Ana Bejarano Ricaurte
Ni el periodismo ni la literatura se han ocupado realmente de contar las historias de las elecciones para altos cargos del Estado en Colombia. Son historias invisibilizadas, apasionantes, hasta divertidas y muy elocuentes sobre la magullada meritocracia colombiana.
En esos relatos se pierden especialmente las personas nominadas que no quedan. Los juristas, técnicos, profesores y otros personajes tímidos que no dan la talla en la voraz pelea por hacerse al poder.
Esta semana la Corte Suprema de Justicia por fin cumplió su labor de elegir una nueva fiscal general de la nación: Luz Adriana Camargo. Salió avante en la terna que propuso Gustavo Petro, la cual estuvo a amenazó con desintegrarse con la renuncia de Amelia Pérez. Solo que Pérez se equivocó al dimitir tarde y ante la Corte, que era la que escogía, y no ante el presidente que fue quien la propuso.
Es cierto que Pérez enfrentó un escrutinio nunca antes visto, con la denuncia pública de las opiniones de su marido en redes sociales. No creo que ellas fueran información irrelevante, pero lo cierto es que a semejante examen no se someten los señores que acceden a los altos cargos del Estado.
En la terna también perdió la jurista Angela María Buitrago, quien no obtuvo votaciones significativas principalmente porque se rehusó a participar de las conversaciones clientelistas que aceitan la llegada a esos cargos. Su historia es la misma de tantos otros buenos candidatos y candidatas que no transitan con éxito en estos concursos por no hacer parte de los tratos con los que se reparte el poder en Colombia, pero que la “derrota» en ese sistema corrupto las hace grandes.
La actuación de Buitrago en la terna es una lección de dignidad para Colombia. Lo ha sido también su pulcra y corajuda carrera en la justicia y en la academia. Lleva más de tres décadas ejerciendo el litigio, pensándolo y preparando a las futuras generaciones. Una mujer dedicada a entender y mejorar el derecho penal; una litigante aguerrida y parada siempre en defensa de sus convicciones.
Como fiscal se atrevió a meterse con varios poderosos impunes, incluyendo al general Jesús Armando Arias Cabrales y el coronel Alfonso Plazas Vega por cuenta de las desapariciones forzadas que ocurrieron en la dantesca retoma militar del Palacio de Justicia en 1985.
La llamaron la Fiscal de Hierro, apodo que la sienta a una mujer férrea cuyo carácter no ha temblado para hablar en nombre de la justicia. Ese mismo temple le ha servido para transitar en los pasillos y centros de pensamiento del derecho, un “mundo muy machista”, como le contó a la periodista María Jimena Duzán esta semana.
En esa misma conversación habló sobre la idea de la independencia, valor que resulta imprescindible para cualquier sistema de justicia que se precie de hacer la cosas bien. Un compromiso radical con ese postulado, tanto así que hasta sirve “para batallar con el mismo sistema”.
Buitrago no se sentó con los magistrados de la Corte Suprema que piden puestos a cambio de votos, no le hizo corrillo de honor a los gamonales políticos que le ofrecían su apoyo, no consintió el oído de los periodistas poderosos que le prometían una campaña por debajo de la mesa. Incluso en el momento más álgido de la elección estaba viajando por encargo de su participación en el Consejo de la ONU para la investigación de violaciones de derechos humanos en Nicaragua.
Como Angela María, hay muchos que han sucumbido en estas batallas. Lo que algunos perciben como falta de estrategia y miopía política, para ella es la única opción de seguir siendo quien es.
El clientelismo en el que sucumbe el Estado colombiano asegura que a esos cargos pueda llegar gente buena y meritoria, pero solo si participa de los tratos y amiguismos; de los “yo te elijo tú me eliges” que, a pesar de estar prohibidos, reinan en las campañas ante el Congreso y ante las Cortes.
La nueva fiscal tiene el enorme reto de hacerse cargo de una entidad gigantesca, poderosa y muy necesaria para el bienestar del pacto social colombiano. Tendrá que demostrar con hechos que ejercerá sus funciones con independencia —la misma que no demostraron sus antecesores— y, además, que no estará ahí para prestar favores a los magistrados, políticos y periodistas que creen que la hicieron elegir.