Los Danieles. Factchequeo

Ana Bejarano Ricaurte

Ana Bejarano Ricaurte

En los primeros días de 2025 se siente mucha turbulencia por cuenta de dos posesiones presidenciales que tendrán determinantes efectos para Colombia y el resto de América Latina. 

En Caracas con el golpe de Estado que concluyó el dictador Nicolás Maduro al jurar ante la Asamblea Nacional que empleó para acabar con los poderes públicos y la gavilla de narcotraficantes y lavadores de plata con los que se dedica a saquear las arcas públicas.   

En Washington se tensan las cuerdas de la política con la esperada posesión de Donald Trump como el presidente número 47 y tal vez el más poderoso que ha llegado a la Casa Blanca en la historia.

Dentro de los potentados que lleva Trump en el bolsillo se ubican en primera fila los millonarios de la internet, empezando por Elon Musk quien se murió de la risa al confesarle al genocida Benjamín Netanyahu que no era presidente de Estados Unidos, pero solo oficialmente. 

Mark Zuckerberg es la última adición al rosario de billonarios de la tecnología que buscan seducir a Trump para que garantice la inflación de sus bolsillos. Ahora, despojado de la corbata con la que prometió portarse bien ante el Congreso gringo, anuncia al mundo que acabará con su programa de fact-chequeo (por ahora solo en Estados Unidos) porque supuestamente contribuye a la censura. Lleva años comprometido con este proyecto y sacaba pecho al decir que el fact-chequeo —actividad que permite desvirtuar noticias falsas o desinformaciones— era fundamental para la sanidad de la discusión pública. Pero Zuckerberg baila al son que le pongan y ahora, bajo el paraguas de la libertad de expresión, promete enturbiar la plaza pública.  

El mismísimo papa repudió el anuncio al manifestarse en el saludo anual al cuerpo diplomático del Vaticano en contra del poder corrosivo de las noticias falsas. “Algunos desconfían de las argumentaciones racionales, consideradas instrumentos en las manos de algún poder oculto, mientras otros creen poseer de manera unívoca la verdad que se han construido a sí mismos”, advirtió Francisco con preocupación. 

Nombres importantes del multilateralismo señalaron la peligrosidad de la medida y la debilidad de los argumentos presentados por Zuckerberg para justificar su cambio de rumbo. Entre ellos, el alto comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, Volker Türk; el encargado de comunicaciones de la ONU en Ginebra, Michele Zaccheo; y la portavoz de la Organización Mundial de la Salud, Margaret Harris. Lo mismo advirtieron desde la red internacional de fact-chequeo, que recoge 137 organizaciones de todas partes del mundo.

Lo cierto es que la verificación de hechos es un estándar periodístico que existe desde que se institucionalizó el oficio. Ahora, aplicada para las redes sociales y con cambio de nombre, se trata de lo mismo ya no solamente para legitimar un producto periodístico específico sino para propender por la sanidad del debate. El factchecking, aburrido e impopular, es una de las pocas estrategias para detener el avance rampante y peligroso de las mentiras.

Nada de esto interesa a los Zuckerberg del mundo porque la viralización y consumo masivo de sus plataformas depende de que lo falso y escandaloso pueda venderse sin limitaciones. En 2021, la autora del mítico libro La era del capitalismo de la vigilancia, Shoshana Zuboff, advirtió en el New York Times su preocupación frente al “creciente poder de los gigantes de la tecnología dispuestos a usar su control sobre la infraestructura de la información esencial para competir con los elegidos popularmente por el control de la sociedad”. ¿Qué pensará la profesora Zuboff de la distopía que presenciamos en manos del copresidente Musk? 

Al tiempo que Trump promete remover los pocos controles que existían para enrutar y proteger la plaza pública digital, en otros lugares se secuestra a la sociedad civil entera para criminalizar el disenso. Son centenares de defensores de derechos humanos los que ya aprisionó Maduro, el otro posesionado, por el simple hecho de existir. Entre ellos el legendario Carlos Correa, director de Espacio Público, a quien debemos décadas de salvaguardas para el periodismo venezolano.   

Mientras la libertad de expresión desfallece ante los autoritarismos que se consolidan y multiplican por el mundo, en las democracias liberales sirve para justificar a quienes mercantilizaron la mentira para acumular más dinero y poder que nunca antes.

En Colombia, por lo menos la mitad de la discusión pública está sumida en falsedades y cámaras de eco en las que solo escuchan lo que quieren, mientras el algoritmo alimenta ese mundo de mentiras que les trae sosiego. Para las elecciones que se aproximan ya se advierten contendores que se paran sobre estrategias desinformadoras y las disfrazan de libertad de expresión. Hasta el mismo presidente Gustavo Petro se turna entre desinformador y factchequero

Este coctel entre política, dinero e información vienen más cargado que nunca antes. Y tanto la cuenta como el guayabo de esta borrachera los pagaremos nosotros, si es que queda algo después de la fiesta. 

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