Por Carlos Alberto Ospina M.
“¡El que nada debe, nada teme!” No desviar la atención acerca de la idoneidad administrativa del Consejo Nacional Electoral para investigar las campañas y a los candidatos, intentando manipular el presunto desconocimiento del fuero presidencial. Estas reglas de juego avaladas por las altas Cortes e inscritas en Constitución son de estricta aplicación a las diversas tendencias ideológicas sin hacer distinción en cuál extremo se muevan.
Arrebatarse y pedir un trato diferencial a base de arrinconar la arquitectura institucional de la nación, a simple vista, despierta una duda similar a la percepción del asesino sorprendido in fraganti con el arma y las manos untadas de sangre del fallecido. No obstante, cada sujeto independientemente del privilegio integral cuenta con el debido proceso y la presunción de inocencia. Ahí está el quid, el revoltoso de la Casa de Nariño construye a su favor una narrativa como mártir y un discurso descalificador de la democracia.
La etérea, conveniente y selectiva memoria de grillo de Gustavo Francisco Petro Urrego y sus partidarios que, antes se rasgaban las vestiduras, para exigir la pronta indagación de la actividad proselitista de los contrarios; una vez más, hoy día incitan a la sedición y al desprecio de las demás ramas de poder público en razón a los miles de folios que argumentan la supuesta violación de los topes electorales.
El miedo del exguerrillero presidente y sus secuaces no consiste en el efecto de la sanción económica o la devolución del dinero entregado de la reposición por voto válido. La preocupación reside en que brote la podredumbre del ingreso de plata de los narcos a la campaña del Pacto Histórico, las promesas de otorgar contratos estatales a cambio de financiación debajo de cuerda, las alianzas secretas con innegables organizaciones al margen de la ley para “cogobernar” y la estrategia progresista para robar el erario; entre otros guardados que sacan de quicio al experto en falsas noticias e instigador profesional que habita temporalmente el Palacio de Nariño.
En caso de que la evidencia sea tan contundente dicha pesquisa y el detallado expediente deberán pasar a la Comisión de Acusaciones de la Cámara de Representantes; donde es de público conocimiento que todo se negocia, no avanza o termina archivado. Entonces, ¿a qué le teme el otrora partisano que ha comprado a la mayoría de congresistas de varios movimientos y partidos políticos? Con el fin de quedarse en el poder hará lo inimaginable, llevándose por delante a quien impida su paso.
Para proteger a sus visibles aliados criminales y a los distintos delincuentes que viven atrincherados detrás de los matorrales a la espera de ultrajar a los ciudadanos, pone en la palestra la elección popular de jueces y saca un nuevo decreto para “moderar”, más bien, impedir el legítimo uso de la fuerza por parte de la policía en defensa del Estado Social de Derecho durante las conspiraciones e insurrecciones tipo ‘Primera Línea’. También, concede funciones de ‘gestores sociales’ a sistemáticos agresores contra la población civil. Petro le escupe la cara al pueblo colombiano sin demostración de pudor ético ni juicio moral de ninguna naturaleza. Acaso, ¿en alguna etapa de su tenebrosa existencia ha tenido consideración hacia el resto de las personas? ¡Jamás!
A pesar de la repartija de miles de billetes con el fin de comprar la conciencia de algunos, los falsos adeptos, las asambleas “populares”, los jóvenes indecisos, los extranjeros rencorosos, los grupos armados ilegales, los funcionarios ambivalentes, los bulliciosos universitarios, los fogosos milicianos urbanos, los parlamentarios arrodillados y ciertos integrantes de las fuerzas armadas que deshonran las insignias; este cizañero debe terminar su período el 7 de agosto de 2026. Los hechos explican el retroceso de los indicadores del sistema general de seguridad social en salud, educación, economía e inversión a niveles de la última década del siglo Veinte.
Nadie con media neurona respalda un cambio para empeorar las cosas, comenzando por el lenguaje agresivo y la probada alevosía de sus acciones. A propósito, Colombia lleva muchos años padeciendo diferentes formas de violencia, sin embargo, Gustavo Petro tuvo la capacidad de potencializarlas y desmembrar el país a favor de los malhechores. ¡Dime con quién andas y te diré quién eres! Dividió la patria, aún más, a juzgar por sus alocuciones hostiles e instigadoras.
Los diálogos con los bandidos, el nombramiento de sanguinarios ‘gestores de paz’ y el obsceno intercambio de sombreros entre antiguos operadores de delitos de lesa humanidad, indican el menosprecio a las víctimas del conflicto armado. De manera simultánea corrobora el fracaso rotundo de la trampa construida por la izquierda con el objeto de permanecer en el poder a la mala y a punta de corrupción.
Es evidente que Petro no ha dejado la indumentaria guerrillera ni el complejo de Mesías que vino a este terruño a salvar las almas de los impíos. Suena a lugar común los epítetos de solapado, mañoso y resentido, ¡pero eso es lo que hay!, un individuo que genera absoluta desconfianza. Al decir de la ‘galardonada’ e inepta Francia Márquez, “¡llórelo!” Sí, ella tiene la razón, llorémoslo, porque al final deberá imponerse la separación de las ramas del poder, la ley y las instituciones democráticas por encima de las obsesiones de este hombre malvado y sus encubridores enfermizos.