Era un día funesto para el presidente. La reforma sobre la que ha orbitado todo su Gobierno en el tiempo que lleva en el poder se acababa de estrellar en el Congreso. La oposición ha sometido a una muerte lenta a su idea de transformar el sistema de salud que él considera nefasto y en manos de empresas que piensan más en la cuenta de resultados que en los pacientes. Esta iniciativa suya, que algunos que le rodean consideran que se ha convertido en una obsesión, genera muchas resistencias en Colombia, así que era casi inevitable que toda esta pelea de meses y meses llegara a un callejón sin salida. Ese día aciago fue el martes, cuando fue derrotado y en cierta manera humillado. Pero su vida se ha ido cimentando golpe a golpe y de casi todos ellos se ha levantado, aunque fuese tambaleante. Había expectación sobre con qué cara iba a salir a la tarima en la Gran Asamblea Nacional Cafetera, que se celebraba en Bogotá este miércoles.
Apareció impertérrito y comenzó una de sus largas disertaciones históricas, esta vez sobre el café, que cruzó los dos siglos anteriores, la revolución industrial y la era moderna con la llegada de los yupis, un término que usa a menudo. Ahí no estaba el plomo candente, sino en lo que venía a continuación. Llevaba calada la gorra oficial de Presidencia, la que usan los funcionarios de la casa militar cuando están en zonas rurales, lo que le daba una imagen de comandante en jefe. Y, después de rodeos y trucos discursivos marca de la casa, fue claro y directo: “Lo que podía ser una concertación tranquila, ordenada, sin problemas, ahora es de golpe”. Se acabó el tiempo de la transición suave, llega el vértigo por la vía de los hechos.
La era petrista vive uno de sus momentos más agitados. Los últimos 12 meses han sido de parálisis, algo que reconoce hasta el propio presidente y su mano derecha, Laura Sarabia. El despacho de él conecta con el de ella. En esos dos espacios contiguos se ha forjado esta ofensiva presidencial que pretende rescatar al Gobierno de la inacción. Petro siente que ha perdido un tiempo precioso, que no fue él cuando incluyó en su gabinete a ministros que venían del centro y del establishment político y que le hicieron creer que convocar a todo tipo de sensibilidades a su alrededor facilitaría su mandato. Era una trampa, piensa ahora, era una forma de controlarle y ralentizar los cambios. “Miren en qué va el Acuerdo Nacional, se volvió carreta”, dijo ante los cafeteros cuando entró en calor, cuando se había llevado el tercer aplauso y se había agrandado en el atril. Si las reformas no salen por falta de quórum en el Congreso, por la oposición de partidos que al principio le dieron su apoyo y que ahora se lo han retirado por considerar que el presidente se ha ido esquinando, los cambios llegarán por otra vía. Y serán más turbulentos.
Los primeros en enterarse están siendo los gestores de las EPS, las promotoras de salud público-privadas que median en el sistema sanitario desde los años noventa, cuando se creó este esquema. Petro ordenó en 24 horas la intervención de las dos más grandes del país ―suman casi 18 millones de afiliados―, poco antes del hundimiento de la reforma en el Congreso. La Superintendencia de Salud, el organismo público que está ejecutando la operación, se basa en la falta de fondos que tienen estas compañías que deben ejercer de aseguradoras, un requisito indispensable para su funcionamiento. La reforma incluía un acompañamiento de las EPS, un nueva forma de gestión a la que debían ajustarse. Ahora, sostiene Petro, ese papel se va a limitar todavía más. La intervención, en teoría, no tiene como fin extinguirlas, sino administrarlas por un año, cambiar al gerente, a la junta directiva y nombrar un interventor. En definitiva, pasan a estar en manos de un Gobierno que les quiere poner una fecha de defunción e instaurar un sistema de salud enteramente público.
Este Petro desencadenado viene asomando desde hace dos semanas, cuando propuso una Asamblea Nacional Constituyenteque, paradójicamente, sirva para aplicar la de 1991, una de carácter progresista que surgió tras la entrega de armas del M-19, la guerrilla de la que él formó parte. Hay algo contradictorio en eso, pero la lógica de Petro es que existen varios mecanismos de freno en la institucionalidad colombiana que evitan un cambio de fondo: todo se cambió entonces para que nada cambiase. Al menos él lo ve así. La jugada le puede salir mal porque su popularidad ronda el 30% ―ha subido respecto a meses anteriores― y habría espacio para que la derecha tuviera un mayor número de asambleístas constituyentes, y no es que mejorase a su antojo la Constitución, sino que podría retroceder y volverse más retrógrada. Parece dispuesto a asumir el riesgo. Uno de sus mayores miedos es el de caer en irrelevancia, como le ocurrió a su antecesor en el cargo. Así que, enfundado en una gorra de militar, considera que ha llegado la hora de gobernar, aunque haya despertado los temores de una oposición asustada por verle forzar las costuras democráticas. Pero ni la Constituyente es ilegal ―la vota la propia gente― ni la intervención de las EPS se hace saltándose las normas ―ya la han hecho anteriores gobiernos―. Sencillamente, cree que ha llegado el tiempo de mover el país en la dirección que él quiere.