Por Ricardo Bada
La pasmosa filmografía de Walt Disney enlista 716 títulos, y comienza en 1922 con un cortometraje. Por razones que ahora les cuento, los primeros doce no se consideran a la hora de la efemérides que celebramos: el estreno mundial de Alice: Un día en la playa, el 1 de marzo de 1924. Y es porque con él se pone en marcha la saga Disney, es decir, de los Walt Disney Animation Studios, en lugar de con aquellos doce primeros que fueron filmados por el Laugh-O-Gram Studio. Dato curioso es que el último de esos doce fue Alicia en el país de las maravillas, y ese país de las maravillas es… ¡un estudio de cine donde se filman cortos de animación!
He aquí su sinopsis: “Alice visita un estudio de animación donde los animadores le muestran varias escenas en sus tableros de dibujo. Algunas de ellas son: un gato bailando al son de una banda de gatos; un ratón pinchando a un gato (vivo) hasta que se mueve; una pareja de ratones boxeando, mientras los animadores se amontonan alrededor jaleando y haciendo de público. Esa noche sueña que sube a un tren hacia la tierra de los dibujos animados donde le espera una alfombra roja. Aparece en acción real. Tienen un desfile de bienvenida con Alicia montada en un elefante. Los dibujos animados bailan para ella y ella baila para ellos. Mientras tanto, los leones se escapan del zoo y la persiguen hasta un árbol hueco, luego a una caverna y a una madriguera de conejos. Finalmente, salta por un acantilado y se despierta en su cama.”
Como se ve, la imaginación de Disney ya tenía en astillero, en 1923, multitud de temas que iría produciendo a lo largo de los cuarenta largos años que siguieron: Disney murió en diciembre de 1966, a los sesenta y cinco años, que no es edad para morir. Pero es que, además, en ese corto de 1923 hace uso del recurso pirandelliano de incluir un estudio de cine en el guion de una peli, aunque no fuese más que un cortometraje. Amén de ello, usa también la combinación de actores vivos con figuras de animación, y pienso que la primera noticia que tuvimos de tal hazaña fue viendo bailar a Gene Kelly con el ratón Jerry en Anchors Aweigh [Levando anclas], de 1945, más de veinte años después. Desde luego es bastante negativo lo que se puede, y hasta se debe, decir acerca de sus producciones: el edulcorado escapismo de la mayor parte de su obra, su doble moral –con la consecuente moralina (droga no homologada por la DEA)–, su devastador almíbar. Pero pienso que la infancia y la primera juventud de mi generación, y hasta quizá de la siguiente, no vivió en el cine momentos de felicidad comparables a tararear sotto voce con los siete enanitos aquello de ¡Airón, airón, a casa a descansar! sin sospechar la literalmente grandísima sorpresa que está esperándoles allí; y que todos nos hemos deseado tener un amigo como el ratón que desarrolla el potencial de Dumbo (en mis tiempos, a los chicos de grandes orejas les llamábamos Dumbo); y felicidad también, de una forma empática, llorando con Bambi por la muerte de su madre. Quizás estos filmes no estén a la altura de los tiempos que corren, pero a Mary Poppins sí la hizo imperecedera Disney, nadie la ha destronado y ni siquiera temo que la vayan a destronar jamás.
Asombra pensar en lo que significó su obra. Le dio al cine unas alas y unas dimensiones sin las que no podemos imaginarlo. Veintidós Oscar de entre cincuenta y nueve nominaciones es un récord que creo que no se va a superar tan fácil. Por cierto, me encantó ver la escena del Oscar especial que le otorgaron en 1939 por Blancanieves y los siete enanitos, un par de meses antes de que yo viniese al mundo. Lo recibió de manos de Shirley Temple, quien a sus once añitos era ya una estrella hecha y derecha de Hollywood. Y con qué desparpajo se desempeñaba; no me extraña que Ronald Reagan la nombrase embajadora, siendo ya adulta. El enlace con Alice: Un día en la playa es este: https://www.youtube.com/watch?v=fR9-xzfYUIY.