Por Óscar Domínguez Giraldo
En tiempos de Copa América y Eurocopa como los que vivimos los cirujanos afilan el bisturí para operar corazones averiados de hinchas frustrados. O felices. Los dueños de ataúdes y hornos crematorios deberían ofrecer precios de temporada por estos días.
Fútbol sin goles es como una puesta de sol sin sol. “El goleador del campeonato es el mejor poeta del año”: Passolini.
A esos balones que pegan en el palo y se niegan a entrar, les quedaron faltando cinco centavos para el gol.
Los zurdos también son gente. Lo demuestran jugadores como Messi que lo ha ganado todo. Incluida su decisión de terminar su andadura en USA. Es la admisión de que el talento empieza a acusar fatiga de metal. Lo mismo hará Radamel Falcao quien pensionará sus guayos en Millonarios.
Los nuevos dueños del balón se tutean en el baño turco y en el club con sus asesores económicos egresados de Harvard. Convirtieron sus extremidades en multinacionales del entretenimiento.
Los futbolistas tienen corta vida útil. Pero han aprendido a manejar sus finanzas y aparecen en revistas del corazón acompañados de mujeres de viento, sacadas de la pasarela, olorosas a Chanel.
A algunos goleadores les caen tan duro sus compañeros para felicitarlos por un gol, que la próxima vez lo pensarán dos veces antes de anotar. Primero vivir.
Los futbolistas deberían jugar con cinturón de castidad. No para pecar dentro de la cancha, sino para proteger sus partes pudendas en los tiros libres que podrían dejarlos sirviendo para eunucos.
Hay mucho de beso de Judas en ese apretón de manos que se dan los jugadores antes del comienzo del partido. Me recuerda la precaria paz que nos damos en misa para luego volver al rencor.
Para el fallecido escritor español Javier Marías “el fútbol es la recuperación semanal de la infancia”.
Sugiero acabar con el fuera de lugar. Es virtud de delantero llamado “güevero” o “palomero” respirarle en la nuca al arquero, como es deber de los defensores obstruir su accionar.
Muchas veces los jugadores son objeto de faltas tan salvajes que la FIFA debería exigir la presentación de los planos anatómicos de cada futbolista, para rearmarlo en caso de emergencia.
A esos balones que pegan en el palo y se niegan a entrar, les quedaron faltando cinco centavos para el gol.
Cuenta el uruguayo Eduardo Galeano que la chilena fue inventada por Ramón Unzaga en una cancha del pueblo chileno de Talcahuano.
Los tiempos cambian: la noticia del descubrimiento de América se conoció tres meses después en Europa. Hoy se produce un prosaico gol y millones disfrutamos ese orgasmo colectivo en directo.
Aunque no lo crea el padre Astete, el fútbol sirve para demostrar la existencia de Dios: cada vez que marcan un gol, los jugadores miran al cielo en acción de gracias. Si pierden, también miran hacia allí en señal de reproche al Galileo.
Los desencantados jugadores relegados a la banca tienen cara de retrato hablado. Lucen el rostro inconfundible de quien va camino de la horca.
La letra de los himnos de los distintos países parecen escritas por el mismo profesor distraído de preceptiva literaria.
Después de arruinar los tobillos o la rodilla del rival, ciertos profesionales del juego brusco alzan las manos tratando de minimizar el ataque.
¿Por qué los jugadores aplauden a los colegas que les envían balones imposibles de controlar.
“Cuando dos equipos empatan, ambos pierden. Es una derrota recíproca y humillante”, pontificaba el dramaturgo y cronista brasileño Nelson Rodrigues.
Aficionados hay que si no los muestran siquiera una vez en las transmisiones de televisión, consideran que reencarnaron en vano. Quieren tener su segundo de fama.
Gracias a la televisión decenas de maridos fugados de casa son sorprendidos por sus mujeres con las manos en la masa femenina ajena en las graderías. Falso lo de que se iban a presidir juntas directivas en otras parroquias de la aldea global..
Se lo contó a Hernán Peláez el delantero uruguayo Ghiggia, autor del gol que le valió a Uruguay el mundial de 1950, en el célebre maracanazo: “Hicimos colecta para celebrar el triunfo en la habitación del hotel”.
Las finanzas del niño Alberto Camus, futuro Nobel de Literatura, eran tan precarias que jugaba de arquero porque en esa posición se gastaban menos los zapatos.
Hablando de árbitros que se equivocan, conviene recordar lo que Wilde leyó sobre el piano de un bar en Nueva Orleáns: “No disparen sobre el pianista: procura hacerlo lo mejor que puede”.
La historia, implacable, suele abreviar. Solo recuerda a los ganadores. “El segundo siempre es el primero de los derrotados”.
Dentro de unas semanas, pasar de la Eurocopa y la Copa América al balompié local es como hacer el tránsito de la langosta al proletario chicharrón. Pero toca. El fútbol es el fútbol en cualquier parte. (Líneas pasadas por latonería y pintura).