Daniel Samper Pizano
Tras convertir en ilegales las corridas de toros, la bancada prohibicionista del Congreso se propone vetar más actividades que incomodan, ofenden o desagradan a sus miembros.
Como consecuencia, otros grupos de presión quieren elaborar sus listas negras. Ellos también aspiran a triunfar, fijar sus propias prohibiciones, ganar popularidad en las redes y fatigar la prensa.
Uno de esos grupos, llamado Abajo el Ballet, acaba de proclamar un manifiesto que, según dice, hará de nuestro país “el primer territorio libre de bailes clásicos”.
MANIFIESTO
Ya fue posible enviar al matadero a cientos de toros bravos colombianos gracias al buen gusto de varios políticos e influenciadores criollos que lograron derogar la opinión y enmendar el horrible sentido artístico de, entre otros, Goya, Picasso, Ortega y Gasset, Hemingway, García Lorca, Savater, Neruda, Cocteau, Alberti, Lara, Sabina, Caballero Calderón, Vargas Llosa y Fernando Botero.
Es hora de hacer lo propio con el llamado ballet clásico, maquinaria destinada a adormecer a los pueblos y maltratar a millones de infantes. Se trata de una trampa política disfrazada de arte, según lo demuestra la nómina de sus más célebres ejecutores —Pavlova, Nureyev, Plisetskaya, Nijinsky, Makarova, Smirnova—, todos ellos comunistas ruso-soviéticos. La excepción es Alicia Alonso de nacionalidad (¿ya lo sospechan?) cubana.
Denunciamos la tortura a la que son sometidos los niños desde el momento en que sus padres se encaprichan en hacer de ellos multimillonarias figuras de la danza. Si bien el ADN del toro bravo lo impulsa a embestir, el de los chicos solo les pide jugar. Son sus progenitores quienes los inducen u obligan desde temprana edad (cuatro, seis, siete años) a agotadoras sesiones semanales de una gimnasia diseñada para convertir los pies en zancos.
Exigimos que UNICEF proteja a estos menores que más tarde experimentarán incurable frustración por haber destrozado al compás de flautas y violines sus huesos, articulaciones, músculos y, al final, sus ilusiones.
INFORME MÉDICO
“El ballet es completamente antinatural para el cuerpo”, resume la actriz Neve Campbell. Muchos informes médicos advierten de los peligros del baile en la salud, sobre todo si se trata de niñas. La red hospitalaria infantil de Estados Unidos revela que en 2009 fueron tratadas 160.000 personas con lesiones producidas por los retorcidos movimientos.
La edad del crecimiento hace más vulnerables a danzarines y danzarinas. El blog www.superprof.com/blog expresa que, aparte de las lesiones físicas, la exigencia sicológica del ballet afecta “la salud mental, emocional y física de los jóvenes practicantes”.
Como en este ejercicio todo el peso recae en los dedos de los pies, no es raro que los artistas padezcan cartílagos arruinados, artritis temprana y deformaciones óseas. El volumen corporal es, además, enemigo de la danza, por lo que abundan los desórdenes digestivos infantiles. “En suma —explica la página humanap.community.uaf.edu— el ballet puede causar miríadas de problemas físicos, mentales y ambientales”.
Un estudio publicado por el National Center for Biotechnology Information detalla los daños detectados en radiografías de bailarines. Prevalecen las fracturas en los pies y las tensiones severas en las tibias.
Greg Retter, director clínico del Royal Ballet de Inglaterra, señala que quienes danzan acumulan en pocos años “los problemas de coyunturas y huesos que una persona promedio desarrolla durante una larga vida”.
La web de la American Academy of Pediatrics analiza las calamidades que provoca el ballet en puntos de la anatomía poco mencionados. Por ejemplo, deformación del trigónomo, grietas en metatarsianos, tendinitis en el flexor largo, colapso del tobillo, dolor femorrotuliano y debilitamiento de la porción interarticular de la segunda vértebra.
Si una ardilla, un mirlo o un ternero sufrieran la mitad de estos problemas, el ballet habría sido prohibido por la ley colombiana. Pero al tratarse solo de niños, los animalistas no se mosquean.
ARTE
Igual que las corridas, el ballet es un arte milenario con larga tradición y numerosos seguidores. Un sector minoritario lo disfruta y la mayor parte de la ciudadanía lo considera feo o aburrido. Y como la masa manda, lo que sigue es el veto.
BALANCE
Urge prohibir en Colombia el ballet clásico, fuente de violencia física sobre seres a menudo sintientes (los niños) condenados a vestir ropa ceñida y ofrecer un doloroso y costoso espectáculo público: recorrer escenarios y dar volteretas apoyados en las puntas de los pies. ¡Fuera el ballet!
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Como de seguro ya lo dedujeron los lectores, el anterior manifiesto es falso y fue fabricado con intención didáctica por quien firma esta columna. Repito: falso. Eso sí: los datos e informaciones son rigurosamente veraces y comprobables. Repito: veraces y comprobables.
“Prohibido prohibir” gritaron en 1968 los franceses, sabiendo que la prohibición es la inútil receta populista contra todos los males. Entre 1919 y 1933 Estados Unidos vetó el alcohol y, como resultado, las mafias se volvieron todopoderosas. En Colombia eran delitos el adulterio y el homosexualismo: ambos florecieron. La droga está acabando con nuestros países, pero por su ilegalidad más que por sus efectos. Hoy crucifican a los banderilleros. Mañana será a los que coman carne. Pasado mañana a los que piensen distinto. No entienden que la democracia consiste en que todos quepan, no solo los que más redes tengan.
Son pocas las actividades y valores humanos que no exigen sacrificio o dolor propio o ajeno. Algunas alcanzan tal refinamiento que merecen llamarse artes. Sin embargo, lo que degrada a una sociedad no es la lesión de una bailarina ni la muerte de un toro, sino la violencia generalizada y el imperio del delito.
Como la libertad representa también un alto valor humano y social, es preciso anteponer este derecho a la molestia que ciertas actividades suscitan en algunos sectores de opinión.
Así, pues, en materia de gustos, que cada quien escoja el suyo. Si le place lo que ve, que se quede y disfrute; si se siente ofendido, que continúe en santa paz su camino…