Los Danieles. Oda al Valle

Ana Bejarano Ricaurte

Ana Bejarano Ricaurte

“Si huele a caña …”. Qué gusto da ver a Cali y al Valle del Cauca copar titulares nacionales e internacionales que celebran la belleza, la diversidad y la fuerza de ese rincón colombiano. Cuán ausente y merecido es el aplauso.  

Pocas regiones en Colombia despliegan una cantidad tan heterogénea de paisajes exuberantes. El valle que rompe la Cordillera Occidental, y va desde el Pacífico regado después en todo tipo de cuerpos de agua que se adentran en la selva, el bosque, el páramo. Paraíso del sol donde brillan la llanura, la sierra y el mar. Todo un banco genético de especies endémicas albergado en las crestas de los Farallones.

Y además de sus ecosistemas: semilla que caiga sobre tierra valluna echa raíz. Fue el conquistador español Sebastián de Belalcázar quien llevó la caña de azúcar, sin advertir que esos terrenos fértiles terminarían produciendo el mayor rendimiento de ese fruto a nivel mundial. Caña, algodón, arroz, maíz, soya, tabaco y otros cultivos que impulsan al sector productivo colombiano. Y el arado fecunda en tu suelo frutos de oro, de miel y de amor.   

La diversidad de sus paisajes y cultivos es como la de su gente. Al principio las tribus indígenas originarias, después invadidas por los españoles y sus esclavos traficados desde África. Ya en tiempos republicanos, sirvió de hogar para inmigrantes japoneses, judíos, sirios, libaneses, en distintos momentos. La primea oleada de judíos dejó la vida y obra de Jorge Isaacs, quien inmortalizó la belleza romántica del paisaje vallecaucano en María

Con la procesión migratoria del siglo XX llegó también la salsa caribeña, apropiada y reinventada por la población afro, que sirve hoy como marca identitaria de la vallecaucanidad. Sus músicos legendarios, sus escuelas de baile, su feria: Cali es memoria y vigencia de la salsa en el mundo. La bohemia setentera caleña produjo literatura, cine, teatro y colectivos culturales que persisten en las nuevas generaciones.   

Esa cantidad de riquezas no libraron al Valle de los males que aquejan a cualquier región colombiana. La abundancia de su suelo sirvió para alimentar un sistema feudal que apalancó a una clase dirigente egoísta que, en su mayoría, insiste en mirarse el ombligo. Una región marcada por estructurales desigualdades de clase, género y raza. Hoy el 16 % de los hogares viven en condiciones de pobreza multidimensional. 

También ahí floreció el narcotráfico que supo podrirlo todo. Ante el mundo, la capital se inmortalizó para dar a conocer uno de los primeros y más significativos carteles de droga, pero la base de operaciones de los Rodríguez Orejuela se tomó el departamento entero, con sus muertes, su cultura y valores traquetos y, por supuesto, su poder corruptor. 

Porque la corrupción también ha marcado el ritmo valluno, víctima de políticos inescrupulosos que se han robado tres o cuatro veces los servicios, contratos y recursos que permitirían mejorar la vida de la gente que lo necesita. Administraciones públicas diseñadas y ejecutadas para satisfacer a quienes las dirigen. Eso, sumado a la violencia e inseguridad que parecen inescapables.

Por eso así, aunque golpeado, a veces casi abatido, da gusto ver que el Valle alza su cabeza para que el mundo lo celebre. Si la COP16 que ahora acoge deja beneficios para este país, y ojalá el mundo, que uno de ellos sea reconocer cuánta riqueza y ganas de ser y estar mejor hay en el Valle del Cauca. 

Esas ganas que albergan los vallunos. Porque de todos los tesoros vallecaucanos, tal vez el más grande sea su gente. Parece frase de político en campaña, pero es innegable esa manera especial de ser del valluno: su calidez, su humor, su inventiva, su irreverencia, su acento enamorador y musical. Un pueblo único e ignorado en el concierto nacional.     

Qué fortuna la de los visitantes de la COP16 darse un paseo amenizado por Niche al museo del maestro Omar Rayo en Roldanillo; una tarde de lulada, marranitas y aborrajado para recibir la brisa que llega en la tarde de Buenaventura; una noche de viche por la Calle del Sabor; un día entero para perderse entre los bordados de Cartago; una vista al milagroso de Buga para sellar una promesa. Salve Valle del Cauca, mi tierra.

Y tal vez sea la sangre valluna que corre por mis venas la que justifique esta cursilería, pero creo que si algo bueno naciera de este raro ejemplo de colaboración armónica entre la nación y las regiones, de este esfuerzo que empujan la ministra y el alcalde que quieren ser presidentes, que sea la conciencia de los tesoros que yacen sobre ese Valle también montañoso que tanto ha sufrido y que merece que todo el mundo le cante, que todo el mundo lo mime.

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