Cuando los medicamentos para perder peso afectan a un matrimonio

Jeanne y Javier han estado casados 15 años.Credit...Katherine Wolkoff para The New York Times

Por Lisa Miller

Lisa Miller entrevistó a más de dos decenas de personas sobre los efectos que los fármacos para adelgazar han tenido en sus relaciones sentimentales.

Cuando Jeanne comenzó a pensar seriamente en tomar Zepbound, uno de los fármacos para adelgazar de nueva generación, tuvo una brevísima conversación con Javier, su marido. Estaban en su habitación, vistiéndose y cepillándose los dientes apresuradamente durante ese estrecho intervalo matutino antes de que su hijo de 12 años se fuera a la escuela y empezara la jornada laboral de Jeanne. Más que un diálogo, fue una transmisión rutinaria de datos domésticos, junto con la lista de las compras del Costco.

Me gustaría probar esto”, le dijo Jeanne a Javier.

“Bueno”, respondió Javier.

La decisión fue fácil, tanto para Jeanne como para Javier. Jeanne, que tiene 53 años, ha luchado con su peso desde el quinto grado, y los análisis de sangre de un reciente examen médico indicaban que su enfermedad del hígado graso había empeorado. “Ese fue el catalizador”, me contó Javier en la amplia cocina de su cómoda casa de Nueva Inglaterra, donde a través de un ventanal se veía una hamaca vacía que se balanceaba en el gélido viento de enero. En su estudio, cerca de ahí, se oía a Jeanne participando en una conferencia telefónica. Cuando tomaron su decisión, a finales de 2023, los efectos del medicamento aún eran conceptuales, y la postura de Javier no era complicada. Estaba “totalmente decidido”, comentó. Javier, que también tiene 53 años, se considera el tipo de persona que ve el vaso medio lleno; tiene un profundo deseo de ayudar a los demás, y el apoyo que le brinda a su esposa es inalterable. “Nunca se me ocurrió preguntarme: ‘Bueno, ¿qué significa esto para nosotros?’”.

Jeanne tomó su primera dosis de Zepbound el 7 de marzo de 2024. Desde entonces, ha perdido 27 kilos; un estudio de imagen del hígado reciente no mostró signos de enfermedad. Jeanne ahora usa términos como “te cambia la vida” y “milagroso” para describir los resultados. Pero ni Jeanne ni Javier (quienes pidieron que se usara su segundo nombre para proteger su intimidad) podían haber anticipado la alteración que el uso del medicamento crearía en su matrimonio de 15 años: una alteración que no solo ha cambiado radicalmente su peso y su apetito, sino que también parece haber forzado una completa renegociación de sus condiciones matrimoniales. Están enfrentando, minuto a minuto, una reconsideración de lo que aman el uno del otro, de lo que sienten cuando se ven al espejo, de lo que les excita. Desde que ella empezó a tomar Zepbound no han tenido relaciones sexuales.

Javier parece desconcertado por los cambios que experimenta su esposa. Dijo que está en proceso de duelo por la pérdida de la mujer con la que se casó, empezando por su ser físico. “Me encantaba sentir su cuerpo, su gran cuerpo, junto a mí en la cama, su suavidad. La barriga extra y el trasero extra me reconfortaban y tranquilizaban”, afirmó. “Extraño eso. La voluptuosidad, poder inclinarme a su lado y sentirla, a falta de una mejor palabra, cubriéndome. Eso ya no es una opción”.

Antes de recetar estos fármacos, los médicos responsables informarán a los pacientes sobre los conocidos efectos secundarios—diarrea, estreñimiento, náuseas, vómitos, dolor de cabeza—, así como la necesidad de modificar la dieta y el ejercicio. También explicarán el esquema de dosificación y, posiblemente, hablarán sobre el costo. Más o menos hasta ahí llega la orientación profesional. Sin embargo, los efectos de la pérdida de peso extrema en las relaciones amorosas pueden ser profundos. La primera y más completa investigación relacionada con el tema se remonta a 2018, cuando un equipo de epidemiólogos suecos publicó un estudiosobre el impacto de la cirugía bariátrica en el matrimonio. Descubrieron que, tras la intervención, las parejas casadas tenían más probabilidades de divorciarse o separarse que las de un grupo de control, mientras que las personas solteras tenían más probabilidades de casarse. En las parejas, “hay tanto empeño en que no cambie nada”, dijo Robyn Pashby, psicóloga clínica especializada en temas relacionados con la pérdida o el aumento de peso. “Cuando una persona cambia, cambia el sistema. Rompe ese contrato tácito”.

