Daniel Samper Pizano
I like to be in America
L. Bernstein y S. Sondheim
La canción I like to be in America (“Yo quiero estar en Estados Unidos”), una de las joyas del musical West Side Story (Amor sin barreras), revela muchas de las quejas de los puertorriqueños contra el país del que, más o menos, forman parte: “Doce en un cuarto en EE.UU.”… “Puertas que te cierran en la cara”… “Mejor oculta tu acento”… “Ve a atender mesas y limpiar zapatos”… “Te miran y te cobran el doble”… “Todo perfecto, pero si eres blanco”.
Pobreza, discriminación, menosprecio. Ahora, por avatares que sugieren la existencia de una justicia divina, esos mismos Puertoricans que se sienten pordebajeados podrían decidir la suerte de Estados Unidos y del mundo. Unos insultos racistas procedentes de la campaña de Donald Trump tienen en pie de guerra a los hijos de la “preciosa Borinquen” a la que cantó, usando un nombre indígena, el gran Rafael Jibarito Hernández.
Durante un reciente mitin republicano ante 19.000 personas, un supuesto humorista que forma parte del combo de Trump, describió a Puerto Rico como “una isla de basura que flota en el Atlántico”. Y, para remachar, añadió que los latinos rechazan el control natal, adoran fabricar bebés, y luego se preocupan por la cría de los hijos.
Si los puertorriqueños de ciertos estados clave votan unidos, Trump perderá y Kamala Harris será la próxima presidenta.
Para entender tan gloriosa posibilidad es preciso un breve repaso de historia.
Desde que Estados Unidos se quedó en 1898 con Puerto Rico y otros territorios coloniales hispánicos como botín tras la guerra que perdió España, esta isla que Colón pisó en 1493 ha sido un cuerpo extraño en Norte América que ha aportado más de lo que ha recibido. Basta pensar en la música salsa, producto antillano cocinado en Nueva York. Y el castellano —que Estados Unidos extirpó en otras colonias españolas, como Filipinas— se mantiene indoblegable en la isla y avanza en el resto del país…
Al cabo de más de un siglo de tratados, leyes, estatutos y malabares jurídicos, Puerto Rico es una piedra en el zapato de la Unión Americana. Sus ciudadanos pagan impuestos, mueren en guerra defendiendo al Tío Sam y ostentan pasaporte de USA. Los nacidos en “la tierra del Edén” saben bien que buena parte de sus conciudadanos los miran desdeñosamente. Prueba de ello es que la ley no permite que los habitantes de la isla —unos 3.2 millones— voten en las elecciones presidenciales de pasado mañana.
No obstante, el jeroglífico jurídico sí acepta que lo hagan los borinqueños residentes en territorio continental. Allí viven unos 5 millones de ellos que podrán votar legalmente. La clave son los latinos y puertorriqueños registrados en Pensilvania, uno de los estados columpios que, en el complejo sistema gringo, deciden las elecciones.
La aritmética es bastante sencilla. En 2020 los demócratas (que apoyaban a Joe Biden) derrotaron en Pensilvania a los republicanos de Trump por solo 82.000 votos, un margen de l.17 por ciento. Fue la victoria definitiva de Biden. Los comicios del martes están aún más reñidos. Unos 600.000 latinos son ciudadanos del estado; de ellos, 470.000 nacieron en Puerto Rico y son potenciales papeletas a favor de Kamala.
Sobra, pues, “basura” para sepultar allí a ese despreciable ser humano, político nefando y criminal convicto que es Trump. El pícaro magnate dice ahora que no comparte las opiniones racistas de su humorista de cabecera. Pero su actuación como presidente (2017-2021) se caracterizó, entre muchas mezquindades y fechorías, por el más profundo desprecio a Puerto Rico. En septiembre de 2017 el huracán María, feroz ciclón tropical, arrasó la isla. Murieron 2.975 personas, volaron cientos de casas, quedaron arruinadas las redes de servicios y se registraron pérdidas por 92.000 millones de dólares.
¿Qué hizo el presidente Trump? Como la comunidad había votado contra él, decidió castigarla reteniendo los auxilios designados a la isla. Cuando por fin visitó la zona devastada, el candidato ultraderechista arrojó a los pobladores, que pedían comida y techo, rollos de papel higiénico como quien tira balones de básquet. Fue un chiste macabro, una imagen cruel y miserable que dio la vuelta al mundo.
Ahora los borinqueños, humillados, empobrecidos y menospreciados, tienen en sus manos la posibilidad de condenar a las tinieblas a Trump y elegir a Kamala Harris, hija de inmigrantes y simpatizante de los latinos.
Pocas veces la historia ofrece oportunidades de desquite tan claras y contundentes. Para bien del planeta, esperamos que la isla basura se convierta en el escollo que hundirá al arrogante trasatlántico republicano.
ESQUIRLAS: 1. Desde hace varias semanas, a raíz de la COP16, recibo cada día la feliz sorpresa de un torrente de información sobre el medio ambiente en prensa, radio, televisión, etcétera. Una de dos: o Colombia es el único país que entiende la trascendencia del tema ecológico, o alguien está pagando este interesante baño de datos. Como la ciudadanía tiene derecho a saber quién está detrás de las noticias que le ofrecen, sería bueno que prensa, radio, televisión, etcétera, aclararan la incógnita. 2. Qué papelón más ridículo y arrogante el del Real Madrid al no asistir a la gran premiación anual del fútbol —que respaldan más de cien jurados internacionales— porque no ganó uno de sus divos. 3. ¿NADIE DETENDRÁ LA MANO ASESINA DE NETAYAHU, QUE ACABA DE CAUSAR LA MUERTE ADICIONAL DE DECENAS DE CIUDADANOS DE GAZA?
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