Por Óscar Domínguez G.
A los años bisiestos los vemos venir en el almanaque Bristol de nuestras vidas y tomamos precauciones. No son de fiar. Algo malo se trae un mes que tiene un día más. Alguien nos puede traicionar. O engañar.
Como engañó Colón el 29 de febrero de 1504 cuando llegó con sus averiadas naves a Jamaica.
Como sus anfitriones nada querían saber del genovés y su corte, les cortaron los servicios: cero comida. A bordo no había con qué envenenar una cucaracha. Y Colón ruegue hasta en el esperanto de los gestos. Y de los dedos. Iba con harto oro robado pero sin comida. Algo así como morir de sed junto a la fuente.
Pero el que tiene la información tiene el poder. Colón andaba de la ceca a la meca con su almanaque Brístol de pared. Y vio lo que venía: un eclipse lunar. Aquí que no peco, dijo don Cristóbal, y les anticipó a los indígenas que por su espléndida tacañería algo maluco vendría del cielo antes de que terminara el día.
Y con precisión de reloj egipcio de arena ese 29 de febrero hubo eclipse. Aterrados, los anfitriones bajaron la guardia, abrieron el bar y la alhacena y Colón y los suyos pudieron yantar y llevar mecato para la larga travesía de regreso a casa.
Hace poco le oi decir a un bisiesto: “Todo lo del pobre es robado: soy rico un día más cada cuatros años, y eso es suficiente para que 2024 se convierta en incómodo año”.
Es injusta tanta mala prensa para un pobre bisiesto. No hay caridad con un año y sobre todo con un mes hecho con restos de horas. Porque febrero es como un sobrado de tigre, el Blas de Lezo del calendario: toma horas, minutos y segundos que le sobran al rico epulón llamado tiempo, y va armando su día. Hasta a los relojes les da pereza dar la hora en febrero. Sobre todo las 13.13.13.
Carátula del Bristol del último bisiesto de 2020. Estoy esperando que rebaje el del 2024 para comprarlo…
También le oí decir al 2024: “Como Don Fulgencio, no tuve infancia. Como Homero Simpson, no tuve niñez. Soy un lapsus del almanaque. Mes bonsái, más me valdría no haber nacido”.
A manera de indemnización, febrero se regaló vírgenes como arroz: Águeda, Apolonia, Escolástica. Y Eulalia, nombre en el que dos consonantes eréctiles se van de orgía con vocales deshinibidas.
No todo es malo: “Lo que el viento se llevó” gano 8 óscares un 29 de febrero.
Los padres del compositor italiano Rossini y de Pedro Sánchez, actual presidente del gobierno español, se dejaron de bobadas y trajeron a sus críos el vapuleado día 29.
Que solo cumplan cada cuatro años no es problema: los agraciados apagan velitas y reciben regalos un día antes o uno después, y adiós agüeros.
Todo este aperitivo para exigir manos fuera del bisiesto. Y de febrero. Ojalá, en represalia, el mundo no se acabe el 29: nadie lo creería. (Líneas pasadas por el quirófano).