Por Carlos Alberto Ospina M.
El amor enfrenta una serie de desafíos que conducen a su aparente marchitamiento. La contención de las sensaciones, la baja autoestima, la escasa voluntad para afrontar las dificultades, el ocultamiento del aprecio, los temores al desempeño y la ausencia de compromiso con un proyecto específico son factores que, en conjunto, están estropeando la capacidad de las personas para mantener relaciones significativas.
Ese sentimiento atemporal, universal, antiguo y venerado padece una profunda metamorfosis, enfrentándose a un proceso de declive que sinnúmero de prójimos encuentran preocupante. El afecto en sus múltiples manifestaciones es un pilar fundamental en la historia de la humanidad. Los relatos románticos de la Edad Media, los inverosímiles devaneos del Realismo Mágico y la creatividad del Renacimiento ilustran la idealización y la exploración de las pasiones. Lo que antes era un compromiso firme y persistente para unos individuos, al presente se ve amenazado por diversos factores como el egoísmo, la tecnología y las presiones sociales.
Los lazos interpersonales han cambiado en función de la era digital. Las redes sociales y las aplicaciones de citas redefinieron la manera en cómo la gente se conoce, interactúa y despliega disímiles alianzas. Esas herramientas han facilitado el encuentro entre cibernautas de distintos lugares y contextos; a la vez que en algunos casos contribuyen a la explotación sexual, la superficialidad y la fugacidad de los idilios. El swipe right (desliza a la derecha) o swipe left (desliza a la izquierda) se han convertido en la metáfora de la selección rápida y desechable, donde el concepto referente a cualquiera es tasado en cuestión de segundos.
El permanente bombardeo de información, el creciente particularismo y la posibilidad de conocer a alguien nuevo con un sencillo clic han creado una sobreexposición cariñosa. El riesgo consiste en que la novedad y la percepción inicial se desvanecen con celeridad, pasando a la incesante exploración de algo mejor u otra agitación más “útil”. Esta dinámica ha provocado que muchos nexos carezcan de la trascendencia y el compromiso que requieren ciertos tratos sólidos.
La búsqueda de la emancipación y la autorrealización encamina a varios sujetos a priorizar sus aspiraciones por encima de los demás. Esta condición dificulta la alineación de compañías relevantes, dado que la estabilidad contempla la virtud de ceder, comprometerse y en determinadas circunstancias, poner por delante, los objetivos comunes. Sin duda, la autonomía es un aspecto positivo y necesario para el desarrollo propio. No obstante, cuando se lleva al extremo, el egocentrismo se transforma en un obstáculo para la construcción de vínculos consistentes. La cultura del ‘yo primero’ produce un tipo de resistencia a la vulnerabilidad, de sí, este comportamiento indica el grado de temor a involucrarse a nivel romántico.
Los abrazos, los besos, las caricias y demás expresiones afables han sido remplazadas por la cultura de la gratificación instantánea, las interacciones en pantalla, los «likes», los emojis y los mensajes de texto. Si bien, estas grafías digitales son efectivas para mantener la comunicación normalmente carecen de la correspondencia cara a cara, la calidez y la intimidad que proporciona el contacto físico. El querer, en su esencia, precisa de la proximidad para nutrirse y crecer. La urgencia de validación externa a partir de la base de cientos de ‘amigos’ en las redes sociales no garantizan salir del aislamiento ni superar la soledad.
El ritmo de vida acelerado, el estrés, la rutina, la ansiedad y la constante presión por alcanzar el éxito en todos los ámbitos; también, han ayudado al deterioro de las uniones entrañables. La modernidad impuso estándares elevados, a menudo, poco realistas acerca de lo que debería ser un enlace “perfecto”. Las expectativas inmoderadas engendran frustración y desilusión, lo que incita a cuestionar o abandonar la relación en busca de una tercera que, tal vez, nunca desentierre.
La conciencia sobre la importancia de la salud mental y emocional plantea a la especie humana el imperativo de escudriñar modos más resilientes, saludables y auténticos de reconectarse con lo que se siente en el alma. Ha resurgido un interés por las actividades que fomentan la conexión y los entornos sanos a fin de edificar puentes entre corazones para el renacimiento del amor sin fachadas de felicidad ni simple poetización de la vida.