Los Danieles. La culpa es de Julio César

Daniel Samper Pizano

Daniel Samper Pizano

¿Quién robó primero? Colombia es especialista en desviar debates y mandar tiros al córner. Así ha ocurrido con la Unidad Nacional de Gestión del Riesgo de Desastres (UNGRD) a la que un amigo mío denomina Unigordo por razones eufónicas a las que adhiero. 

Aún intentamos averiguar cuántos son y cómo se llaman los bandidos que armaron un esquema para asaltar los fondos públicos de esta oficina, y ya empezó una guerra cruzada que pretende torcer la pesquisa. Gente del actual gobierno alega que, por elevado que sea el botín robado a Unigordo, es inferior al que, en tiempos de Iván Duque, se esfumó en el caso de los Centros Poblados. Y antiguos funcionarios de Duque sostienen que este hurto es ridículo al lado del atraco que practicaron en la administración de Juan Manuel Santos los cómplices de Odebrecht. A los cuales replican los santistas denostando al gobierno de Álvaro Uribe, cuando desaparecían personas, más que dinero. 

El truco es que si todos parecen untados, no hay cómo señalar a los limpios. Añadan a la marea igualadora de porquería el tráfico de drogas, el contrabando, las exportaciones ilegales, la recalificación de predios para convertir tierras de labranza en focos industriales y cuanto más se les ocurra…

¿Quién robó primero? La lista prosigue en reversa hasta detenerse, por acuerdo tácito, en la dictadura de Rojas Pinilla y su inclinación por bienes y ganados ajenos. La memoria popular señala que en esa época, de 1953 a 1957, la venalidad se coló en los toldos del Estado. Caso aclarado: Rojas fue el primero en robar.

Pues no. Es frágil la memoria popular. Antes de 1953 hubo decenas de ejemplos de corrupción republicana. Fueron menos, porque el país era más pequeño. Y fueron de monto más reducido, porque era más pobre. En la lista histórica consolidada, hay de todo. Entran rumores y calumnias, verdades y saqueos subrepticios, exageraciones y menguas. Caben también regalos indebidos a reinas españolas, sueldos adelantados, chivatazos financieros, despojos de tierras, adjudicación de submarinos artesanales, el negocio de la Handel, reparto de botines de guerra, tráfico de piedras preciosas, compraventa ilícita de armas, bazar infame de descendientes africanos para evadir la ley de 1852 contra la esclavitud. 

¿Quién robó primero? Muchos historiadores afirman que en 1822 el vicepresidente Francisco Antonio Zea (1766-1822) nos hundió en el pantano de un ruinoso empréstito y que de semejante piélago no hemos logrado salir todavía. Se abrió entonces la caja de horrores, errores, trampas, corruptelas y cadenas que nos azota desde hace dos siglos. Los chanchullos de Unigordo son apenas la cola de un monstruo eterno que nos devora.

Sin embargo, contra lo que creen los más pesimistas, Colombia no inventó la corrupción administrativa, ni ha sido el único país que la cultiva. Toda clase de regímenes —feudalismo, absolutismo, republicanismo, comunismo, socialismo, fascismo, militarismo y, por supuesto, capitalismo— han caído en garras de la rapacidad. Hasta en el Vaticano hay santos que pecaron contra el séptimo. (“No hurtar”, en la playlist de mandamientos).

Historiadores serios señalan que el primero que robó al Estado fue el famoso Gaius Iulius Caesar, alias Julio César. Nacido en Roma en el año 100 a.C., fue aspirante a rey, exitoso militar, abogado, delegado colonial, pontífice máximo, cónsul, magistrado y senador a quien asesinaron unos conspiradores en el año 44 a.C. 

Es uno de los romanos más famosos y venerados de la historia universal, pero el filósofo francés Montesquieu (1689-1755) lo señala como el gobernante que “generalizó la costumbre de corromper como mecanismo de financiación política”. Irene Vallejo describe así el truco de Julio César: “Financió su campaña al consulado recurriendo a los fondos del rico constructor Craso, al que recompensó después con contratos públicos”. Suena conocido.

Resultado: Craso se volvió multimillonario, a César nunca le faltaron fondos para sus campañas políticas y el sistema electoral quedó contaminado. ¿Quién iba a pensar que los unigordos eran aficionados a leer sobre la vieja Roma y copiarla?

En círculos académicos se abre camino el propósito de contar quién fue ese personaje ante cuyas estatuas se inclinan desde hace dos mil años millones de ciudadanos ignorantes. La productora PBS (Estados Unidos) estrenó hace poco una serie dramatizada sobre el verdadero monstruo que fue Julio César, padre del cesarismo (“Sistema de gobierno en el que una persona asume y ejerce los poderes públicos”). Se trata, señala, de “La dramática historia de cómo casi cinco siglos de democracia romana cayeron derrocados en solo dieciséis años” por este dómine que consolidó un colosal poder.

Mientras tanto, la BBC (Gran Bretaña) estrenó un documental que, según El País, “muestra a Julio César como alguien astuto, calculador, sin escrúpulos, preso de ambición desmedida hasta convertirse en dictador vitalicio”. Un corrupto “brutal, despiadado y genocida a gran escala”. 

La historia siempre tiene algo que enseñar. Y en este caso, según el crítico español Ricardo de Querol, expone la posibilidad de que “un populista corrompa un Estado entero”, circunstancia que, añade, podría sobrevenir en cualquier momento con los herederos del cesarismo, entre quienes menciona a Donald Trump, Jair Bolsonaro, Silvio Berlusconi y Vladimir Putin. 

Conocemos la versión colombiana: la hemos visto cabalgando y mintiendo.

“Nada pasa que no hubiera pasado en el mundo antiguo”, remata el ensayo de Querol. 

ESQUIRLAS. 

1. Un tipo como Donald Trump, que organiza mítines para plantear el grado de negror de la piel de su rival, solo merece ser alcalde de Auschwitz. 

2. Nicolás Maduro está a punto de ocupar lugar de honor en el cuadro de dictadores cesaristas. 

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