Lo que suele ser un corto trayecto de regreso a casa en sus rutas escolares se convirtió en una noche interminable de espera e incertidumbre para cientos de niños de Bogotá. La tarde del miércoles parecía otra más, hasta que una tormenta oscureció el cielo, el agua desbordó los humedales que rodean la Autopista Norte y la vía se convirtió en un lago. Decenas de vehículos quedaron atrapados hasta la madrugada del jueves. Solo unos pocos lograron regresar a sus colegios, y pasaron varias horas, o la noche entera, en sus salones de clase.
María Alexandra Ballén es madre de Nicolás Rojas, quien a sus cuatro años está en prekínder en el privado Liceo de Colombia Bilingüe. Ella recuerda que, a las 15.30, como es usual, recibió la notificación de que su hijo había abordado el bus para regresar a su casa. La aplicación en su celular le envió un reporte inusual poco después: el aviso de un embotellamiento. “No sabíamos de la magnitud de lo que había pasado”, relata Ballén. Para las 16.30, las rutas seguían estáticas en la aplicación de monitoreo. Ella, y otros padres y madres, comenzaron a enviar mensajes preocupados.
Mientras tanto, en las rutas, la situación se complicaba. Los niños estaban inquietos, empezaban a quejarse de hambre. Algunos conductores distribuyeron los ponqués de chocolate que, previsores, tenían como reserva. Dos horas después, con más frío y sin comida restante, la situación se volvió insostenible, y el colegio decidió devolver a los estudiantes. De regreso en los salones, las profesoras improvisaron actividades, proyectaron películas, comieron arroz con pollo y maíz pira con plátano y cantaron canciones. Mientras, la rectora y los representantes de los cursos mantenían informados a los demás padres a través de los grupos de WhatsApp.
Pasadas las 23.45 de la noche del miércoles, las autoridades dieron luz verde para evacuar a los niños. Cerca de las dos de la madrugada, Nicolás y sus compañeros finalmente llegaron a casa, agotados.
El colegio San Angelo, otro de los privados de la zona, también vivió de cerca los estragos de la lluvia que afectó a Bogotá. Con alrededor de 750 alumnos, la institución intentó realizar la salida de sus estudiantes como de costumbre a las 15.30 de la tarde, según explicó el rector, Néstor Adrián Prada, en Caracol Televisión. Sin embargo, al notar que el tráfico estaba completamente detenido, decidieron devolver las rutas al colegio. Cuatro de ellas, que ya se encontraban avanzando, no lograron regresar. Bomberos y policías acudieron a estas rutas para evacuar a los niños, algunos en brazos, otros en botes inflables de rescate, y algunos caminaron entre el agua, arremangándose los pantalones. Al llegar al colegio, se les proporcionó ropa seca para que pudieran cambiarse.
Alrededor de la medianoche, al ver que las condiciones de movilidad habían mejorado, los directivos del colegio decidieron evacuar a los estudiantes a través de una de las salidas del colegio Andino, que colaboró en la operación. Las profesoras llamaron a los padres y, tras asegurarse de que podían recibir a sus hijos y que no estaban atrapados en el tráfico, organizaron las rutas para llevar a algunos niños a sus hogares, mientras que otros se quedaron a pasar la noche en el comedor del colegio.
En el comedor, el personal habilitó colchonetas y cobijas para que los niños, especialmente los más pequeños, pudieran descansar cómodamente. Al día siguiente, se les brindó desayuno antes de partir hacia sus hogares en las rutas escolares a las seis de la mañana.
No todos los colegios decidieron evacuar esa misma noche. Salomón está en kínder en El Camino Academy y pasó la noche en vela, en el colegio. Los miércoles las clases suelen terminar a las 14.30, pero alrededor de 50 niños permanecen dos horas más en el colegio para hacer actividades extracurriculares, centradas en deportes y otras aficiones. Entre ellos está este niño de seis años. Las rutas que se dirigían al colegio para recoger estudiantes nunca llegaron debido a las inundaciones, dice Carolina Molina, la mamá de Salomón. “Le doy gracias a Dios de que la ruta no hubiera llegado porque vi cómo en otros colegios sacaban a niños en el planchón”, relata.
El colegio, que también se inundó en parte, proporcionó comida a los estudiantes, mientras que varios vecinos llevaron cobijas, almohadas, colchonetas y más alimentos. “Nuestra incertidumbre fue muy fuerte, no dormimos en toda la noche porque nuestro hijo es muy pequeño, pero, aun así, sentimos que el colegio manejó bien los protocolos”, añade Molina.
Finalmente, alrededor de las 4.30, el alcalde de Bogotá, Carlos Fernando Galán, visitó el colegio y dio luz verde para iniciar la salida. Con los conductores y monitores agotados, las rutas comenzaron a operar al salir el sol. A las seis de la mañana, llegaron los buses al colegio y a las siete Molina recibió a su hijo en casa. Para el niño, todo fue una aventura: “Me contó feliz que durmieron en el colegio y que, al otro día, mientras estaban en la ruta, veían grandes charcos de agua desde la ventana”.
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