Hace treinta años se produjo el asesinato del futbolista Andrés Escobar. El maestro Alexis Garcia, su amigo y colega, escribió una nota para El Tiempo; yo escribí otra para El Colombiano. La de Alexis fue escrita hace diez años. La mía también tiene telarañas pero nunca es tarde para recordar a Calidad Escobar.
Veinte años sin Andrés
Por Alexis García
Hace veinte años, Colombia jugaba el mundial de Estados Unidos; vivíamos una circunstancia especial después de haber llegado a ese país como candidatos al título.
Avalados por una magnífica eliminatoria, los triunfos y el hermoso fútbol convirtieron a nuestros jugadores en modelos a seguir, en paradigmas del éxito, dioses de carne y hueso que andaban en una alfombra mágica por el mundo.
El país nacional, desde el presidente para abajo, se unió alrededor de la selección. Nos sentíamos más colombianos que nunca; son esos instantes mágicos de euforia que depara un deporte como el fútbol, momentos que nos permiten crear un lazo fuerte de unidad nacional. Es desde los logros de unos muchachos de diferentes razas y clases sociales, que se crea un hilo afectivo que unido a los resultados, van tejiendo el cariño y el orgullo por la patria.
Decía nuestro Nobel García Márquez, otro orgullo colombiano, que en este país solo nos unimos ante un éxito deportivo, o ante una tragedia nacional. Fue eso lo que exactamente nos ocurrió hace veinte años: pasamos del favoritismo de ser campeones mundiales, a ser el único país que mata a uno de sus ídolos por un error deportivo.
Pueden estos factores tener un gran costo, porque vivimos viéndonos triunfadores en batallas imaginarias permanentes; vivimos soslayados en nuestro impulso propio de vivir recreando en nuestras mentes un mundo en el que somos los mejores del planeta, pero no sabemos que para ser los mejores debemos crecer como sociedad, no seguir esperando arrebatos personales de creatividad individual que nos lleven a la gloria
La muerte de Andrés Escobar, el ídolo, el amigo, fue un hecho imperdonable que vivió nuestra sociedad; fuimos al cielo y nos devolvimos al infierno con una afrenta como esta; mostramos las hilachas morales que sostienen nuestra cultura, carente de valores y principios de respeto a lo más sagrado : ¡LA VIDA!
El fútbol te invita a creerle más a la magia que a la razón, a lo inusual que a lo cotidiano. Esa apuesta a la épica convierte a nuestros representantes en héroes o villanos; no hay opción para equivocarse.
Hay que hacer conciencia de que en ocasiones la fantasía y la realidad no coinciden; la gloria a veces no ha recibido la cita a tiempo con la historia. Es ahí donde hay que entender que el fútbol termina siendo un juego en el que afortunadamente no sabemos qué puede pasar.
Hace 20 años alguien se tomó el atrevimiento de destruir un ídolo con todo su peso simbólico, la sociedad consumió al fútbol, el país entero lloró, así como en este momento ríe y celebra con la actuación en el mundial del Brasil.
Los tintes patrióticos que hacen girar el país alrededor de un brazuca, el balón del mundial, de unos muchachos que nos han dado una gran alegría y nos han inundado de un gran orgullo, nos ponen a celebrar victorias ruidosas.
Dios nos libre de parrandas mortales. La pérdida de Andrés, el hombre, no tiene nombre: no solo se llevaron al futbolista sino también un ejemplo; no solo a un ídolo, también a un líder.
Por estos días en los que celebramos una magnífica actuación de nuestra selección, con la certeza de que los goles de James y las resonantes victorias quedarán pegadas a las paredes de nuestras mentes como un cuadro de eterna felicidad, quería solo recordar que hace veinte años la sociedad le metió un autogol al fútbol.
Así como vibramos hoy con las victorias, los más cercanos conmemoramos con tristeza un aniversario más de la muerte del gran Andrés Escobar. (Publicada en El Tiempo=.
El gol a media asta
Por Óscar Domínguez Giraldo
Hola, soy el gol y como tal, sigo achilado, vale decir, achicopalado, derrumbado. Vuelto hilachas. Desde julio 2 de 1994 cuando un eficiente pistolero mató “una flor (Andrés Escobar) pero no la primavera”, ni siquiera me provoca salir al sol ni al aire que son mi ámbito.
Soy el gol y estoy de luto, a media asta, a partir de aquel día.
Desde hace tiempos nos estamos acostumbrando en Locombia a que un luto mata al anterior. Y así, de luto en luto, vamos caminando hacia la amnesia final.
Los que asesinaron a Andrés no hicieron sino corroborar que el hombre mata lo que más ama.
Había consenso alrededor de Andrés como jugador y como caballero. Esas dos condiciones iban de la mano. Juntas pero sí revueltas. Algo que no se da silvestre aquí.
Era un gentleman, y no sólo desde cuando se graduó de Sir Andrés al hacerles un gol a los inventores del fútbol, los ingleses, en su manga sagrada de Wimbledon.
Matar a un futbolista como Andrés es como matar una paloma. Es hacerle un autogol a la vida. Algo murió con el fútbol a partir de la muerte del zaguero zurdo del Nacional y de la Selección.
Minúsculo consuelo el de las autoridades que se alegran al “comprobar” que no lo mató ninguna mafia. Como si el daño ocasionado no hubiera sido desmesurado.
Siempre era domingo cuando el balón llegaba a la siniestra pierna de “Calidad” Escobar. A esa izquierda le tocaba hacer el trabajo de los dos pies, porque la derecha sólo le servía para bajarse del bus.
Era de la cofradía de otros zurdos iluminados como Hristo (Cristo) Stoichkov, el búlgaro, o del rumano Haghi, el Drácula de 1994 que condujo el demoledor ataque cárpato contra los nuestros en el primer partido que perdimos en Usa.
Con la muerte de Andrés casi provoca blasfemar con el gaucho Atahualpa Yupanki: “Dios por aquí no pasó”.
Claro que nos alegra saber que en el cielo, Dios lo tiene a su izquierda, para que haga juego con su pierna útil. O la derecha: se supone que Dios no tiene presa mala.
En los estadios le gastaron a Andrés dos minutos de silencio. Lástima que la experiencia nos enseñe que en Colombia “la solidaridad dura lo que dura un minuto de silencio”. Y este dura menos de sesenta segundos.
Los que somos goles de profesión nos resistimos a pensar que el espectáculo (el circo) tiene que continuar. Me declaro en huelga perpetua de alegría.
Porque eso se supone que eso es el fútbol: una dosis colectiva de regocijo y de paz escrita con los pies.
Como diría el maestro Echandía: “Colombia, país de cafres, y espero no estar calumniando a los cafres”, que al menos son dueños de la razón de la sinrazón.
Después de la partida de Andrés el último gol que salga del estadio que apague la luz. (Publicado en El Colombiano)