Jeanne y Javier están de acuerdo en que los últimos 10 meses han sido los más duros de su vida matrimonial, más que la depresión posparto de Jeanne o su decisión de que Javier se quedara en casa como padre de tiempo completo y dependa del empleo corporativo de Jeanne. Durante años, de manera ocasional, cada uno ha ido a terapia; desde que Jeanne empezó con el Zepbound, van a terapia de pareja. “Le he dicho: ‘No te reconozco. Necesito un mapa’”, afirmó Javier. “Creo que se ha convertido en otra persona”.

Hace poco, el terapeuta de Javier le envió un enlace a un plan de tres fases para parejas que desean reactivar su vida sexual. En la primera fase, ambos permanecen completamente vestidos. Uno toca al otro en todas partes excepto las zonas erógenas, mientras la persona que está siendo tocada dice qué le gusta y qué no. Luego cambian los papeles. Jeanne y Javier lo probaron una vez. “Lo disfruté mucho”, asegura Javier. Pero cuando le preguntó a Jeanne si quería hacerlo otra vez, ella dijo que no, que no estaba preparada. “Eso me estresa, porque ¿cómo voy a reconectar físicamente con mi esposa si ella no aprecia ni le gusta ni quiere que la toquen?”, dijo. Su cuerpo es “algo nuevo y excitante para mí, y me gustaría explorarlo”.

Jeanne, que luce una generosa sonrisa, se siente como si estuviera mudando de piel. “Estoy en plena transformación”, explicó. “Como si no me hubiera puesto al día con mi cuerpo”. Afirmó que su principal experiencia del último año, aparte de la radical disminución de su apetito, ha sido el descubrimiento de sus propios límites y la capacidad de hacerlos valer. Su temperamento es el de una persona complaciente, y ahora Jeanne ha notado que le resulta más fácil decir que no, tanto en el trabajo, en situaciones sociales y con la familia ampliada, como con Javier. Su habitación es donde sus nuevos límites se han presentado con mayor claridad. No ha querido tener sexo en al menos cinco años, me contó, pero hasta marzo del año pasado, accedía. “Sentía que era mi responsabilidad y quería resolver este problema”. Me dijo que quiere querer tener relaciones sexuales, pero que actualmente no es así.

Javier supone que la actual falta de interés de Jeanne por el sexo podría estar relacionada con el Zepbound, razonando que un fármaco que reduce las ansias de comer podría amortiguar también el interés por otros placeres. Algunos estudios observacionales a pequeña escala han mostrado una reducción del interés sexual, especialmente entre los hombres que toman el medicamento. Sin embargo, según los resultados de ensayos a gran escala, publicados en 2024 en la revista Diabetes, Obesity and Metabolism, los agonistas del GLP-1 —la clase de fármacos que imitan los efectos de la hormona natural que ayuda a regular el azúcar en sangre, la digestión y el apetito— pueden aumentar el deseo sexual. Jeanne también espera que su libido disminuida pueda tener otra causa: ha tomado antidepresivos de manera esporádica desde que nació su hijo, y recientemente pasó por la menopausia.

Mientras tanto, sus peleas se han vuelto más frecuentes y feroces. Un desacuerdo trivial sobre quién dijo “gracias” y en qué tono puede producir un estallido, luego se reduce a una tregua básica, con Javier retirándose al sótano donde tiene su colección de máquinas Peloton de última generación, y Jeanne regresando a su trabajo. Sus peleas tienen “mucha carga”, dijo Jeanne en una conversación. Javier estuvo de acuerdo. “Está acumulado. Es algo que se ha estado reprimiendo, y de repente, la represa se rompió y te viene encima”, dijo. “Este último año ha sido muy, muy, muy desafiante en muchos sentidos”.

“Nunca se me ocurrió preguntarme: ‘Bueno, ¿qué significa esto para nosotros?’”

