Por Frances Robles
Fotografías por Adriana Zehbrauskas
Frances Robles y Adriana Zehbrauskas pasaron un día en un vehículo blindado con agentes de policía kenianos en Puerto Príncipe, Haití, y entrevistaron a su comandante.
Por si los autos quemados, las escuelas acribilladas a balazos, los edificios demolidos y las calles desoladas del centro de Puerto Príncipe no eran evidencia suficiente de las cosas terribles que han sucedido aquí, alguien dejó una pista aún más siniestra: cráneos en medio de la calle.
Una cabeza humana sobre un palo y otra en el suelo a su lado frente a una oficina gubernamental al parecer buscaba ser un mensaje amenazador de miembros de una pandilla hacia los oficiales de policía kenianos y haitianos que intentan restablecer el orden en Haití: tengan cuidado, nosotros mandamos en estas calles.
Un policía keniano que vestía un chaleco antibalas y un casco, y que patrullaba en un transporte blindado de personal estadounidense, tomó una fotografía con su teléfono celular, mientras otro maniobraba el vehículo alrededor de los cráneos.
Junto con una fotógrafa del New York Times, patrullé por Puerto Príncipe, la capital de Haití, con una misión de seguridad multinacional liderada por Kenia desplegada en el país. Durante el recorrido de seis horas, la gente en la calle ignoró en su mayoría a los kenianos y en ocasiones los abuchearon; en una ocasión, dispararon hacia el vehículo.
El patrullaje permitió echar un vistazo a los enormes desafíos que enfrenta la fuerza keniana al tratar de arrebatarle el control de Puerto Príncipe a los grupos armados que han perturbado la vida en el país, matando de forma indiscriminada, violando mujeres, incendiando vecindarios y dejando a cientos de miles de personas hambrientas y en refugios improvisados.
La ruta seguida por los oficiales reveló muchos edificios que la policía ha demolido para tratar de eliminar los escondites de los grupos armados.
Los policías también viajaron al puerto marítimo de Puerto Príncipe —la principal vía que tienen los alimentos, medicinas y otros bienes hacia Haití— , siempre alertas ante la posible presencia de francotiradores escondidos en los tejados.
En el puerto, los trabajadores estaban cargando un ferri para una nueva ruta marítima que traslada artículos hacia las provincias por agua, y así evitar los bastiones de las pandillas en tierra.
Los policías, a cuyos supervisores no se les permitió dar entrevistas, afirmaron que recientemente habían intensificado sus operaciones en un esfuerzo por “estrangular” a las pandillas desde varios frentes.
Un día después, un trabajador del puerto recibió un disparo y resultó herido.
Ese mismo día, los kenianos se enfrentaron en un tiroteo con miembros de grupos armados en motocicletas y encontraron bloqueadas las rutas hacia el puerto.
“Lo que más me sorprendió cuando llegué aquí fue que las bandas se atrevieran a atacar a plena luz del día”, afirmó en una entrevista Godfrey Otunge, comandante de la fuerza policial multinacional keniana. “¿Cómo puede ser posible?”
Las autoridades afirman que se han realizado avances importantes desde la llegada de los primeros policías kenianos en junio, y que la vida en algunos barrios está volviendo lentamente a la normalidad.
El aeropuerto de Puerto Príncipe reinició sus actividades después de que las bandas criminales fueran dispersadas de su perímetro. Muchos vendedores ambulantes han vuelto a trabajar y las pandillas también han sido expulsadas del principal hospital público de la capital.
Pero los policías kenianos están ampliamente superados en número y las bandas fuertemente armadas siguen firmemente atrincheradas en muchas partes de Puerto Príncipe. Grandes franjas siguen siendo zonas prohibidas, como el centro de la ciudad y la zona que rodea la embajada de Estados Unidos. Las bandas ya no controlan el hospital público, pero está en ruinas y no ha vuelto a abrir sus puertas.
Las bandas criminales también han ampliado su control fuera de la capital, tomando posesión de tres carreteras clave que unen a Puerto Príncipe con otras partes del país y sitiando pueblos y ciudades más pequeñas a los que la fuerza internacional no tiene recursos para llegar.
La semana pasada, un grupo armado en el valle del Artibonito, en la parte central del país, atacó un pueblo, lo que dejó un saldo de 88 personas muertas, incluidos 10 pandilleros.
Más de 700.000 personas que huyeron de sus hogares durante una ola de violencia en el último año y medio aún no han podido regresar. A la mitad de la población del país —aproximadamente 5,4 millones de habitantes— le cuesta alimentarse todos los días, y al menos 6000 personas que viven en campamentos precarios corren el riesgo de morir de hambre, según un análisis publicado recientemente por un grupo de expertos mundiales.
