Hace unos años, el jurista Guillermo Montoya Pérez organizó una fiesta con aire de tango para celebrar su resurrección después de una grave enfermedad, y los 36 años de abogado. Fue el mejor estudiante que pisó la Universidad de Medellín. La UPB y EAFIT contaron con sus luces. “Mi vida fue siempre para mis alumnos”, escribió en su “Letanía de adioses y recuerdos”.
Su entorno lo graduó de personaje excepcional, íntegro, sabio, bueno, sencillo, bohemio, humanista, maestro, generoso, retador, provocador, enamorado, amante de la libertad que ejerció con responsabilidad.
Para su colega Pedro Posada Marín, “es el prototipo de quien profesó la más difícil de las profesiones en Colombia: ejercer el derecho decentemente”.
Cronista desconocido pero certero del barrio Aranjuez, encontraba “la nostalgia en las notas agoreras de un tango de arrabal”. Melodías como “Barrio de tango” y “Cafetín de Buenos Aires”, se los sabía hasta en sánscrito. Vivió intensamente tal vez porque no estaba convencido de que haya otras vidas. (odg)
Este el testimonio del jurista fallecido 14 de abril de 2021:
Letanía de adioses y recuerdos
Por Guillermo Montoya Pérez
La voz que ahora llega a invadir el espacio ya no es mi voz… Mi palabra
ya no es mi palabra y sólo por esa especial manera de vivir, en el recuerdo,
todos harán un acto de fe y oirán mi letanía de adioses y recuerdos.
Yo también “fui feliz a mi manera”. Yo también pude suscribir el mismo
paz y salvo que un día firmó, con letra fina, el poeta Amado Nervo: “Vida,
nada me debes!. Vida, estamos en paz”.
Me di a plenitud a mi familia próxima, esto es, a mis abuelos, a mis padres,
a mis tías, a mis hermanos y sobrinos… Y hubo golpes traicioneros, pero
ellos tomaron el sendero del perdón y del olvido, y sólo tengo, en el haber,
los abrazos y sonrisas que nos unieron en el día a día de la vida.
Los golpes aciagos estuvieron siempre en la memoria como una singular
manera de retener la presencia bien amada de mis viejos.
Cumplí hasta donde la vida tuvo a bien permitirlo, con “las hijas de Tiva” ,
mis tías maternas, a quienes jamás pude pagarles la entrega de sus vidas
para que la vida de mis hermanos y la mía propia fuera placentera.
Con mis amigos, fui amigo y eso lo dice todo. Pero si alguna duda cabe,
hago mía la canción de Alberto Cortez y repito palabra por palabra “un
barco frágil de papel parece a veces la amistad, pero jamás puede con él la
más violenta tempestad, porque ese barco de papel tiene aferrado a su
timón por capitán y timonel un corazón”.
En asuntos de amores, bastaría con cantar algunos tangos para decirlo
todo sin decir nada porque aprendí, desde pequeño, que nadie tiene derecho
a hablar de sus amores si no es con los amores mismos. Hoy faltaría a mis
principios, si algún comentario hiciera de los pocos o muchos de los amores
que en mi vida fueron… “De cada amor que tuve tengo heridas, heridas
que no cierran y sangran todavía…”.
Mi trabajo estuvo siempre ceñido por las ideas de justicia y solidaridad y si
algunas veces pequé contra ellas, juro que no fue de mala fe y la razón no
fue otra que mi condición humana que era, en mi, más imperfecta que en
los demás mortales.
De mis pasiones, que no fueron muchas, a pesar de las calumnias de la
oposición, debo reconocer que una tenía el carácter perverso de las
ilusiones desmedidas: ¡El juego!… Y sin embargo, he muerto soñando con la
rueda de la fortuna y bien pude apostar, “mis restos” al 33 en un casino
cualquiera de Las Vegas o de Cartagena, de Montevideo o de San Juan, de
Ciudad de Panamá o de Manaos.
Apasionado de principio a fin, sin importar los pocos triunfos y las muchas
derrotas, estuve detrás del DIM con un canto popular “apretado entre los
labios”, “no necesito que estés arriba para quererte glorioso DIM…”. En la
cuesta descendente de mi vida, no sé si pensamiento, realidad o sueño, me
convencí de que, en España, qué mal digo, perdón, en Cataluña, apareció el
“Barsa” que arropó mis ilusiones en el fútbol y me llenó de estrellas y
fulgores.
Y ahora debo destacar la pasión de mis pasiones: La enseñanza. Fui lo que
fui, si algo fui, en razón de la pasión de dar lo que la vida me permitió
aprender de la lectura, de la experiencia y de la reflexión constante del
quehacer jurídico. Mi vida fue siempre, para mis alumnos; ellos apaleados,
las más de las veces, o excepcionalmente exaltados, fueron la razón de mi
existencia. A ellos debo lo que fui y mi vanidad se contrae a la esperanza
de permanecer en su recuerdo y en estar presente, en la brega, a través de
los textos que la vida me permitió suscribir bajo el apremio irresponsable
de repetir lo dicho por el Maestro Ricardo Uribe Holguín:
“Probablemente esté equivocado en varios de mis
conceptos. No importa. Lo que he escrito contiene algo de
protesta contra el ciego criterio de autoridad. Prefiero
exponer de buena fe desaciertos propios que reproducir
aciertos ajenos. Es simple cuestión temperamental.
Además, mis opiniones que resulten erróneas algún fruto
habrán de dejar, puesto que el que descubre el error ha
encontrado la verdad”.