Hablé con unas dos decenas de personas sobre los efectos de la medicación con GLP-1 en sus relaciones y me sorprendió la frecuencia con la que mencionaban la alteración (o a la ansiedad ante la posibilidad de la alteración) de hábitos ordinarios establecidos mucho tiempo atrás. Hablaban de perderse la apreciada hora del cóctel, las citas para hacer la compra en Wegman’s, las relaciones sexuales habituales, las comidas en restaurantes. “Nadie quiere llevarme a cenar y verme comer medio trozo de pan”, me dijo un neoyorquino de 40 años. La comida y la intimidad física son, por supuesto, necesidades humanas esenciales, pero también representan mucho más: seguridad, placer, comodidad, amor, una sensación mutua de dar y recibir. Es por eso que la alteración repentina de estas rutinas puede traducirse en una pérdida de identidad compartida. Las parejas hablaron de perder el sentido de sí mismas como “amantes de la comida” o “gente fiestera” o “gente sexi” o “atletas” o “los que comen waffles los fines de semana”. Las parejas más satisfechas, quienes declararon tener menos fricciones domésticas, parecían cohabitar con soltura en torno a las expectativas silenciosas de la vida en pareja. No consideraban sacrosanta la hora de la cena. No se aferraban demasiado a ideas preconcebidas sobre la frecuencia de las relaciones sexuales. Podían preparar una lasaña especial sin ofenderse porque su pareja, que solía ser voraz, ahora solo pica un poquito.

Sin embargo, lo más frecuente es que las parejas se vean sorprendidas por la agitación que pueden causar los fármacos para adelgazar, a veces antes de que nadie tome una sola dosis. Hablé con dos mujeres de Virginia que se conocieron como competidoras de élite de piragüismo. Ambas tienen sobrepeso, pero solo a una de ellas se le puede recetar el medicamento. “Me siento inútil, olvidada, abandonada”, dijo la que no puede obtener la receta. Ambas esperan ansiosas la disparidad de sus apetitos. Una joven madre de Ohio que se está recuperando de un trastorno alimentario observa con cierta alarma cómo su marido recibe constantes cumplidos sobre lo bien que se ve ahora tras perder peso con el medicamento. Un profesor universitario me dijo que la corpulencia de su mujer le resultaba erótica y que, aunque no quería juzgar las decisiones que ella tomaba con respecto a su cuerpo, a medida que ella adelgaza le preocupa su conexión sexual. Una mujer de 29 años del sur de Estados Unidos describió cómo perder casi 27 kilos de pronto la ha hecho sentirse abrumada por su marido, quien es mayor. Ahora que se siente más atractiva y más de su propia edad, su marido —con su prominente barriga y su abuela anciana que necesita cuidados constantes— resulta menos atractivo, y ella se distrae con un flirteo continuo con un amigo de la familia. Una abogada del estado de Washington dejó a su marido tras perder 23 kilos con Zepbound. Cayó en la cuenta de que su cuerpo más grande le daba “una sensación de seguridad” a él: le gustaba que ella no se sintiera segura ni atractiva, dijo. “Para él era como: ‘Genial. No me va a dejar’”.

Hablé con una pareja de Orlando, Florida, que luchaba por traer el equilibrio de vuelta a una vida familiar que alguna vez fue predecible. A Vincent Hsu le recetaron Mounjaro en diciembre de 2022, luego de que sus marcadores de diabetes subieran a un nivel preocupante. Desde entonces, Hsu, quien es médico en Orlando, ha perdido 18 kilos, un logro que le ha hecho sentir “como si tuviera poderes que nunca había tenido”, me dijo en una videollamada. Hsu, que corría ocasionalmente cuando tenía más peso, se unió a un club de corredores con colegas del hospital en la primavera de 2023. Desde entonces, ha corrido seis medios maratones y dos maratones completos y —ahora más ligero y sin dolores articulares— fue lo bastante rápido como para ganar un premio en su grupo de edad. Al hablar de la manta que ganó en el Medio Maratón de las Fuerzas Aéreas en septiembre de 2024 parecía un niño orgulloso, desviando la mirada durante nuestra videollamada, y luego volteando hacia mí, radiante. “Es solo que nunca pensé que pudiera ganar premios por actividad física, sabes, y casi se me saltan las lágrimas”.

La pérdida de peso y las carreras han causado tensiones en su matrimonio. “Grace me decía cosas como: ‘¿Qué? ¿Vas a correr otra vez?’”, dijo. En pantalla, Grace, una enfermera administradora que está un poco rellenita, estaba sentada detrás de él y se echó a reír. En su momento de mayor delgadez, Hsu, que mide 1,78 metros, había bajado hasta los 56,5 kilos. “Vincent creía que eso era atractivo”, explicó Grace, “pero no, comenzaba a verse demacrado, como un anciano”. Siempre estaba corriendo y estaba de mal humor en casa, y Grace empezó a preocuparse por él. Su libido disminuyó; su vida sexual también. Cuando ella le agarraba el trasero, podía sentir los huesos.

