Daniel Samper Pizano
Hasta hace poco Estados Unidos era un país irremediablemente dividido. La campaña electoral dejó dos mitades tan enfrentadas que muchos temían el estallido de una segunda guerra civil en la república más poderosa del mundo.
Y de repente, hace ocho días, la nación se unió en torno a un tema inesperado. Los partidarios de Donald Trump y los del derrotado mandatario Joe Biden se indignaron ante el perdón presidencial que Biden concedió a su hijo Hunter, procesado por mentir en una licencia para portar armas y evadir unos impuestos que luego pagó con creces. Por estas trasgresiones no meten a nadie en la cárcel, afirma un jurista. Pero a un hijo de Joe Biden quizás sí.
Perdonar reos es una facultad que la Constitución estadounidense confiere al primer mandatario. El problema es que Biden declaró que no usaría este recurso para salvar a su hijo, y, sin embargo, el domingo pasado provocó un escándalo al otorgar a Hunter Biden un indulto total que incluye sus actos durante 2024. Alega que el retoño es víctima de una infamia con la que pretenden “quebrarlos” a ambos. La justicia debía dictar sentencia sobre las acusaciones que, de probarse, podrían costarle 25 años de cárcel al vastago. Ya no. La firma del taita lo rescató del abismo.
Pero no es eso lo que irrita a los gringos. Al fin y al cabo, Biden es el presidente que menos perdones ha firmado en la historia de la Casa Blanca; algunos suscribieron hasta 1.800. Lo que provocó el volcán de críticas fue haber dicho ayer una cosa y decir ahora la contraria. Muchos defienden el derecho a cambiar de parecer, y lo ejercen. Pero a Biden lo condenan por ello el Partido Republicano y casi todos los columnistas demócratas. Estas son algunas opiniones de copartidarios suyos: “Decisión vergonzosa”… “Un perdón de segunda categoría para unos delitos de segunda categoría”… “Biden antepuso el interés personal al deber”.
Donald Trump, delincuente condenado y coronado, no guardó prudente silencio. Su primer comentario fue: “¿El perdón incluye a los prisioneros del 6 de enero de 2021, encarcelados durante años? ¡Qué abuso y distorsión de la justicia!”. Se refería a los vándalos que intentaron dar un golpe de Estado para que su detestable caudillo permaneciera en la Casa Blanca pese su derrota electoral. Aquella insurrección extremista dejó cinco muertos, cuatro suicidios, el Capitolio medio destruido y rota la fe en las instituciones nacionales.
El izquierdoso columnista británico Simon Jenkins tildó el acto de Biden como “un abuso” y calificó a la Constitución de “una cosa maravillosa”. No será tanto el abuso, pues resulta jurídicamente irreprochable; ni tan maravillosa una Constitución que cinco veces ha sentado en la silla presidencial al candidato menos votado entre los finalistas; ni tan ejemplar un sistema que permite discernir el máximo honor nacional a un delincuente y que, además, eleva a norma intocable la que está llevando el país a arder en la violencia: No se deberá coartar el derecho del pueblo a poseer y portar armas.
Mientras llueven rayos sobre Biden, su sucesor, impávido, integra un gabinete con tenebrosos extremistas como Kash Patel, nuevo jefe del FBI, y la Fiscal General Pam Bondi, que prometen perseguir a los rivales de su jefe. Esto confirma los temores de Biden en el sentido de que su hijo será pieza de cacería de la nueva Administración. Una criticada frase suya señala que “la política cruda ha infectado este proceso judicial”. Pero ¿cómo negar la contaminación política de una justicia bajo el control ultraconservador que puso a Trump por encima de la ley y suspendió, tras su elección, los procesos que se le siguen por obstrucción de justicia y retención de documentos oficiales?
El episodio merece examinarse a la luz del Antiguo Testamento y El testamento del paisa.
Según la Biblia (Génesis 22, 1-28), Dios ordenó a Abraham que acuchillara a Isaac, su único hijo, como sacrificio al Creador. Disponíase a hacerlo así el patriarca cuando Yahvé detúvole la mano y frenó el puñal, pues solo se trataba de una prueba de fe. Biden, como Abraham, obedeció las normas y creyó en la justicia durante años. Pero a última hora se vistió de Jehová y perdonó a su Isaac, como si una sombra bíblica flotara sobre el acto presidencial.
Conviene precisar que el perdón, instrumento válido y constitucional, reveló la catadura de Trump, pues lo usó al terminar su primer periodo para sacar de la cárcel a su consuegro, preso por evasión de impuestos y otras faltas. Ahora anuncia que, apenas se posesione de nuevo, premiará a este exreo y pariente político nombrándolo embajador en Francia.
La vida de Joe Biden ha sido un calvario. Su primera esposa y su hija de un año perecieron en un accidente en 1972; un hijo que sobrevivió a la tragedia murió de cáncer cerebral en 2015; y Hunter, el perdonado, atravesó una juventud estropeada por la droga y el desorden. De ella se enmendó por fin, pero sus errores, en manos de enemigos, podrían pasarle una cuenta feroz.
Permítanme saltar ahora a El testamento del paisa, popular colección de anécdotas y dichos antioqueños. Hasta donde recuerdo, allí consta el caso de don Félix Botero, prócer sonsoneño a quien un amigo de café pregunta durante la II Guerra Mundial:
—Ve, Félix, sabiendo que repudiás la violencia, si tuvieras una máquina con un botón capaz de volar en pedazos a Hitler a miles de kilómetros de aquí, ¿te atreverías a matarlo hundiendo el botón?
Antes de contarles la respuesta de don Félix, voy a ponerme en el lugar de Biden: me imagino que soy papá de un hijo que ha sobrevivido a una tragedia y un vicio, y es sujeto de un proceso que, manipulado por miserables enemigos, podría significarle 25 años de cárcel. Si alguien me preguntara, yo contestaría lo que don Félix a su amigo en el café:
—Simplemente hundir el botoncito, no. ¡Le daría duro con un mazo!
Comprendo bien a Biden, que, pese a haber sostenido lo contrario, optó por proteger a su hijo de las venganzas de Trump: yo también golpearía el botón con una almádena.