Por Carlos Alberto Ospina Macías
No es requisito oler a viejo ni magullar frustraciones para recordar algunos instantes mágicos e irrepetibles. Ciertos momentos van en dirección a corrientes perspicaces y temporadas de dejadez que retan el entendimiento de las cosas simples. Lejos de reconocer con qué quedarse el hombre transita los distintos caminos por inercia o a causa de la rebeldía de su naturaleza emancipada.
Evocar no es patrimonio exclusivo de los años. A veces, un relámpago atraviesa cualquier pausa corporal provocando diversas sensaciones que rompen con la cotidianidad de manera impredecible. De acuerdo con la capacidad de adaptación el individuo carga montones de preocupaciones, a la vez que coge un segundo aire para medirse consigo mismo.
En época de materialismo dejarse llevar por el aroma de un café o la ilusión de comerse un pan recién horneado con mantequilla, parece un asunto de gente en decadencia. ¡Qué decir! De la invención de los ‘feromonas alborotadas’ para justificar la cándida persecución de aquella adolescente que se pavoneaba por la mitad de la calle, al tiempo que la comparsa de admiradores ponía a volar la imaginación de forma particular. Las caras de esos atolondrados y los suspiros en tono mayor no eran vistos como acoso, tan solo una expresión de valoración acerca de la muchacha que, entre presuntuosa y tímida, movía las nalgas al son del asombro colectivo. Al fin de la jornada, uno sería el dichoso o el desencantado de por vida.
Hoy no se puede resaltar el cambio de color del cabello ni el esfuerzo de una dama por adelgazar, ambas opiniones livianas son consideradas desafortunadas y tentativas de acoso sexual. Las metáforas, la caballerosidad, la creatividad amena y la exaltación están condenadas al repudio de unas cuantas fracasadas. En resumen, consiste en un punto de vista de acomodación y resistencia que aniquila la espontaneidad. Esto es harina de otro costal.
La manada de irritables no ha podido opacar la capacidad de asombro cuando se escucha el golpeteo incesante de un pájaro carpintero, el titubeo que produce una mariposa inmóvil encima de la puerta de entrada a la casa, la especie de llamado nocturno de una salamandra y el colibrí que danza enfrente de uno como si emanara el néctar espiritual de la madre fallecida.
A menudo en el afán por comprender la existencia caen rocas que destruyen lo esencial, viajando en contravía a las expectativas y los deseos sin encontrar el significado a las propias acciones. La incertidumbre toma de la mano al sigilo para enfrentar al viento huracanado que desbarata los planes y lanza a la persona hacia lo inesperado. La pasión en todas sus manifestaciones, la fruta exótica, el roce de la piel, la cascada cristalina, el animal salvaje, los destellos del pasado, el abrazo de improviso, la gota de lluvia sobre los labios secos, la playa de arena clara, la brisa en la cúspide de una montaña, la niebla densa, el rocío haciéndole el amor a una flor, el corazón agitado, la melodía íntima, ‘buenos días mamá, y hola hijo’; entre una larga lista de vivencias humanas que enseñan a navegar en medio de las dudas, las cicatrices emocionales, las frustraciones, los arrepentimientos y las escasas respuestas.
Las nuevas realidades están tejidas con hilos que valen la pena experimentar en razón a que invitan a abrir los ojos, en lugar de tener la mirada fija en el suelo infértil.
Nos aferramos a objetos, en vez de fluir a la par de la corriente original y libre que empuja a emprender lo que nos importa. De suerte que un nuevo amanecer despierta el apetito por la sabiduría de preferir vivir sin afanes ni distracciones.