Daniel Coronell
Al ganador de uno de los acumulados de lotería más grandes de la historia no le va a alcanzar el inmenso premio para solucionar su mayor problema. Se llama Cheng Saephan, nació en Laos y llegó a Estados Unidos cuando tenía 16 años. Ha pasado casi tres décadas operando una máquina, viviendo de quincena en quincena, tratando de darle lo mejor que puede a su familia, con momentos gratos y también tristes. Los últimos ocho años han sido los más duros. En 2016 fue diagnosticado con un cáncer, del que prefiere no hablar, y cuando creía que ya había salido de la pesadilla sufrió una recaída que aún no supera. La esperanza no se ha apagado pero disminuyó.
Esta semana llegó hasta la oficina del Powerball en Portland, Oregón, para reclamar el premio de 1.300 millones de dólares. Lo fotografiaron con un cheque de mentiras por “1.3 billion” aunque en realidad le entregarán 442 millones de dólares, después de los impuestos. Esa suma la va a partir en tres partes iguales con su esposa y con una amiga que compró con ellos el billete ganador.
La foto muestra a Cheng, a quien sus amigos estadounidenses rebautizaron como Charlie, exhibiendo su cabeza rapada por la quimioterapia, sin cejas, ni pestañas, con su mandíbula desencajada sonriendo ante el portentoso beso de la suerte que, sin embargo, no puede devolverle la salud.
Cuando le preguntaron qué pensaba hacer con esa cantidad, su sonrisa se disolvió:
–Rezo para que Dios me ayude. Mis hijos son chiquitos y no estoy bien.
Quienes lo vieron, y quizás sueñan con ganarse la lotería, no esperaban que su risa se convirtiera en mueca de angustia:
–Mi vida ha cambiado. Ahora puedo bendecir a mi familia, comprar una casa, darle un futuro… y contratar un buen médico.
Y añadió:
–Puede que vuelva a tener suerte.
¿Cuánto estaría dispuesto a entregar un enfermo o sus seres queridos por la curación del cáncer? Quizás todo.
Aprovechándose de esa dolorosa vulnerabilidad de millones de familias una banda internacional está vendiendo un supuesto tratamiento de inmunoterapia capaz, según sus promotores, de curar cualquier tipo de cáncer en ocho semanas.
La periodista Juliana Ramírez investigó para CAMBIO la empresa Oncocit USA que vende la “medicina” en varios países, entre ellos Colombia. Ella preguntó a través de un número de WhatsApp, si la cura milagrosa funcionaba para cualquier tipo de cáncer. Y le respondieron: “Así es todo tipo de cáncer independiente el tipo y etapa que se encuentre”.
Le dijeron que no tenían sede en Colombia pero si “profesionales clínicos” que aplican la medicina a domicilio. El costo es apenas de “25.000 dólares –110.449.950 pesos colombianos”.
En la página web de la organización aparece el nombre del chileno Ramón Gutiérrez, sobre quien la publicación asegura que es médico oncólogo y se presenta como presidente de la “Sociedad Chilena de Células Dietríticas”.
Después de contrastar la información, la reportera Ramírez publicó en CAMBIO un artículo titulado “La cuestionada cura contra el cáncer que se ofrece en Colombia».
Hace unos días, el 25 de abril a la 1:36 de la mañana, el departamento de servicio al cliente de la revista recibió un correo electrónico titulado “Primero y último aviso”: “Necesito que borren este post de su feed (es decir el artículo sobre la estafa). Tomaré acciones en unas horas si no es retirado. Si (sic) página saldrá de servicio y luego será borrada. Muchas gracias”.
El 22 de abril empezaron los ataques informáticos masivos que han logrado bloquear la publicación seis veces aunque de manera temporal.
Al mismo tiempo a la cuenta de WhatsApp del departamento comercial de la revista llegaron mensajes, aparentemente desde Argentina, que pedían borrar el artículo que denuncia la estafa “a cambio de este favor su sitio volverá a la normalidad. Muchas gracias y disculpe la molestia”.
El director de CAMBIO me ha dicho que no accederá a la extorsión de los hackers. La censura tecnológica no impedirá la denuncia de actividades delictivas contra los más vulnerables.
PD: El escándalo de los robos y sobornos de la Unidad Nacional de Gestión del Riesgo de Desastres (UNGRD) apenas comienza. Quince congresistas habrían tenido participación en los ilícitos junto con otros altos funcionarios del gobierno.