

Daniel Samper Pizano
En el desarrollo de la enfermedad del poder —que se parece mucho a la droga por la potente adicción que crea y los trastornos que provoca— hay en momento en que el gobernante comienza a oír voces. Son las del Diablito del Quédate. Suele ocurrir cuando se acerca el final de su período. El Diablito del Quédate habla al oído del poderoso y le murmura cosas de este calibre: Estás haciendo un magnífico trabajo, quédate… Mereces terminarlo… No permitas que tus enemigos vuelvan trizas lo que has construido… Solo tú puedes rematar lo que está en pleno desarrollo… Eres indispensable… Quédate, hazlo por el bien de la patria…
El Diablito es persistente y convincente, por lo cual más temprano que tarde el poderoso se ve forzado a tomar una de las decisiones que aletean a su alrededor. La primera fórmula, la del juego limpio, le aconseja respetar las reglas que aceptó en su carrera hacia el mando. La fórmula dos, la del juego doble, señala que retorciendo algunas cosas e incumpliendo otras es posible quedarse con el ratón y el queso. La tercera fórmula, la del todo-vale, consiste en asestar una patada a la mesa y acudir a cualquier mecanismo o recurso que le permita al aprendiz de sátrapa “seguir prestando sus desvelados servicios al país”, sin lealtad a juramentos, promesas ni palabras empeñadas.
En el mapamundi abundan los ejemplos del catálogo completo, pero vamos a limitarnos a la región latinoamericana.
Salvador Allende es buena muestra del primer caso. Como presidente socialista de Chile juró acatar la Constitución y las leyes, y lo hizo con tal firmeza que, a pesar de sus discrepancias con el sistema, acabó dando la vida por ellas y se convirtió en una leyenda de la democracia.
Asesorado por el Diablito del Quédate, Nicolás Maduro es prueba de la segunda categoría. Mantiene su autoritario régimen vestido con un disfraz de legalidad pero no vacila en echar mano a farsas electorales, remiendos institucionales y trucos de la peor prestidigitación política.
Maestros en la tercera vía —la dictadura descarada—, Daniel Ortega y señora presiden en Nicaragua una vulgar tiranía que impone normas a su amaño y persigue con sevicia a sus adversarios, compatriotas que en tiempos mejores fueron aliados suyos.
El Diablito del Quédate ha tentado a todos los políticos, pinchado a muchos y ensartado en su tridente a varios. La historia reciente de Colombia no puede olvidar las artimañas y sobornos a los que acudió en vano Álvaro Uribe Vélez cuando, inspirado por el pequeño demonio, intentó clavarnos un tercer periodo presidencial consecutivo. Más lanzado, el general Gustavo Rojas Pinilla visos proceros hace setenta y dos años al tomarse el poder con la promesa de restaurar de inmediato la democracia conculcada por Laureano Gómez. No fue así. Meses después sufrió un ataque de Quédate y acabó derrocado al cambiar sus apuestas iniciales por una dictadura de bolsillo.
Gustavo Petro empezó como Allende: procurando consolidar un mandato de ancho espectro partidista y vocación transformadora sin faltar a su juramento de respeto a las leyes. Sin embargo, antes de un año escuchó las prédicas del Diablito y optó por un gobierno de claustro en el que solo caben los suyos.
Tamaño timonazo abrió las puertas a muchos incapaces, soliviantó a los corruptos, inoculó inestabilidad, debilitó el músculo administrativo, favoreció la vanidad principesca del mandatario, estimuló la adulación, doblegó ciertas reglas del juego limpio e impulsó al Gobierno a la demagogia y el abuso de sus privilegios. Fue así como acabó enfrentado a las otras ramas del poder público, incluida la prensa, y en actitud belicosa con todo el que se muestra preocupado por lo que ve o protesta por lo que avizora.
El uso electoral desmedido de la televisión pública, las invitaciones a que el pueblo se tome las calles, los enfrentamientos con el Congreso y las advertencias a las Cortes son consecuencia del paso que está dando Petro de la fórmula uno a la fórmula dos. El presidente mira hacia el pasado y entiende que solo ha podido cumplir unas pocas de las buenas intenciones que llevaba revueltas con utopías como el tren de costa a costa y universidades imposibles. Mira hacia el presente y ve un gobierno despiporrado (palabra suya) por culpa de manejos torpes, incapacidad, peleas internas, falta de ejecución y escándalos que opacan los logros positivos. Mira hacia el futuro, ve que le quedan solo dieciséis de los cuarenta y ocho meses de gobierno para los que lo eligieron —apenas un treinta por ciento— y comprende que, como van las cosas, la izquierda perderá el poder. Y se angustia. Y se encrespa. Y decide entonces ensuciar el agua con discursos, insultos, riñas interinstitucionales y apelación a las masas, para ver si de esta manera logra mejorar la pesca electoral, que se anuncia pobre.
No es el único. Trump ya habla de un tercer cuatrienio que la Constitución de Estados Unidos no contempla.
No preste atención al Diablito del Quédate, señor presidente. Juegue limpio. Verá que recoge algunas consecuencias desagradables. Pero al menos permitirá que un día los ideales de justicia social que usted defiende tengan, como Aureliano Buendía, una segunda oportunidad sobre la tierra.
ESQUIRLAS.
1: Es un acierto de Petro comprar aviones de combate a Suecia, país de sólida tradición pacifista, y no premiar a quienes están sembrando la injusticia y la muerte, como Estados Unidos e Israel.
2: El Congreso estudia la declaración de la carranga como parte del patrimonio cultural colombiano. La música del altiplano y Jorge Velosa lo merecen.