Presionado por su mujer, y basándose en su teoría compartida y no comprobada de que la pérdida de masa muscular había mermado su testosterona, Hsu comenzó a entrenar con pesas y a aumentar las proteínas de su dieta. También ha empezado a espaciar sus dosis de Mounjaro más de lo que le receta su médico y ha recuperado 4,5 kilos. Ninguno de los dos diría que el sexo ha vuelto a sus niveles anteriores, pero sí es más frecuente, y la calidad, me aseguró Grace, es buena. Hsu, que es médico, sigue asombrado por el silencio que hay en torno al tema de los fármacos para adelgazar y la intimidad. “Vas a tener que encargarte de tus relaciones”, dijo. “Y esto no lo había reconocido antes”.

Las siluetas de Jeanne y Javier
Las discusiones entre Jeanne y Javier a veces “se intensifican en un instante”, dijo Javier. Foto Katherine Wolkoff para The New York Times

En conversaciones con su terapeuta, Jeanne empieza a comprender que su ira contra Javier estalla en el contexto de su furia contra el mundo en general, donde se siente visible y aceptable por primera vez. Lleva cuatro años trabajando en su puesto, pero el departamento de mercadotecnia apenas descubrió recientemente sus habilidades como oradora. La ofrecen a los medios de comunicación como una figura para entrevistas, y sus jefes le piden con cada vez más frecuencia que explique los objetivos y la estrategia del departamento al consejo de administración y a los altos directivos. La exposición ha sido muy buena para su lista de contactos; tanto, que está pensando en cambiar de trabajo. “Pero tengo la sensación de que hay una percepción diferente de mí, cuando soy la misma persona”, explicó. “Solo peso 27 kilos menos”.

Hace poco viajaba a casa en el asiento de la ventanilla de un vuelo procedente de Chicago. Había sido un día largo, Jeanne estaba cansada y el hombre que estaba junto a ella inició la conversación diciendo: “Qué bueno que estoy sentado junto a una persona pequeña”. Luego pasó a describir la incomodidad que siente cuando va entre dos pasajeros que son grandes; como si, según entendía Jeanne, ambos fueran miembros del equipo de los pequeños. “Entonces, por un lado: ‘¡Viva! ¡Soy una persona pequeña!’”, dijo Jeanne. Pero también estaba “enojadísima”, porque los comentarios del hombre estaban confirmando su temor más oscuro y constante: que las innumerables veces que ha estado en un avión “intentando tener una conversación agradable” y apartándose de su compañero de asiento para que el brazo no se “desborde” al otro lado, lo único que esa persona pensaba era: “Estoy atrapado junto a una persona gorda”.

Ahora que Jeanne es delgada, su furia es omnipresente; puede ver exactamente hasta dónde el mundo culpa y rehuye a las personas de talla grande. Cuando está en público tomada de la mano de Javier, Jeanne admite que ahora “me siento menos avergonzada”. Ya no se protege de las miradas de desaprobación dirigidas a ella, y también a él. “Es como si no estuvieras con una persona gorda”. Jeanne le dijo a Javier: “Siempre he pensado en cómo te vería alguien. Sobre todo cuando estás más en forma. Pensarían: ‘¿Qué hace él con ella?’”.

Jeanne y Javier fueron juntos a la preparatoria, y el flechazo fue mutuo. “Tenía 17 años y estaba gorda”, recuerda Jeanne; ya había aprendido a compensar su peso siendo siempre muy agradable, además de confiable y competente. Trabajó en el anuario y el periódico escolar y en el gobierno estudiantil, y cuando Javier se interesó por ella, Jeanne no podía creer que fuera sincero. Javier también era grande, y de adolescente adquirió la costumbre de alisar la parte delantera de su camiseta estilo polo cuando se sentaba para que no se arrugara y acentuara su panza. Pero era jugador de fútbol americano, liniero ofensivo. Estaba orgulloso de sentirse grande y fuerte, comentó mientras hinchaba sus brazos. Cuando se reencontraron 20 años después, tras el fin de sus primeros matrimonios, Javier tenía el peso más alto que había tenido nunca, unos 120 kilos. Jeanne, que asistía a un campo de entrenamiento cinco días a la semana, estaba en su punto más ligero: 72,5 kilos.

