El régimen venezolano no aguanta un fraude más


Venezuela vuelve a las urnas con la esperanza de sacudirse tanto sufrimiento. El mundo entero la tiene que acompañar. Foto: EFE - Bienvenido Velasco

Editorial

En marchas multitudinarias, con las calles repletas de los colores de la bandera venezolana, Nicolás Maduro ha logrado algo que parece contraevidente: verse muy solo. En sus discursos, donde se presenta como un “gallo”, un bravucón, un hombre fuerte frente a una supuesta debilidad de la oposición, se le ve cansado. Sus ojos lo traicionan y muestran a un régimen que ve cómo sus horas pueden estar llegando a su final. Por eso las amenazas de “baño de sangre” si no gana; por eso la persecución implacable al candidato con más opciones de derrotarlo, Edmundo González Urrutia; por eso la frontera de Colombia y Venezuela amaneció cerrada el pasado viernes, dejando por fuera a miles de votantes, a pesar de que el gobierno de ese país había prometido otra cosa.

No vamos a caer en la ligereza de algunos líderes políticos que, en medio de una euforia sustentada en espejismos, dijeron hace ya años que Maduro y su combo de criminales tenían las horas contadas. El problema del autoritarismo es que su teatro acude a la vileza y tiene la capacidad de mantenerse a pesar de la voluntad popular. Todas las movidas que ha hecho el régimen en los últimos dos años, redobladas en el último mes de campaña, muestran a una dictadura que se rehúsa a caer. Puede pasar, muy a pesar del mundo entero, que la victoria de la oposición hoy sea contundente en las urnas, pero que aun así no sea suficiente para que el chavismo abandone el Palacio de Miraflores.

Lo dijo Maduro: “Si no quieren que Venezuela caiga en un baño de sangre, en una guerra civil fratricida, producto de los fascistas, garanticemos el más grande éxito, la más grande victoria de la historia electoral de nuestro pueblo”. Dirá que los enemigos son los otros, que los violentos son los otros, pero desde la oficina del alto comisionado para los Derechos Humanos de la ONU, pasando por la Corte Penal Internacional y aterrizando en el periodismo independiente y perseguido de Venezuela, son suficientes las denuncias de torturas y abusos que ha cometido el régimen. El baño de sangre ya viene ocurriendo en el vecino país, financiado por el dinero del régimen, protegido por la Rama Judicial controlada por el chavismo e incentivado por los discursos del chavista mayor a la cabeza.

Se siente, en todo caso, un cambio en esta ocasión. La izquierda latinoamericana, que ha guardado vergonzoso silencio durante años con la destrucción de la democracia venezolana, parece haberse reencontrado con su conciencia. O, cuando menos, se cansó de ser cómplice de Maduro. En la declaración más importante, Lula da Silva, presidente de Brasil, afirmó que se asustó “con las declaraciones de Maduro, de que si él pierde las elecciones habrá un baño de sangre. Quien pierde toma un baño de votos, no de sangre. Maduro tiene que aprender: cuando ganas, te quedas (en el poder). Cuando pierdes, te vas”. Gabriel Boric, presidente chileno, estuvo de acuerdo: “Concuerdo y respaldo las declaraciones de Lula de que acá no se puede amenazar desde ningún punto de vista con baños de sangre”. Colombia ha seguido con su cautela diplomática, que en Cancillería ha sido presentada como una estrategia para garantizar la transición. Habrá qué ver cómo reacciona nuestro Gobierno cuando los resultados de la jornada de hoy empiecen a ser publicados.

Todo esto muestra a un régimen solitario, al menos en el discurso, y a un gallo débil, buscando disimular su fragilidad. Venezuela vuelve a las urnas con la esperanza de sacudirse tanto sufrimiento. El mundo entero la tiene que acompañar.

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