Por Jairo Ruiz Clavijo
Al igual que el presidente de Brasil, el presidente de Bolivia, Víctor Paz Estenssoro, sube al avión que lo lleva al exilio.
El aviador René Barrientos, dictador parlanchín, domina Bolivia.
Ahora el embajador de los Estados Unidos participa en las reuniones de gabinete, sentado entre los ministros, y el gerente de la Gulf Oil redacta los decretos de economía.
Paz Estenssoro había quedado solo de toda soledad. Con el ha caído, Al cabo de 12 años de poder, la revolución nacionalista. Poquito a poco la revolución se había dado vuelta hasta quedar de espaldas a los obreros, para mejor amamantar a los nuevos ricos y a los burócratas que le exprimieron hasta dejarla seca; y ahora ha bastado un empujoncito para derrumbarla.
Mientras tanto los trabajadores divididos se pelean entre ellos. Actúan como si fueran indios Laimes y Jucumanis.
Pelean los indios Laimes contra los indios Jucumanis. Los más pobres de la pobre Bolivia, Parias entre los parias, se dedican a matarse entre ellos, En la helada Estepa del norte de Potosí, quinientos han caído de ambos bandos, en los últimos 10 años, y son incontables los ranchos incendiados. Las batallas duran semanas sin tregua ni perdón, se despedazan los indios por vengar agravios o disputando pedacitos de tierra estéril, en estas altas soledades a donde fueron expulsados en tiempos antiguos.
Laimes y Jucumanis comen papa y cebada qué es lo que la Estepa, a duras penas, les ofrece. Duermen echados sobre cueros de oveja, acompañados por los piojos que agradecen el calor del cuerpo.
Para la ceremonia de mutuo exterminio se cubren la cabeza con monteras de cuero crudo, que tiene la forma exacta del casco del conquistador.
(Arturo G. Gandarillas, “Detrás de linderos del odio. Laime y Jucumanis, diario Hoy, La Paz, 16 de Octubre de 1973)Jairo Ruiz Clavijo