“Cuando una persona cambia, cambia el sistema. Rompe ese contrato tácito”

La primera vez que tuvieron relaciones sexuales, Javier recuerda que le sorprendió que Jeanne fuera tan atrevida. Pensó que podría ser tímida. “Me encantó que no tuviera ningún problema en desnudarse ante mí. No dijo: ‘No me veas’ o ‘Me avergüenzo de esto’ o ‘Mis pechos son demasiado grandes’ o ‘Mi trasero es demasiado grande’ o ‘No me gusta este rollito’”, dijo. “Así que supuse que estaba contenta con su cuerpo”.

Con Javier sentado a su lado, le pregunté a Jeanne cómo recordaba su primera vez. “Siempre me cohíbo”, dijo. “Pero, digo, él me gustaba. Desde hace 20 años. Y acá estamos. Es como un sueño hecho realidad. Así que creo que me sentí feliz en el momento, aunque probablemente horrorizada por mi aspecto”.

No, Javier insistió, ahora con firmeza, incrédulo. “Te pusiste muy vulnerable”, dijo. Según lo recuerda, Jeanne no hizo nada para esconderse o cubrirse. “Estábamos bailando desnudos”.

“No recuerdo eso”, dijo Jeanne.

Lo que sí recuerda con claridad son las décadas de dietas extenuantes, campamentos de entrenamiento y entrenamientos de triatlón, los años que pasó avergonzándose y reprochándose por no poder mantener la pérdida de peso. “No tenía fuerza de voluntad ni determinación”, dijo, “o no lo deseaba lo suficiente”.

Este nuevo tipo de medicamentos para perder peso tiene el potencial de trastornar no solo las suposiciones generalizadas sobre la enfermedad y la intervención, sino también sobre el origen del autocontrol. Aunque todavía no se comprenden del todo sus efectos sobre el comportamiento, han demostrado ser útiles para tratar la adicción al alcohol y, en ratas, la dependencia de la cocaína. Anecdóticamente, quienes los toman informan haber notado reducciones en otras compulsiones, como las compras, comer compulsivamente y jalarse el pelo. Se desconoce si los fármacos actúan directamente sobre la química cerebral en estos casos, o si la capacidad de controlar la alimentación abre una puerta a otros tipos de autodisciplina, pero para algunas personas puede parecer como si los fármacos “les dieran más autonomía” sobre sus vidas, “o control sobre cosas con las que pueden haber estado luchando”, explicó Scott Hagan, internista de la Universidad de Washington que investiga y prescribe con frecuencia estos fármacos.

Un amigo cercano me describió la “absoluta impotencia” que solía sentir al estar frente a un plato de papas a la francesa. Inyectarse un medicamento y luego poder decidir comer solo cinco papas y dejar el resto parece un milagro, me explicó. Y a la luz de ese milagro, ¿de qué otras mejoras o avances podría ser capaz la gente con ayuda farmacéutica? “Cuando la gente empieza a perder peso —no diré que esto es algo bueno—, tiende a pensar en un mayor nivel de autoestima”, dijo Pashby, la psicóloga. “¿Qué significa aceptar sentirse bien contigo mismo? Cambia todo en tu vida. ¿Pides un ascenso? ¿Te enredas con el chico? ¿Te presentas en la fiesta? ¿Vas al gimnasio?”.

Para Jeanne, significa acceder a un sentido más real de sí misma. Durante la pandemia, comenzó a darse cuenta de hasta qué punto su personalidad extrovertida era una adaptación que hizo para ser más agradable. Cuando la cuarentena le permitió sentarse en el sofá con su Kindle, se sorprendió de lo mucho que le gustaba. Ahora que está más delgada, está cultivando su lado más hogareño, y en los viajes de negocios prefiere leer en la habitación del hotel que salir a divertirse al restaurante. Se está deshaciendo de algunos de sus bolsos Louis Vuitton y está pensando en cambiar su Porsche coupé por un Subaru. Ya no necesita adornarse para que los demás la admiren.

Jeanne y Javier solían disfrutar bebiendo alcohol juntos; guardaban su colección de vinos en un refrigerador de 200 botellas y les encantaba su ritual de marcar el final del día descorchando una botella. Pero, Zepbound arruinó el gusto de Jeanne por el alcohol.

