Arturo Menéndez Vall Serra: “Pasé toda mi vida viendo noticias”

Arturo Menéndez Vall-Serra

Por Guillermo Romero Salamanca

Era habitual su ejercicio diario en la carrera 16 número 36-55 en la sede de El País, en Bogotá. Tipo ocho y algo de la mañana aparecía caminando, pensativo, con su delgada figura, saludaba a doña Carmen quien de inmediato le servía su bebida preferida: un tinto. Ya venía fumando.

–¿Qué hay de nuevo?, preguntaba y seguía al segundo piso donde funcionaba el Centro Informativo El País –CIEP–. Tomaba uno de los ejemplares de alguno de los periódicos que circulaban en la sala de redacción, lo llevaba a su escritorio y buscaba con afán la página económica.

Comenzaba el consejo de redacción con la presencia de Luis Felipe Salamanca, Camilo Tovar, Gloria Umaña y otros dos comunicadores y de inmediato Arturo comenzaba con los hechos económicos del día. El hombre se desenvuelvía en el tema con sabiduría. Le obsesionaban las subidas y los precios del barril del petróleo, el oro, el dólar, las libras esterlinas, pero sobre todo del café.

De hecho, siempre asistía a las ruedas de prensa de la Federación Nacional de Cafeteros donde le tenían respeto por sus comentarios.

En uno de esos encuentros ocasionales que tuvimos, lo hallé caminando por la séptima con avenida 19. 

–No camines tan rápido que te vas a caer, le dije.

Soltó su ronca carcajada y de inmediato, en una cafetería del lugar, llegaron los tintos y él sacó su caja de cigarrillos, su compañía infaltable.

“Mi abuelo, mi padre y yo, nos gastamos nuestras vidas en el Periodismo”, contó y sacó de su billetera uno de los primeros carnés del Círculo de Periodistas de Bogotá (CPB). Era, precisamente el 040, de don José María Vall Serra, su abuelo materno.

“Mi abuelo, agregó, llegó al país en plena Guerra Civil Española. El mismo Francisco Franco lo mandó matar, pero alcanzó a huir y llegó a Colombia. Fue cronista taurino, se casó con doña Isabelita González y tuvo un hijo sacerdote jesuita que fue jefe del Departamento de Radio y Televisión de la Escuela de Cuentas de Comunicación Social de la Universidad Javeriana…”, narró con excelente memoria y prosa, sin descanso, unos 20 minutos más, sin interrupciones. Él, casi siempre, hablaba hasta cuando se le acababan los chicotes.

De vez en cuando lo hallaba cuando iba raudo por Teusaquillo para la agencia EFE. “Hermano, volvió a bajar el café”, decía.

En un noviembre del recuerdo, gracias a la invitación de Gloria Umaña pasamos con Jorge Téllez, Luis Felipe Salamanca y Camilo Tovar una mañana soleada en las montañas de Suesca.

Arturo tuvo ocasión de rememorar los altibajos del café, de cómo iba la economía y de una que otra anécdota del periodismo. Se sabía todos los intríngulis del Banco de la República, el Ministerio de Comercio, las federaciones y las redacciones. Como muchas veces, soltó su reconocida carcajada en esa espléndida montaña donde tuvo un café especial preparado por la periodista Gloria Umaña.

Fue un gran coleccionista. “Esto lo heredé de mi padre quien era un gran coleccionista. Teníamos en nuestra casa, en el barrio Contador, un tren alemán, marca Marklin con túneles, puentes, pueblos enteros, cambios de vías que mi papá iba aumentando día a día. Eran unas 20 máquinas y se movían en un espacio de unos 20 metros cuadrados. Él era un aficionado a las pequeñas y más curiosas máquinas”, rememoraba con gran emoción.

Durante más de 50 años Arturo Menéndez tuvo un oficio: Periodista. Escribió en El Siglo, El Espectador, las Agencias CIEP, EFE y Colprensa. Laboró en diferentes oficinas de prensa y entrevistó a ministros, directivos cafeteros y economistas. 

Pasó por el CPB donde ejerció con rigidez el cargo de Tesorero. 

Un día nos dieron una noticia poco alentadora: Arturo, luego de haberse retirado a vivir a Tunja –“¿A Tunja?”, dijimos en coro, quienes supimos del hecho– estaba viviendo en una casa de reposo, según dijeron.

Con Gloria Vallejo, presidente del CPB en ese momento y Javier Baena, del comité de ética de esa junta, fuimos a visitarlo.

Lo vimos bien. Con su cigarrillo y su tinto, entretenido mirando CNN.  “Es un canal que lo mantiene a uno con la noticia al instante”, comentó mientras observa la gigante pantalla que trajo información sobre el Coronavirus.

No había perdido la picardía que le acompañó siempre. Muy ágil para sacar conclusiones y dijo, incluso, que una de las mejores soluciones para Bogotá sería hacer una gran región. 

El gran Javier Baena, le preguntó por el amor de su vida. “Juliana es el amor de mi vida, es mi nieta, tiene 18 años y mide un metro con ochenta. Estoy feliz porque espero verla en un par de meses cuando vaya a visitarla en Madrid”.

“¿Qué lo pone a pensar en estos días?”, le interrogaron y sacó entonces un cuadro pintado por su hija Mildred y leyó lentamente la frase que lo encabeza: “¿Cómo vas en aritmética? Papi, sumar y multiplicar es muy fácil. Pero es que restar y dividir, que es lo mismo, pero al revés, es muy difícil”. Lo leyó dos veces.

–“¿Cómo es un día suyo ahora?”, le preguntó la presidenta.

–“Mire, yo me levantando a las 6 de la mañana, me dan un desayuno de categoría, luego hay una actividad, después veo televisión, camino un rato, me fumo un cigarrillo –ya no son sino tres al día, antes eran tres paquetes—después viene el gran almuerzo, una siesta, más noticias, leer y más televisión, tengo computador, pero la verdad, escribo muy poco. Ya escribí todo lo que debía redactar”, apuntó.

–“¿Qué le apasiona?”,

–“Lo de siempre, mi santafecito lindo. Esa es la pasión del pueblo”, concluyó soltando su carcajada típica.

Ni modos de contarle ahora que justo el día de su despedida, su equipo perdió vergonzosamente 2-0, echaron al técnico y el presidente culpó a la hinchada, el barril del petróleo está a US 75.50, el dólar está por los 4.600, la libra de café está a 2 dólares con 30 y el valor de su amistad, su alegría y su buen humor, no tienen precio. No habría cómo pagarlo. 

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