Haití ha lidiado con niveles impactantes de violencia de pandillas durante más de tres años, desde el asesinato del último presidente electo del país, Jovenel Moïse.
Muchas personas que huyeron de la violencia se asentaron en escuelas públicas y edificios gubernamentales. Casi 3700 personas han sido asesinadas este año, según Naciones Unidas.
Las rutas bloqueadas hacia Puerto Príncipe y desde ahí hacen que sea “casi imposible” que la policía intervenga a tiempo cuando las pandillas atacan nuevos lugares fuera de la zona metropolitana, afirmó el primer ministro de Haití, Garry Conille, en una reunión en Nueva York el mes pasado.
Además, la fuerza liderada por Kenia es lamentablemente pequeña.
Prevista inicialmente para 2500 agentes policiales, cuenta actualmente con poco más de 400. Por otro lado, los expertos estiman que hasta 15.000 personas son miembros de 200 pandillas haitianas.
La misión, de 600 millones de dólares, fue aprobada por Naciones Unidas, pero fue en gran medida financiada y organizada por Estados Unidos. Depende de contribuciones voluntarias y hasta ahora ha recibido 369 millones de dólares de Estados Unidos y 85 millones de otros países.
El gobierno de Biden anunció recientemente una asignación de ayuda aparte —160 millones de dólares— para la Policía Nacional de Haití.
El ministro de Asuntos Exteriores de Kenia, Musalia W. Mudavadi, afirmó en la reunión del mes pasado en Nueva York que 400 policías solo podían lograr un cierto número de objetivos, y dejó claro que las capacidades de la fuerza eran “actualmente insuficientes”.
El gobierno de Biden está intentando convertir el despliegue en una misión oficial de pacificación de la ONU, lo que exigiría que los Estados miembros contribuyan con dinero y personal.
El presidente de Kenia, William Ruto, tiene previsto enviar 300 agentes policiales adicionales este mes y otros 300 para finales de noviembre. Jamaica y Belice también han enviado un pequeño número de agentes.
Los refuerzos permitirían a los kenianos instalar una decena de bases de operaciones avanzadas en toda el área metropolitana y en el cercano valle del Artibonito para poder mantener asegurada una zona recuperada de las pandillas, explicó Otunge.
Cuando los kenianos respondieron a finales de julio a un ataque de pandillas en Ganthier, a unos 32 kilómetros al este de Puerto Príncipe, la operación duró una semana debido a la falta de apoyo aéreo y los agentes tuvieron que dormir en sus vehículos, dijo Otunge. No había comida para los policías kenianos, así que la policía haitiana compartió la suya, añadió.
Aun así, “expulsamos a las pandillas”, añadió con orgullo.
Modificar el estatus del despliegue de Kenia a una misión de pacificación podría ser la única manera de liberar a Haití del control de las bandas armadas y permitir la organización de elecciones para elegir un nuevo presidente, afirmaron los expertos.
El gobierno de Biden cree que sería la forma más eficaz de garantizar que una misión internacional continúe durante el tiempo que sea necesario, afirmó un alto funcionario del gobierno de Biden en una reunión informativa en la que se dijo a los periodistas que el funcionario no podía ser identificado porque estaba discutiendo asuntos diplomáticos.
“Tenemos una oportunidad de construir sobre esta base de seguridad, sobre este progreso, sobre un renovado sentido de esperanza”, declaró el secretario de Estado Antony Blinken durante la reunión de septiembre con funcionarios haitianos y kenianos.
Las operaciones de pacificación de la ONU tienen un largo y complicado historial en Haití, plagado de abusos sexuales y malas condiciones sanitarias que trajeron el cólera al país y causaron miles de muertes.
Pero a pesar de los problemas pasados, un exdirector del Consejo Presidencial de Transición de Haití, encargado de organizar las elecciones, ha instado a las Naciones Unidas a regresar.
“Estoy convencido de que este cambio de estatus, si bien reconociendo que los errores del pasado no pueden repetirse, garantizaría el éxito total de la misión”, afirmó el entonces presidente interino de Haití, Edgard Leblanc Fils, ante la Asamblea General de la ONU el mes pasado.
Carlos Hercule, ministro de Justicia de Haití, dijo que se sentía “impaciente” porque muchos agentes de policía haitianos habían abandonado el país, y añadió que Haití necesitaba un despliegue más robusto pronto.
Otunge, exdirector de operaciones de seguridad de la policía de Kenia que ha participado en misiones de paz en Sudán del Sur y Somalia, hizo un llamado a la paciencia.
Afirmó que no se detendrá hasta que Haití “recupere su gloria”.
“No puedo fallarle al pueblo haitiano”, afirmó Otunge. “Nunca he fallado y no estoy dispuesto a fallar en Haití”.
Andre Paultre colaboró con reportería.