Ahora, cuando los invitan a una noche de juegos en casa de sus amigos, Jeanne negocia su hora de salida antes de salir. Con frecuencia solían quedarse a beber hasta pasada la medianoche. “Aguantaba hasta la una o las tres o lo que fuera”, dijo Javier. Actualmente fijan las 11:00 p. m. a más tardar.

“Ahora tomo cócteles sin alcohol”, dice Jeanne. “Los demás empiezan a emborracharse, y yo…”, se interrumpe y se encoge de hombros. No extraña quedarse despierta hasta tarde ni las horas de sueño perdidas, pero tiene la sensación de no ser divertida. “¿Todavía combinamos?”, preguntó en voz alta. Javier es “el alma de la fiesta. Todos lo adoran. Yo nunca fui eso. Y ahora lo soy menos”.

Javier dijo que no resiente su sobriedad —él también bebe menos, y ve los beneficios—, pero aún así le molesta su nueva rutina. Extraña los días en que las veladas con otras parejas solían terminar de manera orgánica y volvían a casa sin prisas.

“Creo que extraña a su compañera de copas”, dijo Jeanne.

Jeanne, Javier y yo cenamos una noche en un local tradicional de la vieja Nueva Inglaterra, con un fuego crepitante y cuatro tipos de filetes. Navegaron cuidadosamente por el menú y decidieron compartir el filet mignon. Durante la cena, Jeanne me contó que tenía la intención de empezar a hacer voluntariado en defensa de las personas con obesidad. Durante la pandemia, se matriculó por internet en la Universidad George Washington y obtuvo una maestría en políticas de salud pública. Y fue allí donde se familiarizó con los argumentos culturales y políticos en torno a la obesidad, el enfrentamiento entre quienes la consideran una afección crónica, en gran medida genética —una enfermedad— y quienes la ven como un defecto moral, una falta de disciplina, de hábitos saludables y de voluntad. Ella y Javier empezaron a explorar sus distintos enfoques sobre el uso del medicamento antes de que ella empezara a tomarlo, dentro de la relativa seguridad de un debate intelectual.

Cada vez que tienen esta conversación, “se convierte en una pelea”, comentó Javier durante la cena, antes de entrar con entusiasmo en una aclaración de su postura. Javier solía creer que la obesidad y el sobrepeso podían controlarse únicamente con ejercicio y dieta, dijo. Su visión era: calorías entran y calorías salen. Sin embargo, insiste en que su experiencia de vivir con Jeanne, viéndola subir y perder hasta 32 kilos una y otra vez, ha hecho que cambie de opinión. Ahora está totalmente con el equipo Jeanne, dijo, y afirmó que los nuevos fármacos son “un regalo del cielo”. Y continuó: incluso cuando su forma de pensar era inmadura y  veía al aumento de peso como un fracaso de la disciplina, nunca pensó que las personas con cuerpos más grandes fueran un fracaso.

“Cuando la gente empieza a perder peso —no diré que esto es algo bueno—, tiende a pensar en un mayor nivel de autoestima”

Es evidente que Javier se siente gratificado por el trabajo que dedica a controlar su peso y su salud. Pasa hasta dos horas al día en el sótano con sus máquinas Peloton y termina entre el 10 por ciento de los mejores de casi todas las clases que toma. Mantiene un pulso en reposo de 45 y no le importa su barriga, siempre que él esté fuerte. Esta creencia en el trabajo duro y la disciplina impregna la cultura familiar. Javier reconoce que antes solía animar a Jeanne a ser más activa para perder peso. Le gustaría que la familia pidiera menos comida a domicilio. Y mantiene algunas reservas sobre los medicamentos. “Creo que aún hay muchas incógnitas”, dijo. “¿Cómo será dentro de cinco o diez años? Es una novedad. Todo el mundo se está subiendo al tren”.

Pero a Javier le resulta difícil decir estas cosas en voz alta sin provocar una pelea, y durante la cena recordó una discusión específica que tuvieron el verano pasado. Estaban de vacaciones en México; iban solos en el coche, hablando de su hijo. Él también es corpulento. Los dos están preocupados por su salud. Y están de acuerdo en que quieren ayudarlo a crear buenos hábitos sin inculcarle la vergüenza en torno a la comida, o a su cuerpo. En México, mientras conducían, Javier empezó a inquietarse por lo que consideraba la falta de fuerza de voluntad de su hijo. Sin pensar, dijo: “‘Él cree que es tan fácil como tomarse una pastilla’”.

