Por Eduardo Frontado Sánchez
Desde siempre he visto las cualidades distintas como un verdadero privilegio. Sin embargo, a lo largo de mi vida y en mi misión de ayudar a otros a través de mi propia experiencia, he llegado a la conclusión de que mi enfoque sobre la inclusión es el más adecuado.
Vivimos en un mundo dominado por los avances tecnológicos, cada vez más impresionantes, pero también más abrumadores. En medio de este progreso, es sorprendente cómo nuestra sociedad aún no ha desarrollado la empatía necesaria para comprender que cada avance y cada oportunidad deberían ser reflejo de una transformación profunda como sociedad. Sé que la transformación social no ocurre de la noche a la mañana, pero también estoy convencido de que, con esfuerzo, podemos construir un mundo más inclusivo y libre de etiquetas.
Para muchos, las cualidades distintas pueden parecer una carga o motivo de estigma. En mi opinión, representan exactamente lo contrario: son el signo de la transformación que necesita una sociedad como la nuestra, saturada de tecnología y progreso científico, pero a la que le falta la educación y empatía que son esenciales para un verdadero avance humano.
Recientemente, tuve una experiencia que ilustra este desafío. En un país donde la accesibilidad y las oportunidades médicas están al alcance de muchos, me encontré cara a cara con los prejuicios que aún persisten, tanto en las personas con cualidades distintas como en quienes nos rodean.
Estaba comprando unos lentes correctivos, y mientras mi madre realizaba una diligencia, la vendedora me preguntó, sin mostrar ningún tipo de sensibilidad, si tenía los recursos necesarios para pagar la compra. Me sorprendió que en pleno siglo XXI, con tanto discurso sobre inclusión y transformación, aún haya personas que, al encontrarse con alguien diferente, reaccionan con desconfianza.
Le respondí con firmeza: «No se preocupe, aunque me vea en esta silla de ruedas, soy perfectamente capaz de pagar mis cuentas». Este tipo de situaciones, lejos de enojarme, me reafirma que la clave para un cambio real está en la educación. La humanización y la eliminación del miedo hacia lo distinto son componentes cruciales si queremos lograr una transformación cultural que nos lleve hacia una sociedad verdaderamente inclusiva.
Es importante entender que, aunque el marco legal es necesario para avanzar en temas de inclusión, no será suficiente si las personas no se comprometen emocional y socialmente con este proceso. Podremos tener las mejores leyes del mundo, pero sin un verdadero apoyo de la sociedad, seguiremos enfrentando barreras.
La inclusión no es solo una cuestión de teorías escritas en libros. Debemos vivirla, no desde la compasión o el victimismo, sino desde la empatía. Ponernos en los zapatos de quienes viven con cualidades distintas nos permitirá ver que lo que nos une como seres humanos es mucho más poderoso que nuestras diferencias.
Vivir en una sociedad inclusiva significa valorar a cada individuo por lo que aporta y por cómo enriquece al conjunto. Nos queda mucho camino por recorrer, pero si comenzamos a trabajar en el fortalecimiento de la empatía y la educación, estaremos un paso más cerca de lograr una sociedad en la que lo humano nos identifica y lo distinto, lejos de separarnos, nos une.