Washington –
Estados Unidos saldrá de las urnas marcado por una profunda fractura política y con temor a que se produzcan episodios de violencia vinculados a las elecciones. Una campaña de las presidenciales repleta de ataques personales y descalificaciones ha abierto heridas que tardarán en cicatrizar, independientemente de que el próximo inquilino de la Casa Blanca sea Donald Trump o Kamala Harris. El actual presidente, Joe Biden, lo sabe muy bien. Él llegó al Despacho Oval con el propósito de pasar la página del trumpismo y servir de unificador, pero acaba su mandato con el país tan polarizado como cuando lo empezó.
La actitud de los dos candidatos ha sido distinta, especialmente en el tramo final. Kamala Harris ha tratado de buscar al electorado independiente y a los moderados republicanos. Ha prometido ser “una presidenta para todos los estadounidenses”. También ha proclamado que no considera como enemigos a sus adversarios políticos y que les dará “un puesto en la mesa” si resulta elegida.
Trump, en cambio, no ha abandonado su retórica violenta, xenófoba y de confrontación. En sus mítines ha dibujado un panorama apocalíptico de un país “destruido” y al borde de la “depresión” económica ―que para nada se corresponden con la realidad―. Sigue hablando de “inmigrantes criminales” y alimentando el mensaje de que sus rivales políticos son el “enemigo interno”, más peligroso que los del exterior. Su discurso se ha ido volviendo más bronco y lleno de insultos. Ha hablado de fusiles apuntando a la cara de la republicana Liz Cheney o de que no le importa si disparan a los periodistas. El domingo dijo que no debería haber dejado la Casa Blanca tras las elecciones de 2020, que él sostiene falsamente que ganó.
Este martes, Harris concedió algunas entrevistas radiofónicas, para asegurarse de que “todo el mundo conoce el poder de su voz a través de su voto”. “Creo que este es un punto de inflexión en términos de que tenemos dos visiones muy diferentes del futuro de nuestro país”, dijo. La candidata demócrata, censada en California, ya votó por correo antes de la fecha electoral.
Trump, amante de la hipérbole, escribió en su red social que se trataba del “día más importante de la Historia de Estados Unidos”. El republicano acudió luego a votar en persona, acompañado por su mujer, Melania Trump, a un centro electoral en West Palm Beach (Florida), donde hizo declaraciones a la prensa, con cierta ronquera después del maratón de mítines de los últimos días. “Me siento muy confiado. He oído que nos va muy bien en todas partes”, dijo. “Ni siquiera va a estar ajustado, pero va a llevar mucho tiempo certificarlo”, añadió.
Trump ha ido mintiendo a sus seguidores, diciéndoles que llevaba mucha ventaja en las encuestas y dando la victoria como inevitable al tiempo que agitaba el fantasma del fraude electoral, creando un caldo de cultivo similar al que condujo al asalto al Capitolio. El temor a estallidos de violencia postelectoral es patente. Los operarios han reforzado con vallas en Washington el dispositivo de seguridad en torno al Observatorio Naval, la residencia oficial de la vicepresidenta, la Universidad de Howard, donde esperará los resultados, y el propio Capitolio. En los centros electorales también se han tomado medidas adicionales de protección. Muchos comerciantes han tapado con tablones de madera sus escaparates por todo el país ante el miedo a altercados.
Una encuesta realizada por AP/NORC muestra que un 42% de los votantes registrados están muy preocupados por la posibilidad de que se intenten revertir los resultados electorales mediante la violencia y un 34% se muestran algo preocupados. Las cifras son mayores si lo que se pregunta es por un aumento de la violencia dirigida contra trabajadores electorales y figuras políticas.
Al ir a votar, este martes le preguntaron a Trump si pedirá a sus seguidores que no sean violentos. “Mis seguidores no son gente violenta. No tengo que decirles eso. Y desde luego no quiero violencia. Son gente estupenda”, dijo, a pesar del precedente del 6 de enero de 2021.
Más allá de ese temor, los ciudadanos también se muestran inquietos ante los intentos no violentos de influir en los resultados electorales. Al 67% de los votantes inscritos les preocupa, al menos en cierta medida, que los funcionarios electorales intenten bloquear la certificación de los resultados, y un tercio de ellos están muy preocupados o extremadamente preocupados. Del mismo modo, el 73% está algo inquieto por los intentos de anular los resultados utilizando el sistema legal, incluido un 38% que está muy o extremadamente preocupado.
Nadie es capaz de anticipar la duración del escrutinio. En 2020, Biden no pudo cantar victoria hasta el sábado, cuatro días después de las elecciones, aunque para entonces Trump ya se había proclamado ganador sin base alguna. La vicepresidenta aseguró hace dos semanas que el Gobierno está preparado para el caso de que vuelva a cantar victoria antes de que se haya completado el escrutinio. “Nos ocuparemos de la noche electoral y de los días posteriores, a medida que vayan llegando, y tenemos los recursos y la experiencia y el enfoque en eso”, dijo.
Este martes le preguntaron a Trump si contempla un escenario en el que no se declarase ganador en la noche electoral y eludió contestar: “No sé qué va a pasar en términos de declarar la victoria”. El expresidente, que también visitó el cuartel general de su campaña, siguió aireando sospechas de fraude, pero dijo: “Si es una elección justa, yo sería el primero en reconocerlo”. El republicano sigue sin admitir su derrota en las elecciones de 2020.
En el disfuncional sistema de votación y escrutinio estadounidense, para el que cada Estado tiene sus propias normas, este martes se han formado largas colas para acudir a las urnas. Eso, a pesar de que los estadounidenses han abrazado el voto anticipado. Hay más de 85 millones de personas que acudieron en persona a las urnas antes de la fecha oficial o cuyo voto por correo ha sido recibido. La cifra aún puede aumentar algo con los votos postales, pero difícilmente superará el récord de 101,5 millones de 2020, en plena pandemia. Ese año, depositaron finalmente su papeleta un total de 155 millones de votantes, con el porcentaje de participación más alto (67%) de la historia reciente de Estados Unidos y el mayor número absoluto de votos. Es el listón a superar.
Junto al presidente, las elecciones de este martes sirven para renovar los 435 miembros de la Cámara de Representantes, cuya legislatura es de dos años, y un tercio de los 100 senadores, aquellos que cumplían su plazo de seis años. Los republicanos acarician el control del Senado, puesto que el mapa de escaños a renovar les favorece, mientras que los demócratas aspiran a hacerse con la Cámara baja. Un Congreso dividido, con una Cámara en manos de cada partido, complicaría la gobernabilidad y amenazaría con una parálisis legislativa. El escrutinio, especialmente el de la Cámara de Representantes, puede demorarse incluso más que el de las presidenciales, quizá durante semanas.
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