Es necesario parar la violencia retórica

Aunque suene anacrónico lamentarse por la degradación de las formas en la política nacional, el debate tiene implicaciones serias de fondo. Foto: Archivo Particular

Editorial

Un director del Departamento de Prosperidad Social deshumanizando a un concejal de Bogotá; un senador gritándole en el Congreso a un ministro, mientras otra senadora lo tilda de “perro rabioso”; una exalcaldesa utilizando un meme para ofender al presidente de la República; un país con los ánimos crispados y el debate público degradado y trivializado. Ese es el resumen de la semana que termina en Colombia. Los debates públicos se han convertido en cloacas similares a lo que ocurre en la red social X: insultos, desinformación, manipulación y muy pocos argumentos. Aunque suene anacrónico lamentarse por la degradación de las formas en la política nacional, el debate tiene implicaciones serias de fondo.

Hay una diferencia entre el derecho que tienen los servidores públicos a defenderse y el mínimo decoro que se espera de personas que ocupan cargos financiados con los impuestos de los colombianos. Gustavo Bolívar, director del Departamento de Prosperidad Social (DPS), se estrenó en su cargo atravesando de manera peligrosa la línea de lo aceptable. Como Daniel Briceño, concejal de Bogotá, publicó una crítica a un contrato del DPS, el director Bolívar le respondió llamándolo “basura de ser humano”. Nos vemos en la necesidad de evidenciar lo obvio: una cosa es criticar una información tergiversada, como la que compartió el concejal, y otra es aprovechar esa oportunidad para fomentar la destrucción moral del opositor. Las palabras importan. Las que decidió utilizar Bolívar llevan a la deshumanización, a negar por completo la dignidad, y buscan dar un golpe certero a un contrincante político. Si alguien es una “basura de ser humano”, implica que cualquier cosa que haga o diga debe ser desestimada.

El problema es que ese tipo de tono está regado por todo el debate político colombiano. Mientras el ministro de Defensa, Iván Velásquez, enfrentaba un debate de control político en el Congreso, J. P. Hernández, senador del Partido Alianza Verde, se paró a gritarle. Sin decoro ni respeto por el cargo de su oponente ni por el recinto en el que estaba, Hernández creyó que el país entero tenía que soportar su falta de respeto. Los videos muestran cómo después, en un acto de bravuconada machista, se le acercó de manera amenazante a María José Pizarro, senadora del Pacto Histórico, y la interrumpió mientras ella tenía la palabra. Para terminar, la misma senadora Pizarro se defendió de Hernández refiriéndose a él como un “perro rabioso”. No son conductas equiparables, pero comparar a un colega con un animal es también una táctica de deshumanización. Todo apunta a lo mismo: la violencia retórica como herramienta política.

Podríamos seguir, porque de manera lamentable abundan los ejemplos, pero el punto es el mismo sin importar el apellido de quien esté cometiendo la violencia retórica. Cuando los líderes políticos normalizan ese lenguaje y esos comportamientos, invitan a sus seguidores a redoblar el acoso y el hostigamiento. Ver al enemigo como un ser sin dignidad es cerrar las puertas del diálogo. Si no reconocemos que todos estamos en el mismo barco llamado Colombia, si la política no se hace con mínimos de respeto, la democracia sufre.

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