Editorial
El presidente de Argentina, Javier Milei, chocó esta semana con la realidad. Tras días de rumores, decidió finalmente reemplazar a su jefe del Gabinete de ministros, Nicolás Posse, el equivalente a un ministro de la Presidencia español. Posse es amigo personal de Milei desde los tiempos en que compartieron cargos en el sector privado, pero sus aptitudes como empresario se mostraron rápidamente insuficientes para coordinar un Gobierno. El descalabro en la Casa Rosada es tal que Milei lleva casi seis meses en el cargo y aún no ha logrado aprobar una sola ley, algo que no tiene precedentes desde el regreso a la democracia en 1983.
El presidente considera que la política no está a su altura. Por eso se concentra en recorrer el mundo pregonando sus ideas ultraliberales e incendiando las relaciones exteriores de su país mientras cede la gestión de la crisis económica y social que devasta Argentina a su hermana, Karina Milei, y a Posse, ahora destituido de su cargo. Con su ley de desguace del Estado empantanada en el Senado, Milei ha cedido, finalmente, a todo lo que dice detestar: la casta política.
El estrepitoso líder de La Libertad Avanza ha perdido medio año de Gobierno convencido de que bastaba con el apoyo popular que le dio la victoria electoral para desmantelar todo lo establecido. No ha tenido en cuenta que Argentina, pese a sus muchos años de crisis recurrentes, es una democracia con instituciones dispuestas a defenderla. La elección de Guillermo Francos como nuevo jefe del Gabinete evidencia la claudicación de Milei ante la evidencia: no alcanza con insultar desde las redes sociales para administrar un país.
Francos es un hombre de la vieja política, formado en la derecha democrática y con un paso por el peronismo de Carlos Menem en los años noventa. El peronista Alberto Fernández —predecesor de Milei como jefe de Estado— lo eligió más tarde para ocupar el sillón de Argentina en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). De ideas liberales, Francos cree en el diálogo con la oposición. El nuevo ministro no llama “ratas” a los diputados y senadores, y no se considera al frente de una guerra cultural para salvar la civilización, como proclama Milei. Su gran desafío será dotar de política a un Ejecutivo que no cree en ella.
Guillermo Francos tendrá una ardua tarea si pretende dar nuevos bríos a la gestión. La crisis económica en Argentina se ha acelerado desde diciembre, cuando asumió el nuevo Gobierno, y la paciencia de los ciudadanos no es infinita. La pobreza ha crecido del 41% al 57,4% en el último semestre, la inflación interanual se acerca ya al 300% y la producción industrial se derrumbó un 21,2% contando de marzo a marzo.
La paciencia social se agota mientras el Gobierno recorta el suministro de alimentos a los comedores populares con el argumento de que ha encontrado irregularidades en la gestión anterior. Los argentinos más pobres están pagando la cuenta de los recortes anunciados por Milei y los grandes inversores están a la espera de resultados concretos para decidir si ponen o no su dinero en Argentina. La magnitud de la crisis es tal que solo un gran acuerdo político, basado en el diálogo y el respeto entre los partidos, tendrá alguna posibilidad de éxito. Tras un semestre de improperios presidenciales, la hora de la política parece haber llegado a Argentina. El tiempo dirá si no es demasiado tarde.