Lo que hay en un título

Doctorados. Imagen El Espectador

Francisco Gutiérrez Sanín

Estaba fuera del país, así que puedo decir como el expresidente Santos: “hasta ahora me entero” del debate que tuvimos sobre el nombramiento de un alto funcionario sin doctorado. Como he visto varios ecos de él, algunos muy fantasiosos, me gustaría hacerle una glosa un poco testimonial, cosa que no entra en mi estilo, pero que en esta ocasión podría ser pertinente.

De la manera más simple posible: creo que exigir que el presidente, o el ministro, o el gerente, tengan un PhD, es increíble, deliciosamente, absurdo. También está inspirado en una buena dosis de clasismo (en Colombia, la exclusión por ingreso/patrimonio se traslapa bastante con la educativa). Piensen en gobernantes que a su juicio hayan sido realmente destacados. ¿Tuvieron doctorado? Probablemente no (no cuentan los abogados que reciben a veces ese título por su pregrado). Ni para gobernar, ni para hacer política, se necesita. Tampoco para jugar tenis de mesa, o para caminar hacia adelante. En Frankenstein, de la gran Mary Shelley, un personaje le dice al doctor: “gano diez mil florines al año, aunque no sepa griego”. Al punto.

No: no estoy respirando por la herida. El doctorado fue para mi una experiencia extraordinariamente valiosa. Escogí un tema que hoy parece excéntrico (aunque sigo creyendo que fundamental) en un país excéntrico (aunque con una tradición científica gloriosa), así que de pronto no ayudó mucho a mi carrera. Pero no estaba pensando, ni entonces ni hoy, en términos de carrera. Gracias al doctorado, conocí culturas, perspectivas, idiomas diferentes. Reforcé significativamente mi formación en instrumentos claves que he usado a lo largo de mi vida. También maté dentro de mí cualquier tentación doctrinaria. Entendí que las sociedades humanas tienen dinámicas más extrañas de lo que uno en principio podría imaginar. Me armé de una visión global, mucho más oblicua, crítica y tentativa, de la que hubiera tenido sin él. Y me la gocé sin parar.

También entendí que doctorarse no es más que aprender a investigar. No es poco. Es mucho. Pero no me entrenaron, ni podían hacerlo, para desempeñarme bien en otras actividades. Puedo decir que tengo instrumentos especializados para tratar de entender a la sociedad, pero no que estoy más capacitado que los demás para hacer política, o gerenciar, o gobernar (tampoco para opinar…).

De hecho, una buena pregunta empírica sería si nuestros ministros con doctorado se han desempeñado mejor que los demás. Mi primera hipótesis sería que no. Ojalá alguien con la curiosidad y los conocimientos adecuados haga la evaluación.

Que viva el doctorado, entonces. Puede resultar una experiencia atractiva, fundamental y transformadora. Sé que para otros pudo haber sido un drama, pero incluso así podría ser uno interesante y constructivo (un poco como una buena telenovela). Y si pasamos de lo individual a lo colectivo, el país sigue necesitando más doctores. Muchísimos más de los que tiene. No sé qué esté haciendo nuestra política de ciencia y tecnología (cada vez más difícil de leer para mí) en este particular. Pero lo ideal sería que nuestros PhD trabajaran como investigadores, creando conocimiento, enseñando, no solamente como políticos o administradores (y definitivamente tampoco como charlatanes, que usan su título para tratar de trolear). El doctorado es como el cinturón negro en artes marciales. Lo puedes conquistar, lo que es un logro, pero después perder las destrezas adquiridas (así como las peleas subsiguientes).

En una sociedad clasista y subdesarrollada (por tanto, con una débil división del trabajo) es fácil reaccionar confusamente cuando llega nuevo personal al poder. Hay toda una atractiva historia detrás de esto: somos el país de los doctores. Por lo demás, nuestro Estado, como los otros, tiene manuales de funciones, lo que impide que se llegue a absurdos en la otra dirección (un gerente del Banco de la República que no ha terminado bachillerato, etc.).

Ojalá el gran acuerdo nacional incluya una cláusula contra la ridiculez extrema.

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