Los Danieles. Cuando me dé la gana

Daniel Samper Pizano

Daniel Samper Pizano

Rafael Fernando Rojas Plazas, profesor vallecaucano, logró lo que se proponía. Hace doce días, por insistencia suya, los médicos aplicaron un tratamiento que le causó la muerte inmediata. Tenía 67 años y llevaba seis intentándolo. Conocimos su historia en una columna de Claudia Palacios en El Tiempo horas después de que él falleciera. El profe perdió la guerra contra un cáncer que le impedía andar, leer y llevar una vida normal; usaba pañales, pasaba largo tiempo en la cama y necesitaba ayuda para casi todo. 

Ante su creciente impotencia, optó por una muerte digna en vez de una vida inviable. Los médicos de dos clínicas caleñas consideraron, sin embargo, que su salud aún no estaba suficientemente deteriorada y, como si ellos fueran los dueños de su albedrío, le negaron el derecho a morir. “Querían una degradación absoluta”, denunció Rojas Plazas. Finalmente, los facultativos de otro hospital respetaron su voluntad. El 27 de agosto, asistido por ellos y acompañado por su esposa, el maestro dejó por fin de sufrir.

Tres días después, en Bogotá, Javier Acosta, de 36 años, aficionado a las redes sociales, al fútbol y seguidor incondicional de Millonarios, logró también lo que, como enfermo consuetudinario, perseguía de tiempo atrás: una muerte digna. Había perdido la posibilidad de caminar por un accidente de tránsito y contrajo luego una infección que le royó los huesos. 

Javier se negaba a llevar una vida que obligaba a su familia a asistirlo constantemente. Siempre sonriente, comunicó su decisión de morir por voluntad propia y ayudado por la ciencia. Así ocurrió. Tras despedirse en un video “a lo grande” y charlar con un jugador de Millos, ingresó el viernes 30 de agosto a una clínica privada donde lo durmieron para siempre. Su equipo de fútbol le rindió homenaje póstumo y uno de sus ídolos le dedicó un gol. 

Rafael Fernando Rojas y Javier Acosta aparecen entre los últimos nombres de los mil y pico colombianos que han logrado una muerte decorosa merced a que en 1997 la Corte Constitucional despenalizó lo que era entonces un delito. 

Uno de los pioneros de la clemencia legal fue Ovidio González, padre del caricaturista Matador, quien en julio de 2015 logró que una clínica pereirana le aplicara la eutanasia, pese a que un procurador beato y medieval intentó sabotear la facultad que le confería la ley al enfermo. 

A González hay que añadir otros pacientes que dieron la batalla en tribunales y ante la opinión pública para que les reconocieran su derecho a fallecer en condiciones dignas. Entre ellos, el transportador Víctor Escobar, en 2022, y, en el mismo año, Martha Sepúlveda, quien declaró: “Soy muy católica y sé que Dios no me quiere ver sufrir a así».

Un duro obstáculo para aplicar este derecho es que el Congreso, timorato y calculador, ha hundido desde 1997 diecisiete proyectos que desarrollan la doctrina de la Corte. Así lo denuncia Lina Paola Lara, directora de una fundación que apoya la muerte solicitada.

Según DescLab, entidad que estudia el ejercicio de los derechos económicos, sociales y culturales, entre 2015 y 2023 se efectuaron en Colombia 692 fallecimientos asistidos. La demanda crece cada año y de 2022 a 2023 aumentaron los procedimientos en un 49,7 %. La ciudadanía simpatiza con la eutanasia: el 38 % apoya su aplicación legal y solo el 19 % se opone a ella. Otro estudio reconoce una favorabilidad promedio del 70,1 % de los colombianos.

Poco a poco, luchando contra intereses creados y prejuicios, la civilización ha conseguido apuntalar derechos humanos que emanan de su autonomía personal, como escoger estado civil u oficio. El más reciente empeño es que se reconozca y respete la decisión de cuándo, cómo y dónde dejar este patético mundo. 

Se trata de una tendencia universal que refleja el cine. Pedro Almodóvar acaba de poner en pie el Festival de Venecia con La habitación de al lado, acerca de una amiga que ayuda a bien morir a otra. Y la semana pasada The New York Times abrió sus páginas a Guillermo F. Flórez, autor del documental Señor, llévame pronto, sobre una exmonja española de carácter recio que, libre de enfermedades terminales, se prepara para morir porque a los 86 años ya lo considera oportuno.

Desde los tiempos bíblicos existe este derecho en su expresión más radical: el suicidio. Tanto la muerte por mano propia como mediante un tercero autorizado son tabúes tradicionales. La razón es muy simple: no hay autoridad que no se considere dueña de la existencia ajena. La religión fue ama de nuestras vidas durante siglos. Hace poco, cuando las leyes empezaron a reivindicar el derecho a cortar soberanamente una agonía dolorosa, la manija pasó a los juristas, que definen cuándo una despedida por determinación propia es legal y cuándo no. Ahora los copropietarios de las decisiones de los pacientes son los médicos; ellos determinan si el enfermo está suficientemente adolorido o si aguanta un poco más. Lo demuestra el caso del profesor Rojas Plazas.

Sacerdotes, magistrados y doctores toman la decisión final. El paciente solo puede proponer su propia muerte y celebrar si se la conceden, como el futbolero Javier Acosta. O bien acudir a la eutanasia brutal del suicidio. 

Imagino que dentro de un tiempo se reconocerá en forma amplia el derecho a no seguir vivo sin que la víctima necesite acreditar dolores insoportables o enfermedades incurables. Carmen, la exmonja de Señor, llévame prontoresume la genuina filosofía de la eutanasia: “Quiero morirme cuando me dé la gana”.

Así sea.

ESQUIRLAS. 1. El bloqueo de los camioneros ha sido el secuestro masivo más grande e infame de la historia de Colombia. 2. Al incendiarse Roma, en el año 64, el pueblo rogó al emperador Nerón (deplorable músico): “Incendia ciudades, pero no cantes”. Al presidente Gustavo Petro habría que decirle: “Péinate y vístete a tu manera, pero no perores”. 3. Ni tampoco trines. 4. Más bien, gobierna.

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