Petro le da todo el poder de la Presidencia de Colombia a Laura Sarabia

Laura Sarabia en Bogotá, en mayo de 2023. SANTIAGO MESA

JUAN DIEGO QUESADA

Bogotá –

Los ministros arqueaban las cejas e intercambiaban miradas cómplices cuando veían a Laura Sarabia sacar del bolsillo su teléfono móvil en los consejos semanales que mantenían con el presidente. Ellos habían tenido que dejarlos en la puerta para evitar filtraciones. Sarabia, no. Era una forma de medir la confianza que tiene Gustavo Petro en ella. A raíz de lo que ha ocurrido estos días, se intuye que resulta infinita. Petro había decidido desde hace varias semanas que Sarabia se encargara del Dapre, el organismo que se ocupa de gestionar todo lo que representa la Presidencia de Colombia. No lo ha ejecutado hasta este lunes, pero la decisión era algo que conocían todos los que caminan por los pasillos de la Casa de Nariño, la residencia presidencial.

Oficialmente, será su número dos, aunque en la práctica lo ha sido desde que hace año y medio Petro llegara al poder. El aterrizaje no ha sido sencillo, al presidente le han salido problemas verdaderos e imaginados por todas partes, lo que ha ralentizado la imposición de sus políticas, su idea que tiene de país. Se ha impuesto también el discurso de que gobierna desde el caos, que cae en la improvisación, y hay algo de verdad en ello, aunque también unas dosis de exageración. La cabeza ordenada alrededor de todo ese monstruo administrativo-ejecutivo la ha representado desde el primer día Sarabia, una persona meticulosa, estricta con los horarios, estructurada. Junto a Armando Benedetti, que entonces era su jefe, se ocupó de la complicada campaña de Petro por toda Colombia, que implicaba tener en cuenta decenas de detalles de seguridad y organización. Lo hizo en pleno embarazo. Con ocho meses, despedía a Petro al pie de las escaleras del avión en Bogotá y lo recibía de noche, a veces de madrugada, cuando volvía de dar mítines en las regiones.

El actor principal era Benedetti, que dos años atrás, con buen olfato, había decidido juntarse a Petro. Lo veía de presidente, creía que Colombia tenía que pasar por él, sí o sí. No se equivocaba. A su lado estaba Sarabia, que llevaba más de cinco años ocupándose de sus asuntos. Benedetti y Sarabia, aunque ahora no se muestren entusiastas el uno con el otro, fueron íntimos. Petro sabía que la experiencia de Benedetti en la política era necesaria para llevarle al poder. Fueron tres las cabezas de esa campaña, Petro, Benedetti y por añadidura, Sarabia. Ahí fue donde Petro la conoció y la valoró como un activo que debía tener a su lado. Ganadas las elecciones, la nombró a ella su jefa de Gabinete, la colocó en el despacho de al lado, y lo envió a él de embajador a Caracas, a restablecer las relaciones con el chavismo. Entre algunos personajes taimados que rodean la política venezolana, era obvio que Benedetti iba a saber moverse bien. A él, sin embargo, el encargo no le terminó de entusiasmar. Sentía que había hecho presidente a Petro y que se merecía un puesto mayor. Aquí arranca un momento de quiebre que casi acaba con la carrera de los dos, las de Benedetti y Sarabia.

Él le daba a instrucciones a ella desde la distancia, ella las recibía pero no terminaba de llevarlas a cabo. Poco a poco se fueron separando. Después se vieron envueltos en el caso de la niñera de Sarabia, a quien su escolta personal sometió a un polígrafo por el robo de un maletín con dinero. Ella dice que no sabía que eso se iba a hacer así. Después a la señora le interceptaron el teléfono y la persiguieron por la calle. Benedetti fue el encargado de que todo esto se hiciera público en la revista Semana. El escándalo duró unos diez días, suficientes para espantar al país y tender un manto de sospecha sobre todo el Gobierno de Petro. El presidente los destituyó a los dos. La Fiscalía la investiga ahora mismo a ella por abuso de poder. Pero pronto Petro la recuperó y la colocó en un puesto relevante, el Departamento de Prosperidad Social (DPS). No le importaron las acusaciones de la fiscalía ni las críticas de la oposición. A Benedetti tardó cinco meses más en enviarlo a Roma, a la embajada ante la FAO, a pesar de que había dejado caer en algunas de sus declaraciones que pudo haber financiación ilegal en la campaña. A Petro le han dado igual todos estos asuntos y ha querido reconocer el trabajo que hicieron a su lado en campaña.

El nombramiento de Sarabia, sin embargo, es de otro nivel. Mantenía una relación cordial con Carlos Ramón González, el hasta ahora director del Dapre. Ni una mala palabra, ni un mal gesto. Al revés, había un esfuerzo de ambos por llevarse bien. Pero la colisión era evidente, luchaban por el mismo pedazo de poder. El equipo de González, un veterano político de la Alianza Verde, no quería ver a Sarabia ni en pintura. Creían que ella solapaba sus funciones. Era un pulso en toda regla. El día que el Real Madrid despidió a Jorge Valdano como director general por su enfrentamiento público con el entrenador, que era José Mourinho, le preguntaron si sentía que Florentino Pérez, el presidente, había inclinado la balanza hacia uno de los dos. Valdano, pura elegancia, pura asunción de la derrota, una de las cosas que menos suelen reconocer las personas, dijo que era evidente que él era el derrotado y el entrenador portugués el vencedor. En este caso, también es evidente que la que se ha impuesto es Sarabia. Por si quedaba alguna duda, concentra todo el poder presidencial. Petro y Sarabia son ahora la misma cosa.

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