Benedetti: ¿todo por el poder?

Armando Benedetti. Foto El Espectador

Cecilia Orozco Tascón

A pesar de que el presidente haya dicho recientemente una de sus crípticas frases: “puede que el señor Benedetti no esté ahí [en una oficina de la Casa de Nariño] más tiempo, puede…”, me hago una pregunta: ¿Qué tiene Benedetti que no tenga nadie más en el mundo, como para que Gustavo Petro, el antiguo investigador de la parapolítica, la narcopolítica y la corrupción estatal, se haya jugado su merecido prestigio parlamentario y la imagen de su Gobierno, ya tan estropeada, por quien podría ser el prototipo de alguno de esos fenómenos de putrefacción que el propio Petro denunció?

Los conocedores del manejo tradicional del poder aseguran, como si fuera lo más natural, que si el mandatario ha decidido arropar a un personaje con tantos cuestionamientos como años tiene de vida, y en contra de lo que indican la moral pública y hasta sus propios amigos, es porque se inclinó por el “pragmatismo” político para ganar las elecciones del año entrante en las que –no se nos olvide–, se votará por su sucesor pero, también, por la renovación del Congreso. Este parecería ser el cálculo del jefe de Estado.

Y, en la tarea de aliarse con los dueños de las elecciones regionales (y sus congresistas) que poco conocen de lealtades ni ideologías, Benedetti encaja perfectamente. No en vano aprendió a columpiarse, desde que era un imberbe en la consecución de votos populares hasta ahora, cuando ostenta título de baquiano en trochas y atajos, entre el extremismo uribista de la derecha y la izquierda del hoy presidente. Según confesión de Benedetti, grabada al parecer por él mismo en momentos en que se expresa con un vocabulario de vulgaridad asombrosa, el recién posesionado “jefe de Despacho” o “jefe de Gabinete” es el autor del triunfo electoral de 2022, que habría logrado de una manera no propiamente correcta (aunque después se disculpó por su presunto estado de ebriedad): “ajá, marica, yo hice cien reuniones, $15 mil millones de pesos… si no es por mí, no ganan” (ver). Por ese escándalo cuyo contenido habría sido entregado por Benedetti a los peores enemigos del presidente causándole un daño inmenso, el mandatario lo sacó del Gobierno. Sin embargo, lo recontrató y lo envió a un puesto de honor que le permitió sentarse al lado de reputados especialistas en economía alimentaria mundial: embajador en la FAO. Sin comprender que había sido beneficiario de un regalo inmerecido, el impredecible Benedetti, en lugar de agradecerle a su suerte y al presidente, se “lució” otra vez: fue protagonista de un episodio de violencia intrafamiliar, cuchillo en mano de acuerdo con los reportes periodísticos, que produjo menciones internacionales de desagradable tono.

Inexplicablemente, poco después regresó al corazón del Ejecutivo: la Casa de Nariño, unas horas como asesor, y a las siguientes como pomposo jefe de Despacho o de Gabinete, un cargo inexistente en los regímenes presidenciales que fue creado por el presumido Iván Duque –en un decreto especial de 2019–, para darle categoría superior a su María Paula Correa (ver) quien desempeñó papel parecido al de Laura Sarabia aunque, por las extrañas veleidades periodísticas colombianas, Correa casi no estuvo en la mira de los medios, salvo una que otra mención negativa (ver). En su decreto, Duque le otorgó tantas asignaciones a su “jefa de Gabinete” que esta ejercía, en ciertas ocasiones, como copresidenta. No deja de causar intriga el hecho de que Petro, quien se para en la orilla opuesta a la de Duque, le haya dado más dientes a esa figura que, con algo de ridiculez, pretende ser más importante que el ya muy destacado cargo de Secretario Administrativo de Presidencia, Secretario General de la Casa de Nariño o Director del Departamento Administrativo, DAPRE. De acuerdo con el decreto de Duque, el “jefe de Gabinete” Benedetti (ver) podrá coordinar a los ministros y sus ministerios; sustituir al ministro del Interior en sus contactos con el Congreso y los partidos; asignar tareas a los directores de departamento y manejar la agenda del presidente, lo que quiere decir que podrá alejar a unos funcionarios o visitantes; darles entrada a otros, y excluir del todo a otros más. Benedetti, el polifacético electorero, el experto en llegar a componendas entre risas y chascarrillos, promete rendir nuevos triunfos en las urnas. Posee un récord anexo: tiene 12 procesos pendientes, unos penales, otros administrativos derivados, justamente, del provecho que habría sacado de sus relaciones con los sucesivos gobiernos a los que ha apoyado y con los contratos a los que ha accedido en su condición de aliado oficial. Pesa sobre sus espaldas una acusación de la Corte Suprema que lo llevará a enfrentar un juicio en uno de los casos menos graves que lo involucra (ver). Y están pendientes otros desarrollos por los presuntos delitos de enriquecimiento ilícito, lavado de activos, hostigamiento y amenazas, interés indebido en contratación estatal, tráfico de influencias, compra de votos, etc. (ver) ¿Es así como Petro quiere ganar la contienda del 2026? ¿Vale la pena entregarle el alma al diablo? ¿Todo por el poder?

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