Daniel Samper Pizano
I. Vainas de la Virgen
Asistí hace dos semanas a la boda de mi ahijado predilecto con una barranquillera maravillosa. El escenario era la pintoresca iglesia de un pueblo cercano a Bogotá, y el encargado de bendecir la católica coyunda fue un sacerdote de verbo edificante y claro. De la ciudad concurríamos no menos de cien invitados que más tarde fuimos favorecidos con espléndido almuerzo en un restaurante campestre.
A eso de las once de la mañana avanzaba la misa, que ahora, amén del sermón de circunstancias y las oraciones tradicionales, consta de varios momentos nuevos enderezados a acercar los fieles al sacramento: palabras del novio, palabras de la novia, promesas de uno a la otra y de la otra al uno, música (valen rock y vallenatos) y varias adehalas más. Lo principal sigue siendo, sin embargo, el texto de san Pablo —asaz machista— con solemnes advertencias sobre los mutuos deberes conyugales, algunos salmos ad hoc, un evangelio a la medida y el amenazante remate que compromete a los desposados a una vida común “hasta que la muerte los separe”.
A esta etapa entrábamos cuando ocurrió algo insólito. El grueso libro que sirve de guía a la ceremonia se cerró y al sacerdote, que ha repetido mil veces las consabidas fórmulas allí escritas, se le bloqueó la memoria. Entre el desconcierto del religioso, la sorpresa de los novios y la expectativa de la audiencia transcurrieron larguísimos minutos. El escrito indispensable no aparecía. Las manos cada vez más nerviosas del clérigo pasaban y pasaban páginas, y las palabras consagratorias seguían perdidas. Finalmente, tras un intermedio que pareció durar horas, el ojo del pastor divisó los párrafos descarriados y el acto pudo proseguir en medio del alivio general.
Mi vecino, un conocido político conservador de Barranquilla, me musitó al oído:
—Estas son vainas de la Virgen Borradora.
II. El milagrito
¿La Virgen Borradora? Primera vez que la oía mencionar, y eso que fui acólito del marianísimo monseñor Brigard. No hubo tiempo ni ocasión de pedir más información a mi vecino, pero, consciente de que si de algo saben los godos es de vírgenes santas (recuerden que Iván Duque anudó el binomio antiCovid de la de Chiquinquirá y la de Fátima), al día siguiente me dediqué a averiguar por la dichosa madona a quien el político costeño atribuyó la desaparición de páginas clave del mamotreto casamentero.
Muy pronto hallé que la Virgen Borradora sí existe y que, además, es venerada en Ecuador, su patria. Con ayuda de amigos quiteños, de viejos libros, de la revista Mundo Diners (dirigida por un gran historiador que es de manera simultánea pájaro y cordero), de manuscritos parroquiales y alguito de internet, establecí que a esta santa se atribuye la potestad de borrar documentos judiciales comprometedores y, en particular, evaporar expedientes, blanquear prontuarios, desaparecer hojas de vida incómodas y esfumar antecedentes siniestros.
Por supuesto que es preciso solicitar a la patrona el milagrito: la Virgen Borradora no trabaja de oficio sino por petición de parte. Sospecho, en consecuencia, que alguno de los concurrentes al rito matrimonial de mi ahijado encomendó a la Virgen el pequeño prodigio de las hojas vacías como advertencia de que la misa se estaba alargando demasiado. Es más: claramente sospecho del político. ¿Quién más sino él estaba familiarizado con la dispensadora celestial de supresiones?
Por prudencia me niego a revelar su nombre. Solo diré que es destacado miembro del Senado. Si a la Portentosa Dama le parece indiscreto que yo publique estas intimidades, pues que las borre.
III. Cuatro siglos borrando
La Virgen Borradora, aliada de los devotos que quieren desaparecer expedientes condenatorios, es en realidad una evolución de la Virgen del Rosario que se adora en Quito desde 1612. El cuadro original fue obra de fray Pedro Bedón, y en él se ve cómo, con el niño en brazos, María ofrece una camándula a Domingo de Guzmán y Francisco de Asís.
La composición es similar a la de la Virgen de las Lajas, en Ipiales, y el autor es el mismo: son santas gemelas.
La transformación de esta imagen en la Virgen Borradora ocurrió en tiempos coloniales. En 1628 un indígena fue acusado de asesinato. El quichua negó de manera insistente su responsabilidad en el crimen, pero los jueces lo condenaron a morir. Agotado todo recurso legal, llegó la mañana de la ejecución a la plazoleta donde se alzaba la picota.
Durante los días anteriores al que debía ser el último suyo, el indígena, que era por completo inocente, pidió protección a la imagen de la Virgen del Rosario, reina de la capilla de la cárcel. Y la Alta Señora se la otorgó de manera inesperada e ingeniosa: cuando el escribano se disponía a leer la sentencia y proceder a su cumplimiento, descubrió que estaban en blanco los legajos que deberían llevar las firmas de los jueces. La pena capital se suspendió y el sustanciador fijó nueva fecha para culminar el procedimiento.
De nuevo los magistrados firmaron los papeles, de nuevo se condujo atado al presunto criminal y —oh sorpresa— de nuevo el manuscrito sentencioso desapareció del expediente. Estupefactos, los espectadores atribuyeron el fenómeno a una demostración del poder de la Virgen, que pasó a ser llamada la Borradora. El indio salvó su vida y la imagen se convirtió en objeto de culto.
Al llegar la República, en 1809, la cárcel se volvió cuartel y la pintura siguió en su muro; pero en 1895 pasó a la iglesia de San Roque, en el centro de la ciudad. Aún atiende allí todos los días a los avergonzados devotos que acuden a rogarle que borre ciertos documentos judiciales por culpa de los cuales podrían acabar en la cárcel.
IV. Sucursales
Numerosas vírgenes de prestigio tienen sucursales en el exterior: la de Guadalupe trabaja con éxito en España y México, y la original del Rosario es francesa, pero pulula en medio mundo, incluido Valledupar.
Creo que no tardará en abrir despacho en Colombia la Virgen Borradora. Aquí se le garantiza abundante clientela para multiplicar sus prodigios.
ESQUIRLA: una excelente noticia cultural es el primer lustro del festival musical de Ibagué (Ibagué Festival), que está recuperando el prestigio de la denominada “capital musical de Colombia”.