Editorial
En una democracia con los mecanismos electorales engrasados desde hace casi 250 años es muy difícil que se den situaciones sin precedentes en el sentido literal de la expresión, pero en la campaña de 2024 los historiadores van a ciegas. Donald Trump, el primer candidato condenado penalmente y con causas pendientes, se enfrenta a Kamala Harris, de 59 años, una mujer de padre negro y madre india, que se ha asegurado esta semana los votos suficientes para ser la nominada del Partido Demócrata para la presidencia en la convención que se celebrará a mediados de este mes. Convencer a Joe Biden, el presidente con más votos de la historia, de que se retirara a menos de cuatro meses de las elecciones era una operación de altísimo riesgo, y, sin embargo, estas primeras dos semanas desde la histórica renuncia permiten concluir que la jugada no ha desestabilizado la campaña demócrata, sino todo lo contrario.
Las dudas en torno a la figura de Harris estaban justificadas. La senadora fracasó estrepitosamente en las primarias por la presidencia en 2020, en la que no fue capaz de conectar con las bases demócratas y ni siquiera llegó a las primeras votaciones, después de un año haciendo campaña y con un importante apoyo financiero. No pocas voces en el partido trataban de promover a otros candidatos para competir por la nominación ante el vértigo por la ausencia de una figura unificadora como Biden.
Esas dudas se despejaron en las primeras 24 horas desde la renuncia del 21 de julio. Harris rompió el récord de recaudación de fondos en un solo día con 81 millones de dólares en donaciones, sin haber hablado en público siquiera. Un día después había llegado a 100 millones, según cifras de su campaña. Lo más relevante no es la cifra en sí, sino el hecho de que ese dinero procedía de 1,1 millones de personas distintas. Más relevante aún es que el 62% de ellas donaban dinero por primera vez a un candidato en esta campaña. Se puede concluir que la alternativa a Biden sacó de su letargo a muchos partidarios demócratas que quizá habrían votado por el presidente igualmente, pero no estaban dispuestos a movilizarse por la campaña. Desde entonces, la energía renovada entre los demócratas no ha hecho más que crecer. La cifra final de donaciones a la campaña en el mes de julio ha superado los 300 millones, la mayoría tras la retirada de Biden.
En este tiempo, las encuestas que de manera constante desde el año pasado mostraban la incapacidad de Biden para recortar terreno a Donald Trump, por fin se han movido. La media de las encuestas a nivel nacional muestra un empate entre Harris y Trump, con una tendencia claramente ascendente para Harris. Se espera que en las próximas horas Harris anuncie quién será el candidato a vicepresidente, y los nombres que compiten por el puesto son todos hombres blancos moderados, con apoyo electoral probado y con buen dominio de los medios.
Cien días en política son una eternidad. Más aún, en el evento político más observado del mundo, como una campaña presidencial norteamericana, donde cada gesto y cada frase están sometidos a un escrutinio público sin igual. Las dos últimas elecciones, además, se han decidido por unas decenas de miles de votos en determinados Estados que producen el desempate, a pesar de la abrumadora mayoría demócrata en votos totales. Pero una campaña que estaba perdida, ahora está empatada. Después de muchos meses deprimentes, el momento de energía e ilusión es de los demócratas.