Octavio Quintero
La jefa de la OCDE, Clare Lombardelli, en el mismo párrafo de su editorial sobre la economía global, elogia el endurecimiento de la política monetaria de la banca central, “necesario para atajar la inflación”. A renglón seguido añade, que “ese endurecimiento de las condiciones financieras, está pasando factura en la debilidad del comercio y el debilitamiento de la confianza”.
Conclusión primera: si la ortodoxia monetaria frena la producción para bajar la inflación, debilitando la demanda, vía desempleo concomitante, ¿cómo se puede elogiar una política de tierra arrasada como esa, y después quejarse de sus consecuencias sociales?
Como señala el mismo Banco Mundial en sus Perspectivas 2024: “Las políticas monetarias, las condiciones crediticias restrictivas, el bajo nivel del comercio y la inversión, incidirán en el crecimiento económico global, que va para el tercer año consecutivo de desaceleración”.
Lo errado de la política antiinflacionaria, que elogia la OCDE, es que la banca central aplique, como dogma no discutible, solo subir las tasas sin tener en cuenta que parte de la inflación que combate no viene por recalentamiento de la economía (mucha demanda y poca oferta), sino por vía especulativa de empresas con poder de mercado: “inflación de vendedores”, como dice la economista Isabella Weber.
Frente al fenómeno real o latente de inflación, la banca central sube las tasas, como un ascensor directo al penthouse, y luego cautelosamente comienza a bajarlas. piso a piso, apenas empieza a ceder la inflación.
Conclusión segunda: la ortodoxia monetaria le sigue haciendo el juego a la especulación, castigando el libre desarrollo industrial y, de contera, el empleo. Por lo visto en EE.UU. y Europa (en el caso del gas), y en algunos países latinoamericanos, no parece lejano el día de extender el control de precios para corregir desviaciones especulativas del libre mercado; libertad que usan las empresas grandes para coartar la libertad de los consumidores.