Por Eduardo Frontado Sánchez
A lo largo de mi vida, he llegado a comprender que la existencia es un constante desafío, un cambio perpetuo que nos pone a prueba diariamente. Enfrentarnos a nuestras propias limitaciones y superarlas requiere, sin duda, de una enorme dosis de voluntad, complementada con la disciplina necesaria para alcanzar cualquier objetivo. En mi caso, ese desafío ha estado marcado por el proceso de aprender a controlar mi tono muscular, una habilidad que adquirí hace apenas dos años y que me ha permitido experimentar logros que muchos podrían considerar insignificantes, pero que para mí representan victorias inmensas.
Para muchas personas, la capacidad de escribir a mano puede parecer una actividad trivial, algo que se da por sentado. Sin embargo, para alguien con cualidades distintas, que durante años no pudo sostener un bolígrafo por sí mismo, el hecho de poder hacerlo ahora es un triunfo desde cualquier perspectiva. No se trata solo de escribir una letra o una palabra; es la culminación de un sueño, una meta que parecía inalcanzable pero que, gracias a la ciencia y a la fuerza de voluntad, se ha hecho realidad.
El poder de disfrutar de nuestros pequeños logros es algo que, como seres humanos, a menudo pasamos por alto. Estamos tan inmersos en las prisas de la vida cotidiana que no nos detenemos a celebrar esas pequeñas victorias que, en su conjunto, constituyen el progreso. Para mí, cada trazo que hago con un bolígrafo es una celebración, un recordatorio de lo lejos que he llegado. La satisfacción que siento al ver mis pensamientos plasmados en papel es inmensa, y es un testimonio de lo que la perseverancia y el empeño pueden lograr.
Siempre me ha fascinado el mundo de los bolígrafos y los instrumentos de escritura. Durante años, solo los coleccionaba, pues mi condición física me impedía usarlos con regularidad. Solo en momentos muy puntuales, como al firmar un documento en el banco, podía sostener uno en mis manos. Sin embargo, desde hace un año y medio, gracias al apoyo de un gran amigo, descubrí lo fascinante que puede ser escribir. A través de la escritura, no solo encuentro una nueva forma de expresarme, sino que también veo una herramienta poderosa para generar cambios, tanto en mí como en quienes me rodean.
El poder escribir a mano, después de 35 años de limitaciones, es un logro que trasciende lo personal. Es una victoria para todas aquellas personas que, como yo, han enfrentado retos físicos y han encontrado la manera de superarlos. Pero más allá de mi experiencia personal, esto nos invita a reflexionar como sociedad: ¿estamos preparados para entender que la vida se construye a partir de pequeños detalles? ¿Somos conscientes de que nuestras pequeñas victorias, por insignificantes que parezcan, son los ladrillos que construyen nuestro destino?
Para aquellos que, como yo, encuentran en la escritura una pasión y una misión, cada palabra escrita a mano es un testimonio de mejora continua. Cada línea es una nueva oportunidad de superación, un paso más hacia nuestros objetivos. Y aunque mi vida ha cambiado para mejor en los últimos dos años, he llegado a la conclusión de que la mitad de nuestros logros dependen de nuestra voluntad y de la determinación de querer hacer las cosas, mientras que la otra mitad radica en la disciplina con la que enfrentamos nuestros desafíos.
Es en el trayecto de la vida donde descubrimos nuestras verdaderas habilidades, las moldeamos y les damos forma según nuestros intereses y capacidades. Como bien lo dijo Nelson Mandela en la película Invictus: “Soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma”. Esta cita me recuerda que, con la disposición y actitud correctas, podemos alcanzar cualquier meta que nos propongamos, sin importar las dificultades que se presenten en el camino.
Lo humano nos identifica, lo distinto nos une, y el único límite para alcanzar nuestros sueños somos nosotros mismos. Que este sea un recordatorio de que la vida, con todos sus retos, es una oportunidad constante de superación y crecimiento.