se entregue a la mafia, recibe golpes y patadas que lo malogran de por vida. Nunca como en el mundial de Catar, se había visto un arbitraje tan desastroso, tan truculento y atroz. Ni jueces de tribuna, ni el “video assistant referee”, VAR, fueron tenidos en cuenta.
Así las cosas, directivos, compradores y vendedores de futbolistas, fanáticos, barras, árbitros deben desaparecer de los estadios, porque el más elemental partido está sometido a descarados manejos por parte de los mercaderes que junto con las barras bravas son los enemigos número uno de este deporte. No es extraño encontrar noticias que desconciertan a la hinchada, como aquella que descubre que el Barza y el Real Madrid, corrompen el fútbol, para encabezar las tablas o campeonar por la Copa del Rey.
Lo que ocurrió en Medellín, es apenas una muestra de lo que seguirá ocurriendo con el fútbol en Colombia. Ya habíamos visto imágenes de hechos como el ocurrido en Ibagué, en el partido entre Tolima y Millonarios.
Lo ocurrido en los últimos partidos: Nacional-América y Once Caldas-Palogrande, urgen nuevos aires en el fútbol. Hay que renovar dirigencias y eliminar “contratos” con las violentas barras de delincuentes, como los del sur. Todo hace parte del vandalismo en el fútbol. El Tigre, James y Díaz, deben ser consagrados como, esa sí, una barra salvadora de nuestro fútbol. La fanaticada y especialmente la juventud, lo reclaman.
BLANCO: El nuevo aire que ha tomado el dólar en Colombia. ¿Durará?
NEGRO: Surgen muy buenos candidatos para “desclaudiar”a Bogotá.