Amores platónicos

Flores y mimo

Por Oscar Domínguez G.

Aunque poco que ver en Colombia con san Valentín, aprovecho para hablar de esos amores platónicos que suelen tener la edad de nuestros sueños, como escribió un desolado cronista francés a la muerte de la alemana Marlene Dietrich quien era sexi hasta cuando dejaba el jarrete al desnudo, como en la película “Vuelve, Dextry”.

Platón, que les prestó su nombre, los define como amores no correspondidos. Mi primer amor platónico-teológico fue mamá Eva. La conocí en las viñetas que traían los textos de historia sagrada de Bruño. En ese erotismo incipiente de los años tiernos, la mera hoja de parra me alborotaba la bilirrubina. Así la hoja no se le cayera nunca. Con razón Mark Twain termina su “Diario” con este epitafio de Adán: donde ella estaba, allí estaba el Edén. 

Caí luego en brazos de Jane (Parker), la mujer de Tarzán.  Fue amor a primera vista el que tuve con  Maureen O’Sullivan, siempre ligera de equipaje. Habría vendido mi alma al gato a cambio de un desdén suyo. Don Pedro, el proyectorista del cine parroquial tenía orden de tapar con la mano las escenas donde se daba un beso con Tarzán lo que triplicaba el misterio. Y las ganas.

G (he cambiado la consonante inicial de su nombre para proteger su identidad): Tendríamos diez años y compartíamos barrio Aranjuez, en Medellín, donde me enamoré de sus trenzas, de su piel y de sus pecas que hacían de su rostro un cielo estrellado, como se les dice a las pecosas para indemnizarlas. Yo le llevaba tres meses y dos sueños eróticos de edad. Ella me abochornaba con sus ojos perturbadores, repetidos, como los punticos de la diéresis.  Lo nuestro fue devastador, para mí un tsunami platónico… porque nunca supo de mi amor. Tampoco se enteró de que cuando no me determinaba en la calle me volvía ateo. Si no me volví anoréxico es porque entonces “eso” no se usaba. Como no podía viajar a  Estados Unidos a hacerme operar de su desamor, me alivié cuando en casa nos fuimos a  vivir a ochenta a cuadras “luz” de su desdén.

Tuve un capricho pasajero con la sota de bastos que descubrí en las cartas de la baraja española. La traga se me pasó viendo pasar el tranvía. O al señor de las paletas que anunciaba su gélido producto con la música de “Para Elisa”, de Beethoven.

Nunca le perdoné a María Félix, Ceja de Lujo, prohibida para todo católico por un arzobispo de Medellín, que saliera con un paraguas debajo del brazo llamado Agustín Lara. El poeta francés Jean Cocteau me madrugó con un piropo que me habría gustado echarle: “Era tan bella que hacía daño”. Tampoco le perdoné nunca que hubiera desairado en Paris al pintor Luis Fernando Mesa cuando este se le acercó en una recepción que había visto todas sus películas. Lo mandó pa’l carajo cuando supo que era paisana del arzobispo que le hizo el favor de prohibirla.

También flirteé con paisanas de la Félix  como María Luisa Pelufo, Ana Berta Lepe, Evangelina Elizondo, Elsa Aguirre.

Otra enamorada platónica  la viví por cuenta de Brigitte Bardot, apta solo para mayores de 21 años, según la censura de las películas que preparaba para El Colombiano el padre Fernando Gómez Mejía. Ahí fue Troya. Llegué a sentir celos del menso del Roger Vadim quien la llevó al cine, al altar y le gastaba almuerzo en Maxim’s. 

Cuando el padre Rafael García-Herreros la invitó a un Banquete del Millón decidí que agarraría el primer bus de la Magdalena para ir a conocerla. Finalmente no vino pero en el mensaje en el que finalmente le dijo no, le aclaró al padre Rafael: “No soy una pecadora, solo soy una mujer que sabe amar”.

Marilyn Monroe fue “mía, mía nada más”, como dice el bolero. La descubrí en las bellas fotos que publicó la revista Life saliendo de una piscina. El stradivarius del sexo tenía mal gusto: dormía con una pelota de béisbol llamada Joe DiMaggio. Y se entendía con los hermanitos Kennedy. En este caso me declaré cornudo por partida doble. MM le confesó a Truman Capote (en “Música para camaleones”) que le habría gustado una vida simple, con un marido al cual prepararle el desayuno. Sentí que alguien estaba hablando de mí.

No puedo seguir revelando todo mi prontuario platónico. No está bien contar plata delante de los pobres. Aunque debo confesar que envidié a Carlo Ponti por haber conquistado a Sofía Loren. Bueno, más que a Ponti envidié a Marcelo Mastroiani a quien habría remplazado gustoso como extra en las escenas de alcoba.

Tampoco daba sueño ver a Claudia Cardinale con su sonrisa de Gioconda. No le perdía película a esa receta de mujer “intitulada” Gina Lollobrigida.  Ni a esa boca con fémina detrás llamada Mónica Vitti quien nos dijo adiós hace poco.

No les quitó más tiempo. Perdonen la vanidad. Ahí les dejo mi prontuario erótico. (Linas sometidas a latonería y pintura).

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