“Y yo me enojé muchísimo”, intervino Jeanne en el restaurante.

Jeanne vio el comentario reflexivo de Javier como una prueba de su temor. A pesar de sus declaraciones de apoyo incondicional, cree que su marido en ese momento reveló una profunda desaprobación de su decisión de tomar un medicamento para adelgazar; “que lo que yo hice es la salida fácil”, me dijo Jeanne.

En la mesa, frente al fuego, la tensión entre ellos aumentó, como si recordar la pelea la reavivara. A Javier le irritaba que Jeanne se ofendiera. “Soy su marido”, dijo Javier, mirándome. “Soy su pareja”. Miró a Jeanne. “Te he apoyado en este camino”. “¿Por qué diría algo con la intención de herirla?”, le preguntó. Para Javier, era como si los cambios en su familia estuvieran sucediendo demasiado rápido, como si su matrimonio estuviera en una situación frágil. De pronto, sintió que Jeanne tenía todas las cartas y que su futuro no “dependía de él”.

Jeanne se fue apagando a medida que Javier insistía. ¿Y su hijo? le preguntó. ¿Había escuchado ella que él quiere probar los medicamentos para bajar de peso? Y ahí, en el alegre bullicio del restaurante, la grieta entre ellos creció.

Sí lo había escuchado, admitió. De hecho, Jeanne y Javier habían hablado brevemente de llevarlo a ver a un especialista en obesidad pediátrica, y ella había programado una cita para más adelante en el año. Claro, dijo en voz alta, estaba de acuerdo con Javier. Su hijo tenía que inscribirse en un deporte, cualquier deporte. Tenía que comer menos panecillos, menos Nutella. Pero no descartó los medicamentos. “Me preocupa su peso, y habiendo vivido toda mi vida con problemas de imagen corporal, me rompe el corazón”, afirmó Jeanne.

“A mí también”, dijo Javier.

Las posibilidades y consecuencias de los medicamentos para adelgazar, que hace apenas un año habían sido abstractas, ahora no solo afectaban el cuerpo de Jeanne y el estado de su matrimonio, sino también a la futura salud y felicidad de su hijo. Javier no se opone totalmente a los fármacos, pero los considera como el último recurso, después de las pruebas hormonales, las modificaciones de la dieta y el ejercicio y el asesoramiento. Jeanne es más partidaria de ayudar a su hijo a silenciar el “ruido alimentario” que ha definido la vida de ella. Ambos están nerviosos ante la idea de introducir a su hijo adolescente en el consumo de estos medicamentos. Y esto inevitablemente elevó la tensión en todo en su matrimonio: la acumulación de sobras en el refrigerador, el hecho de que la madre de Jeanne viviera con ellos. Todo se convirtió en un conflicto potencial. Las discusiones, dijo Javier, “se intensifican en un instante”.

Antes, Jeanne y Javier me habían dicho que estaban trabajando en su matrimonio, con la desconexión sexual como prioridad y principal enfoque. Durante la cena pronunciaron la palabra “divorcio”. Resultó que el tema ya se había planteado antes. Tras una de sus peleas, Jeanne, cuando subía del sótano, gritó: “‘Ah, y por cierto, para que lo sepas, mi terapeuta me sugirió hablar con un abogado de divorcios para saber qué opciones tengo’”, recordó Javier. “Solo para echar más leña al fuego”.

Cuando les pedí que evaluaran la salud de su matrimonio, Javier sostuvo que estaban comprometidos con ser pareja, criar juntos a su hijo y tener un futuro. Se imaginaba la vida dentro de cinco años, pensando en mudarse a un lugar más pequeño cuando su hijo se fuera a la universidad. Jeanne me dijo que soñaba con viajar más, quizá andar en bicicleta con Javier, quizá escalar el Machu Picchu. “No quiero seguir enojada hasta el punto en que afecte nuestra relación”, dijo.

“Y yo no quiero ser el saco de boxeo”, dijo Javier.

Siguió una pausa muy larga. Jeanne se había apartado ligeramente de su marido. Estábamos esperando a que el mesero recogiera el filete que había sobrado. “Elijo guardar silencio”, dijo al fin.

Lisa Miller es una reportera del Times y escribe sobre la lucha personal y cultural por la buena salud. 

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Directores Orlando Cadavid Correa (Q.E.P.D.) y William Giraldo Ceballos. Exprese sus opiniones o comentarios a través del correo: [email protected]

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